Con la quiebra del banco estadounidense Lehman Brothers comenzó hace 10 años una de las mayores crisis financieras y económicas desde hace un siglo. Suiza también pagó el precio, pero logró remontar con rapidez la pendiente, sin acumular deuda, lo que no fue el caso de muchos otros países.
El 15 de septiembre de 2008, el colapso de Lehman Brothers, cuarto banco estadounidense de inversión, puso al descubierto la dimensión de la burbuja en el mercado de hipotecas subprime en el coloso americano, favorecida por una política monetaria demasiado expansiva y la desregulación de los mercados financieros. Tras de que el gobierno de EE UU se negara al rescate de la institución insolvente, un clima de desconfianza congeló el mercado de créditos en unos pocos días, dejando a los propios bancos sin liquidez. Desde Estados Unidos, la crisis financiera se extendió a otros países, transformándose muy pronto en una crisis económica mundial y perfilando incluso el espectro de una Gran Depresión.
Aunque Suiza no salió indemne, le fue mejor de lo que inicialmente se temía. De hecho, había diversos ingredientes para hacer de Suiza una de las principales víctimas de esa crisis. En primer lugar, los dos grandes bancos suizos, UBS y Credit Suisse, figuraban entre las instituciones extranjeras más expuestas a la burbuja de los subprimes. Suiza era más dependiente que otros países del sector bancario -que todavía proporciona más del 10% del Producto Interno Bruto (PIB). En 2008, la economía suiza se estaba recuperando apenas de un período de crecimiento económico definido como anémico. La crisis golpeó de lleno a EE UU y la UE, los principales socios económicos de Suiza.
Y, peor aún, la desaceleración del dólar y, sobre todo, el estallido de la crisis en la eurozona empujó nuevamente al franco suizo al alza, haciendo que los precios de los productos básicos de exportación se dispararan considerablemente. En 2011, el Banco Nacional de Suiza (BNS) se vio obligado a introducir un tipo mínimo de cambio de 1,2 francos por 1 euro, abandonado en 2015. Esta medida y la ulterior participación del BNS en el mercado cambiario y en las tasas de interés permitieron contener, al menos en parte, la subida del franco.
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El tipo de cambio mínimo, criticado tanto en el momento de su introducción como de su revocación, demostró ser lo suficientemente providencial para restablecer los márgenes de beneficio de las empresas exportadoras durante el período más delicado de la crisis. Obligadas a convivir con un franco fuerte y un mercado interno restringido, las empresas suizas también se han especializado desde hace tiempo en productos de alta calidad y nichos de mercado. Por lo tanto, Suiza se hundió menos que otros países en la recesión en 2009 y recuperó discretas tasas de crecimiento más rápidamente. Sin embargo, cabe señalar que después de la eliminación del tipo de cambio mínimo en 2015, el crecimiento del PIB se ha debilitado nuevamente.
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Suiza ha claramente aprovechado las medidas masivas tomadas por los bancos centrales estadounidenses y europeos para restablecer el oxígeno a la economía. Los miembros de la UE y Estados Unidos absorben casi el 70% de las exportaciones suizas. Sin embargo, en comparación con muchos otros países, Suiza ha hecho un pequeño “milagro”, logrando superar la crisis sin acumular deudas colosales.
De hecho, en la última década el Estado incluso ha reducido su endeudamiento, registrando continuamente utilidades multimillonarias, con la excepción de un mini-déficit en 2014. Con un costo de varios billones de dólares y euros, los planes para el rescate bancario y la recuperación económica implementados por la administración de Estados Unidos y los gobiernos europeos han dejado trás de sí una montaña de deudas, lo que entraña el riesgo de colapso en la próxima crisis económica.
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El óptimo estado de salud de los fondos públicos suizos durante la gran crisis está relacionado con diversos factores. Entre ellos, los bajos gastos del gobierno en comparación con otros países, agobiados por un fuerte aparato administrativo, la fortaleza de diversos sectores económicos, que han garantizado buenos ingresos fiscales y condiciones marco favorables, lo que permitió atraer a numerosas empresas extranjeras. De la solidez de la economía helvética 10 años después del inicio de la crisis también da testimonio el alto nivel de inversión pública y privada. Suiza es uno de los pocos países europeos que en 2017 logró un mayor volumen de inversión que en 2007.
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Sin embargo, incluso Suiza pagó el precio de la crisis. Entre los sectores más afectados se encuentra la propia plaza financiera, que ha disminuido su tamaño a nivel internacional. El BNS también se vio obligado a aumentar masivamente sus reservas de divisas, lo que quizás sea la mayor fuente de preocupación para el futuro: el margen de maniobra del banco central para limitar una nueva apreciación del franco en una próxima crisis se ha reducido peligrosamente.
