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En un Líbano en crisis, los caminos opuestos de los manifestantes

Un grupo de manifestantes con un enorme puño con la palabra "Revolución"en la Plaza de los Mártires de Beirut (Líbano), el 22 de noviembre de 2019 afp_tickers

Cuando estalló un levantamiento popular sin precedentes en Líbano en octubre de 2019, Jennyfer, Teymour y Dayna se unieron a la multitud eufórica para derrocar a los políticos corruptos. Pero un año después han seguido trayectorias opuestas.

En el último año, la economía ha seguido cayendo en picado, la pobreza se ha extendido y la capital libanesa ha sido devastada por una gigantesca explosión.

En cuanto al movimiento de protesta, las inmensas manifestaciones de los primeros días, con cientos de miles de personas, se han vuelto cada vez más esporádicas y han sido dispersadas violentamente por las fuerzas de seguridad.

Hoy, en un Líbano traumatizado, Jennyfer Harb, publicista, ha perdido toda esperanza de cambio. Teymour Jreissati, empresario, ha dejado el país. Dayna Ayyache, poeta y activista, sigue decidida a continuar la lucha.

Cuando la primera manifestación tuvo lugar el 17 de octubre tras la decisión del gobierno de gravar el uso de WhatsApp, Jennyfer salía del cine.

“Había fuego a nuestro alrededor”, recuerda la joven de 26 años, refiriéndose a los neumáticos y los contenedores incendiados por los manifestantes.

“En ese momento, no entendía lo que estaba pasando. Pero me gustaba sentir la rabia” de los manifestantes.

– “Consumida” –

El mismo día, el gobierno eliminó su impuesto, pero era demasiado tarde. Fue la gota que colmó el vaso. Las protestas aumentaron contra un sistema estancado, con servicios públicos inexistentes, una economía en decadencia y una clase política que ha permanecido prácticamente inalterada durante décadas.

Durante dos meses, Jennyfer no fue a trabajar. Pasó los días en la calle y, sus pocas horas de sueño, con amigos e incluso con extraños.

“Fue un hermoso sueño, un sueño de un nuevo comienzo”, dice.

Pero la crisis empeoró, Jennyfer quedó agotada y tuvo que volver al trabajo. “Me quedé consumida”, dice. “No pude mantener el ritmo”.

Después de la explosión del 4 de agosto en el puerto, que mató a más de 200 personas, en gran parte atribuida a la negligencia del Estado, quería volver a las calles.

¿Cómo aceptar un Estado que durante más de seis años permitió almacenar una enorme cantidad de nitrato de amonio cerca de zonas residenciales?

– Éxodo –

En la primera manifestación después de la tragedia, cuenta que los soldados la pegaron mientras intentaba proteger a un joven de ser golpeado con porras. Fue en ese momento que sintió que ya no podía hacer frente.

“Son tan poderosos que pueden silenciarte”, dice, refiriéndose a los líderes que se aferran al poder.

“¿Por qué seguir luchando?”

Durante 292 días, Teymour puso su vida entre paréntesis para sumergirse en la protesta. Deja a su socio la gestión de su compañía de muebles, ve poco a sus dos hijos pequeños.

Pero se multiplican las advertencias apenas veladas, tanto de los servicios de seguridad como de los partidarios de ciertos partidos políticos. Teymour, de 33 años, dice que incluso recibió amenazas de muerte por teléfono.

Una llamada telefónica le decidió a abandonar el activismo: “Sabemos dónde está la escuela de su hijo”, le dijeron.

En junio, se preparó para partir a Francia y se instaló en Niza (sur) una semana antes de la tragedia del puerto. Ese día, cinco de sus amigos murieron.

“Ningún ser humano debería tener que pasar por lo que están pasando los libaneses”, cuenta.

– “Pura rabia” –

Cuando estallaron las protestas, Dayna fue una de las primeras en salir a la calle.

“Era una rabia justa y pura”, dice esta mujer de 31 años, fundadora de una oenegé que apoya a los artistas organizando exposiciones y proporcionando alojamiento.

Participó en manifestaciones y bloqueos de carreteras.

“Fue un poder que nos volvieron a dar”, recuerda.

Las causas que defiende son muchas –los derechos de las mujeres, de los trabajadores domésticos, de la comunidad LGTBQ– porque, para Dayna, todo el mundo tiene un lugar en la revolución.

Al preguntarle sobre la pérdida de impulso de la movilización, rechaza cualquier derrota, explicando que después del 4 de agosto, los esfuerzos de los activistas se reorientaron hacia la ayuda a los barrios afectados por la explosión.

Las incesantes crisis no han debilitado su determinación, sino todo lo contrario.

“No sé qué podría hacer que nos rindamos”, dice. “Lo que nos han hecho ya es mucho, y aún así seguimos adelante”.

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