En plena nueva ola del virus, los españoles se aferran a la mascarilla
La temperatura es de más de 35 grados, pero bocas y narices siguen cubiertos en Madrid. La mascarilla dejó de ser obligatoria en las calles, pero los españoles se aferran a ella mientras algunas regiones buscan volverla a imponer al aire libre ante la explosión de contagios, a contracorriente de otros países europeos.
Katherin Castro, con 18 años y una dosis de la vacuna, va por la calle con ella «por si acaso». Es la imagen de muchos españoles que no quieren desprenderse de la mascarilla, un implemento que se volvió parte de la vida cotidiana desde hace año y medio. «Todavía hay covid, y aun con vacuna hay muchos contagios», dice.
Con una FFP2 y caminando por una amplia avenida madrileña, Juana Delgado, de 65 años, asegura que lleva la mascarilla «todos los días». «No pienso quitarla de momento», señala, afirmando que solo se siente «segura en casa».
Un mes después de la relajación del uso de la mascarilla en España, pocos la han abandonado, en momentos en que el Reino Unido renunció a ella y en Francia se baraja quitarla para los vacunados en algunos sitios cerrados.
«Nuestras calles y nuestros rostros recuperarán en los próximos días su aspecto normal», auguró el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, cuando anunció el fin de su uso obligatorio al aire libre, siempre y cuando se mantenga una distancia de 1,5 metros.
Pero a la luz de la escalada de contagios por la variante Delta, Delfín Rapado, que pasea a su nieta en un cochecito, estima que «hasta que un 80, 85% de la población no sea vacunada, no debería sacársela».
Actualmente, un poco más del 50% de los 47 millones de españoles están totalmente vacunados.
Para el sexagenario, que se separa un poco antes de responder a la AFP, «el gobierno se ha equivocado retirándola tan pronto». Para él, el «verdadero motivo era dar una sensación de seguridad para que los turistas [vengan] a España».
Los turistas, precisamente, «no la llevan», se queja Flor Cárdena, de 64 años, quien tiene una tienda en las conocidas Ramblas de Barcelona, enojada al ver pasar a dos personas con el rostro descubierto.
«Yo no me fío. Yo la mascarilla no me la voy a quitar ni cuando se acabe la pandemia, me da igual», acota.
Llegada de Francia en vacaciones, Marie-Helene Leheley, de 57 años, muestra su sorpresa por que la gente «lleve la mascarilla todo el tiempo».
– «Decreto de las sonrisas» –
Las regiones más golpeadas por la nueva ola de contagios, como el País Vasco, Baleares, Andalucía y Cataluña, han pedido al gobierno del socialista Pedro Sánchez que restablezca la obligatoriedad de la mascarilla al exterior. Sin éxito.
Aunque se niega y defiende su decisión, el Ejecutivo ha modificado su discurso.
La ministra de Sanidad, Carolina Darias, recordó esta semana que «las mascarillas siguen siendo obligatorias en nuestro país y solo en supuestos muy concretos, muy determinados, dejan de serlo».
El miércoles, en una votación que aprobó en el Congreso de los Diputados un texto apodado «el decreto de las sonrisas» que ratificó el fin del mandato de usar el tapabocas en todo momento, aliados clave del gobierno se abstuvieron y la oposición de derecha se pronunció en contra.
Elvira Velasco, diputada del Partido Popular (derecha), denunció que permitir no llevar mascarilla al aire libre envía un mensaje de falsa seguridad y «ha contribuido a la situación actual» de aumento de los contagios.
– Medida «icónica» –
Óscar Zurriaga, vicepresidente de la Sociedad Española de Epidemiología, considera que la mascarilla no debió nunca haber sido obligatoria al aire libre.
«En exteriores bien ventilados, donde no haya acumulación de personas, donde se pueda mantener la distancia de seguridad, nunca ha sido necesario», estima, considerando más bien que la población no ha tenido «conciencia» de las situaciones de riesgo, tanto al aire libre como en las terrazas de los restaurantes.
«El mensaje subliminal» del retiro de la mascarilla, una medida «muy icónica», conduce al abandono de otras precauciones sanitarias, más eficaces, como la distancia social, lamenta.