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Fuera de la Unión Europea (UE), Suiza forma parte de los raros países europeos que responden desde el inicio a los “criterios de convergencia” del Tratado de Maastricht, que colocó las bases de la unión económica y monetaria de la UE y la creación del euro. Los países candidatos a adherirse a la moneda única debían empeñarse, en particular, en contener la deuda pública por debajo del 60% del Producto Interno Bruto (PIB).
Ya al momento de su adhesión al euro, ciertos Estados no respetaron ese criterio: Grecia, 107%; Italia, 109%; Bélgica, 114%. Con la crisis financiera y económica, diversos países europeos se vieron obligados a aumentar fuertemente sus inyecciones financieras para apoyar al sector bancario y relanzar la coyuntura. Hoy, la deuda pública de las principales economías de la zona euro, y también del Reino Unidos, rebasa el 60%.
Las finanzas públicas suizas pudieron, al contrario, gozar de una solidez económica inesperada, que permitió mantener un buen balance fiscal. La economía helvética, que registró una contracción solo en 2009, salió rápidamente de la crisis internacional: el consumo aumentó, las exportaciones no sufrieron frenos notorios, pese a la disminución de la demanda de los mercados de la UE, y la tasa de paro se mantuvo entre el 3 y el 4%.
La Banca Nacional Suiza (BNS) jugó, por su parte, un papel importante, participando en la salvaguardia del banco UBS, y contribuyendo por varios años a evitar el aumento en la apreciación del franco frente al euro. Suiza se vio favorecida por el hecho de que los gastos estatales registraron una baja histórica con respecto al PIB, una diferencia de lo que ocurrió con otros países europeos, imposibilitados a seguirle el paso, a causa de un pesado aparato administrativo y de empresas públicas.
Pero también determinante para el buen estado de salud de los haberes públicos fue el “freno a la deuda”, un mecanismo introducido en 2003 por la Confederación (gobierno) para evitar desequilibrios estructurales de las finanzas federales e impedir un aumento de la deuda, como ocurrió en la década de los Noventas. Este mecanismo busca el reequilibrio de los ingresos y egresos en el arco de un ciclo coyuntural: en los años de desaceleración económica se producen déficits limitados, mientras que en los años de alta coyuntura deben conseguirse excedentes. Modelos análogos fueron introducidos también en muchos cantones suizos.
El freno al endeudamiento permitió reestablecer rápidamente el equilibro de las finanzas públicas: la deuda total (administración pública y seguridad social) pasó así del 50,7% en 2003 al 33,1% en 2015. En el último decenio, con una sola excepción en 2014, las cuentas de la Confederación registraron sistemáticamente utilidades de miles de millones de francos. Un resultado prácticamente único a escala europea.
La recuperación financiera es un objetivo de todas las fuerzas políticas, ya que además de permitir reducir los gastos relacionados con el pago de intereses de la deuda, también refuerza la resistencia de Suiza ante nuevas crisis. Para algunos partidos – y para diversos economistas – la política del ahorro ha llegado al exceso: en el último decenio la Confederación consiguió incluso excedentes en años de desaceleración coyuntural. Y, pese a estas utilidades, el gobierno presenta cada año nuevos planes para reducir el gasto público. Según la izquierda, las fuentes financieras de la Confederación deberían ser empleadas principalmente para reforzar el Estado social y para sostener la economía y la creación de puestos laborales en tiempos de baja coyuntura. Para los partidos de centro y de derecha, la economía no requiere apoyos estatales, pero si de aligerar más la política de gravámenes fiscales.
A pesar del buen funcionamiento de las finanzas federales, la política financiera figura desde hace años entre los temas más combatidos en el Legislativo. Es el caso también este año. En el marco de la nueva reforma sobre la imposición tributaria a las empresas, la mayoría del centro y la derecha en el parlamento ha aprobado una serie de aligeramientos de orden fiscal a la iniciativa privada de miles de millones de francos. Esta reforma representa un ataque contra los fondos del Estado, considera la izquierda, que tiene la intención de lanzar un referéndum en contra de estas modificaciones. Entre tanto, el ministro de Finanzas, Ueli Maurer, ya ha anunciado tres planes de ahorro para los próximos años, que afectan, en particular, a los presupuestos de la previsión social, la formación y la ayuda exterior. Pero no serán tocadas las carteras de la defensa nacional, la agricultura y los transportes viales. Asuntos que también son objeto de una gran batalla entre los partidos.
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Le riforme dell’assicurazione malattia e della previdenza sociale sono però in cantiere da quasi una ventina d’anni e finora i partiti non sono riusciti a raggiungere un compromesso. Una soluzione dovrà però essere trovata ben presto, poiché l’evoluzione demografica si prospetta come una bomba ad orologeria che minaccia di far esplodere l’equilibrio delle finanze pubbliche.
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