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11 de marzo de 2011: la destrucción y la muerte vuelven a golpear a Japón

El tsunami golpea Minamisoma, en el noreste de Japón, el 11 de marzo de 2011 afp_tickers

Justo después de las 14H45 del frío viernes del 11 de marzo de 2011, los edificios comenzaron a temblar con violencia en el noreste de Japón por uno de los terremotos más fuertes desde que se tiene registro.

El sismo de magnitud 9,0 que desata un tsunami devastador y la peor catástrofe nuclear desde Chernóbil en 1986 no se parece a nada de lo que Sayori Suzuki había conocido hasta el momento en su ciudad costera de Minamisoma.

“Mi hijo lloró muy fuerte y los objetos volaron de los estantes”, contó esta mujer más tarde a la AFP.

Los temblores de la tierra duran varios escalofriantes minutos, derrumban viviendas y fisuran carreteras.

Sentido hasta en Pekín, el sismo afecta también a Tokio, donde los rascacielos se mueven, se declaran incendios y se paralizan los transportes públicos.

Pero el horror solo acaba de comenzar.

A lo largo de kilómetros de las costas del noreste de Japón, una parte de la corteza terrestre se hundió bajo otra, elevando una porción del fondo del mar y liberando una increíble energía hacia la superficie.

Esto provoca una serie de olas gigantescas que se dirigen hacia Japón, con un tiempo máximo de 45 minutos para que los habitantes de la zona busquen refugio cuando el país lanza su alerta de tsunami.

– “Estaba aterrorizado” –

“Agarré a nuestro abuelo y nuestro perro y partimos en coche. La ola estaba justo detrás de mí. Tenía que zigzaguear entre los obstáculos y el agua”, contó a la AFP una superviviente, Miki Otomo, poco después de la catástrofe.

La masa de agua destruye edificios de cemento y arrastra barcos, vehículos y escombros hasta tierra adentro.

“Pensé que mi vida se había terminado”, confió más tarde Kaori Ohashi, que pasó dos noches en una residencia para personas mayores donde se ocupaba de 200 ancianos con otros miembros del personal.

Ohashi vio vehículos y conductores arrojados por el agua y personas aferrarse de manera desesperada a árboles antes de ser arrastradas por una oscura marea.

Rápidamente surge la preocupación por la situación de las centrales nucleares de la región.

Las autoridades afirman que no se ha detectado ninguna fuga radiactiva, pero los medios informan de fallas en los sistema de enfriamiento de la central de Fukushima Daiichi.

Tres de los seis reactores de esa planta estaban en funcionamiento cuando se cortó su suministro eléctrico por el sismo y el tsunami, lo que provoca un recalentamiento y luego una fusión en el corazón de sus reactores.

Un empleado de la central contó a la AFP que las instalaciones comenzaron a temblar y a rechinar ruidosamente cuando tuvo lugar el sismo. Esta persona subió a una colina con sus colegas y poco después vio olas que devoraron un poste de diez metros de altura. Los reactores eran como rocas en el mar.

“Empezamos a escuchar a la gente gritar: ‘¡Llega un tsunami!’ Vimos olas llenas de espuma avanzar hacia nosotros desde la bahía. Estaba aterrorizado”, dijo.

Por la noche, el gobierno japonés declara una situación de emergencia nuclear y llama a miles de vecinos de la central a abandonar la zona.

– Vapores radiactivos –

Mientas imágenes apocalípticas dan la vuelta al mundo, millones de japoneses privados de electricidad y agua tiene que soportar temperaturas nocturnas inferiores a cero grado.

Al día siguiente, los socorristas buscan supervivientes y víctimas en un paisaje de barro. Comienzan a llegar a las costas cientos de cuerpos.

Se abre un conducto en la central de Fukushima para reducir la presión, lo que libera vapores radiactivos. Pero por la tarde, una explosión de hidrógeno destruye el edificio del reactor número 1.

Se rocía con agua de mar a los reactores para enfriarlos y evitar fugas radiactivas demasiado grandes, pero dos nuevas explosiones de hidrógeno sacuden los reactores 3 y 4 el 14 y 15 de marzo.

“No quería que este bebé estuviese expuesto a radiaciones. Quería evitar eso como fuese”, declara a los medios locales una joven madre en uno de los centros de evacuación de Fukushima, donde 200.000 personas encuentran refugio justo después de la catástrofe.

El pánico se apodera de Japón y el mundo. El precio de las píldoras de yodo se dispara y se amplía la zona prohibida alrededor de la central.

En diciembre de 2011, las autoridades japonesas declaran que los reactores se encuentran en un estado de “apagado en frío”, lo que permite reducir de manera considerable las emisiones de materias radiactivas.

Desde entonces, el desmantelamiento de la central avanza de manera muy lenta y debería tardar entre tres y cuatro décadas al menos.

En total, el sismo y el tsunami dejaron unos 18.500 muertos y desparecidos.

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