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«Sin papel ni tinta», el fracaso de los servicios públicos en Líbano

Foto tomada el 30 de agosto de 2022 en la que se ve el vestíbulo casi vacío del palacio de justicia de Beirut afp_tickers

Sin aire acondicionado a pesar del sofocante calor, el juez libanés Faysal Makki tiene sed pero intenta no beber demasiado ya que los aseos del juzgado no funcionan.

Las instituciones libanesas, sumidas en una crisis económica y financiera sin precedentes, alcanzaron un estado de deterioro que refleja el colapso general del país.

La impresora del juez Makki funciona pero, para utilizarla, tiene que llevar sus propias resmas y cartuchos de tinta porque el ministerio ya no puede comprar material de oficina.

«No hay papel, ni tinta, ni bolígrafos, ni sobres, ni aseos que funcionen y ni siquiera agua corriente», lamenta Makki, juez desde hace 21 años. «Intento no beber agua porque si necesito ir al baño, tengo que ir a casa o a las oficinas cercanas del sindicato de abogados», explica a AFP.

En las oficinas del ministerio de Justicia, no es raro que los empleados se queden atrapados en un ascensor o tengan que usar sus teléfonos móviles para alumbrarse en las escaleras cuando se corta la luz.

Uno de los colegas de Makki se rompió el brazo al caerse por las escaleras debido a la falta de luz.

Un número creciente de funcionarios, cuyo sueldo se gasta íntegramente en el transporte al trabajo, lleva meses en huelga o se queda en casa con el acuerdo de sus empleadores.

«Las necesidades básicas de una institución pública ya no están garantizadas», detalla Makki.

Líbano atraviesa desde 2019 una crisis económica sin precedentes que gran parte de la población achaca a la mala gestión, la corrupción, la negligencia y la inercia de una clase dirigente que lleva décadas en el poder.

La libra libanesa perdió más del 90% de su valor frente al dólar, mientras que los salarios del sector público no superan una media de 40 dólares por mes.

– Colapso total y caos generalizado –

El presidente y el primer ministro fueron incapaces de armar juntos un nuevo gobierno desde que el mandato del gabinete saliente expiró en mayo.

El Parlamento, que aún debe aprobar el presupuesto de 2022, apenas se reunió desde entonces.

Christine, una funcionaria de 50 años, sólo va a trabajar al ministerio del Interior una vez cada quince días, justo por debajo del umbral que supondría su dimisión de facto.

Sin electricidad, los empleados tienen que subir siete tramos de escaleras a oscuras, comenta esta madre de dos hijos que pidió usar un seudónimo.

«Corres el riesgo de romperte la cabeza», añade Christine, cuyo salario mensual bajó de 1.600 dólares antes de la crisis a poco menos de 75 dólares en la actualidad.

«No hay aire acondicionado, ni papel, ni fotocopiadoras, ni bolígrafos. Hay que llevar una botella de agua al baño porque no hay agua corriente», subraya.

En todo Líbano, las instituciones fallidas están privando a los ciudadanos de los servicios más básicos.

Los cortes de electricidad en el parlamento obligaron a los diputados a posponer las sesiones y la Seguridad General se quedó recientemente sin pasaportes.

El ejército libanés apenas puede pagar a sus soldados, lo que obliga a muchos a dimitir o a aceptar un segundo empleo.

En el ministerio de Medio Ambiente, situado cerca del puerto de Beirut -devastado por una enorme explosión hace dos años, al igual que barrios enteros de la capital-, los daños no fueron reparados.

«Las puertas siguen rotas y no cierran», declara a AFP el ministro de Medio Ambiente, Nasser Yassin.

El edificio principal del municipio de Trípoli, en el norte del país, incendiado el año pasado por manifestantes exasperados por la crisis, es otro ejemplo. Los empleados trabajan en oficinas con paredes destruidas y llenas de hollín, sin aire acondicionado y prácticamente sin luz.

«Las cosas sólo van a empeorar», lamenta Riad Yamak, antiguo alcalde de la ciudad. «Nos dirigimos a un colapso total y a un caos generalizado», advierte.

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