Bolivianos veneran calaveras humanas con música y ofrendas en la Fiesta de las Ñatitas
Desde hace más de tres décadas, cada ocho de noviembre en Bolivia, Carmen Rejas llega al Cementerio General de La Paz acompañada de Ana y Susana, dos calaveras desenterradas que adornó con coronas de flores para celebrar la Fiesta de las Ñatitas.
Las «ñatitas» -como le llaman a los cráneos humanos- son veneradas en esta ciudad de mayoría católica en un rito que combina las tradiciones ancestrales indígenas con la religión cristiana.
Susana fue una amiga de la familia de Rejas. Ana ayudó a criar a los dos hijos de esta comerciante pastelera de 67 años, quien mantiene los cráneos de ambas en su vivienda.
«Antes, en este lugar, los de la alcaldía retiraban toda clase de ‘ñatitas’. Eran para adoptar. Si usted quería, se llevaba una», recuerda.
En Bolivia, los restos depositados en nichos temporales se exhuman cada cinco años si nadie los reclama. Son incinerados, enterrados en fosas comunes o donados.
«Simplemente nosotros las pedimos» antes de que las desechen, dice sobre los calaveras de sus amigas, a las que pide que cuide a su familia.
Hay devotos que declaran a la AFP también haberlas conseguido profanando tumbas o comprándolas clandestinamente.
Aunque la festividad tiene un origen incierto, se presume que es indígena. Sus devotos creen que las calaveras protegen sus hogares y que por ello deben rendirles tributo en el cementerio una vez al año, con motivo de las celebraciones de los muertos que se extienden en noviembre por América Latina.
Los asistentes les ofrecen flores, hojas de coca, cigarrillos, alimentos y música en vivo.
La alcaldía de La Paz, administradora del cementerio, también ha dispuesto decenas de cráneos desenterrados para esta celebración, dijo a la AFP Érika Andara, directora ejecutiva de los cementerios municipales.
En 2008 la Iglesia Católica condenó este culto porque no estaba de acuerdo con la fe y el actuar cristianos. Pero la multitud ha impuesto sus creencias, sin dejar de reclamar una bendición religiosa.
El dentista Edgar Santos, de 54 años, muestra las cabezas de José María y Alexandra.
La primera la consiguió cuando era joven en Achocalla, a 50 minutos de La Paz, para sus estudios universitarios. «Una mañana temprano fuimos mi hermano y yo. Sacamos la calaverita de un nicho vacío», explica.
La segunda fue comprada por su hija, estudiante de odontología, a 100 dólares.
«Hoy los cementerios tienen más control (…) En esta época es difícil obtener estos cráneos», dice Aranda, directora del cementerio.
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