«Algunos monjes budistas conservadores no quieren la democracia en Birmania»
Gaspar Ruiz-Canela
Bangkok, 25 may (EFE).- «Algunos monjes conservadores no quieren la democracia. Creen que el budismo se va a perder», afirma Vijjo, un bonzo budista al describir la división entre los religiosos ante el golpe de Estado del pasado 1 de febrero en Birmania (Myanmar).
En una entrevista con Efe por teléfono, el monje asegura que en su templo de Rangún no aceptan donaciones de los uniformados y que la mayoría de los religiosos y civiles están contra el golpe, pero reconoce que también hay quienes apoyan el levantamiento militar.
«Se creen la propaganda de los militares que, con la democracia, el budismo está en peligro», lamenta el monje, que prefiere usar solo su apodo para evitar represalias de las autoridades.
En su opinión, algunos monjes no rechazan a los militares por miedo, mientras que otros son cercanos a los grupos ultranacionalistas que han hecho campaña en los últimos años contra los musulmanes y, en particular, la minoría rohinyá.
«Yo no acepto el golpe militar. Al líder militar (Min Aung Hlaing) no lo puedo llamar budista. Buda no enseñó el mal y a matar», explica este bonzo treintañero que ingresó en un monasterio budista hace dos décadas.
«Todo ha cambiado. Nadie es feliz. La gente vive con miedo de los militares», agrega Vijjo tras lamentar la represión militar contra las manifestaciones y el movimiento de desobediencia civil contra el golpe.
Señala que ahora es menos habitual ver protestas en Rangún debido a la violencia de los militares y policías y el miedo es aún mayor de noche, cuando los uniformados acosan y detienen a civiles acusados de ser disidentes.
En su templo reparten comida a diario a decenas de birmanos que han perdido su trabajo en medio de una economía que está en caída libre tras meses de protestas y huelgas, mientras que los soldados han convertido algunos colegios en cuarteles militares para vigilar a la población.
Según datos de la Asociación de Asistencia a los Prisioneros Políticos, los uniformados han matado hasta el momento a al menos 824 civiles en la represión y han arrestado a más de 5.400 personas, incluidos varios monjes.
UN PAÍS MAYORITARIAMENTE BUDISTA
Cerca del 90 por ciento de los 54 millones de birmanos profesa el budismo en el país, que cuenta con unos 500.000 monjes en unos 40.000 monasterios y templos a lo largo y ancho de esta nación del Sudeste Asiático.
El propio jefe de la junta militar, el general golpista Min Aung Hlaing, es un creyente fervoroso y, además de dirigir la represión del movimiento civil, ha asistido desde el levantamiento a ceremonias religiosas, como una dedicada a la construcción de un buda de mármol de 19 metros de alto en la capital, Naipyidó.
Estas ceremonias en las que los uniformes militares se mezclan con las túnicas azafrán son recogidas en la prensa oficialista, que también informa de rezos en templos en un intento de aparentar normalidad en el país.
El pasado marzo se filtró el borrador de un comunicado del Comité de la Sangha Maha Nayaka (Mahana), nombre oficial de la máxima autoridad budista en Birmania, en el que anunciaba que suspendía sus actividades tras pedir a los militares que dejaran de matar, arrestar y torturar a civiles desarmados.
Sin embargo, miembros de este comité, formado por 47 monjes de alto rango y que depende del Ministerio, han seguido asistiendo a eventos y ceremonias organizados por los líderes castrenses, según se puede ver en medios estatales como el Global New Light of Myanmar.
ISLAMOFOBIA
Algunos grupos budistas ultranacionalistas de corte islamófobo apoyaron a Min Aung Hlaing cuando, como jefe del Ejército, llevó a cabo una operación militar contra la minoría musulmana rohinyá entre 2016 y 2017, hechos que están siendo investigados por supuesto genocidio en la Corte de Justicia Internacional.
Estos monjes, como el popular Wirathu, también se oponían a la líder depuesta en el golpe, Aung San Suu Kyi, aunque otros muchos bonzos birmanos también defienden la tolerancia y se han puesto al frente de manifestaciones contra los militares como en las protestas de 2007 conocidas como la Revolución Azafrán por el color de sus túnicas.
Tras el reciente golpe, los religiosos también están saliendo a las calles, sobre todo en sitios como Mandalay, para pedir el fin de la junta militar y el retorno de la democracia.
No obstante, Vijjo es pesimista con el futuro de su país y cree que, si la junta se aferra el poder, habrá una espiral de violencia, lo que se está viendo ya con la decisión de algunos opositores al régimen a tomar las armas contra la junta. EFE
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