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La nueva embajada de EEUU en Londres, una fortaleza en el ojo del huracán

El nuevo edificio de la Embajada de Estados Unidos, situado en el barrio londinense de Nine Elms, al suroeste, el 18 de diciembre de 2017 afp_tickers

La nueva embajada de Estados Unidos en Londres, que Donald Trump colocó en el centro de la polémica, es una fortaleza en un barrio sin gracia que encarna el desafío de combinar un buen aspecto con las nuevas exigencias en seguridad.

No hay memoria de cuándo se construyó en Londres el último edificio con foso -el más famoso de ellos es la Torre de Londres-, probablemente en la Edad Media, pero la nueva embajada estadounidense, diseñada por el estudio arquitectónico Kieran Timberlake (de los arquitectos Stephen Kieran y James Timberlake), tiene uno que evitaría, por ejemplo, un ataque con un camión.

La embajada es un cubo de cristal transparente, apoyado sobre una columnata y está recubierto con unas barras estilizadas y ondulantes que la distinguen. El edificio -y de ahí vino la polémica con Trump- está en un barrio sin gracia, industrial y mal comunicado a orillas del río Támesis, conocido como Nine Elms.

La construcción ha costado alrededor de 1.000 millones de dólares, que se cree que fueron ampliamente financiados por la venta de la antigua legación a un fondo de inversiones catarí que lo convertirá en hotel.

El nuevo edificio no crea unanimidad entre los críticos. El de la revista The Economist sentenció: «aquellos desesperados por encontrar un símbolo de la actual administración estadounidense en la nueva embajada en Nine Elms encontrarán uno con demasiada facilidad: es un cubo achaparrado y fortificado dentro de un foso».

El del periódico dominical The Observer comparó su decoración «a un vanilla-latte de Starbucks», la cadena de café estadounidense.

Trump alegó el mal negocio de mudarse de la plaza Grosvenor, en el bello barrio de Mayfair, a Nine Elms para suspender su visita a Londres.

«Es como mudarse del Upper East Side de Nueva York a Nueva Jersey», explicó al New York Times Peter Rees, que fue responsable de urbanismo de la City de Londres.

Desde que, en 1785, John Adams -luego presidente- se convirtió en el primer embajador del recién nacido Estados Unidos en su antigua metrópolis, Washington siempre tuvo su legación en esa plaza, aunque el último edificio que la acogía era de 1960 y, como este, nunca gustó a todo el mundo.

El edificio de Grosvenor, coronado con una gran aguila que se había convertido en su santo y seña, había quedado obsoleto, «no cumplía las necesidades de una oficina moderna y las exigencias de seguridad», dijo el anterior embajador estadounidense en Londres, Louis Susan, al desvelar el proyecto ganador de Kieran Timberlake.

Las legaciones diplomáticas estadounidenses han sido blanco frecuente de atentados, como la de Dar es Salaam, Tanzania, destruida por una bomba en 1998, o asaltos, como la de Teherán en 1979 tras el triunfo de la revolución islámica -que dio pie al secuestro durante meses de sus diplomáticos- o, más recientemente, el consulado de Bengasi, que acabó con el asesinato del embajador en Libia Chris Stevens.

Por ello, el acento se pone ahora en la seguridad. Los diseñadores del edificio dijeron que afrontaron el desafío de crear «una gran sensación de bienvenida a la comunidad, y cumplir al mismo tiempo las exigencias funcionales específicas de seguridad, del trabajo diplomático y de sostenibilidad medioambiental».

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