Kari Voutilainen, el maestro relojero que llegó del norte
El relojero finlandés Kari Voutilainen, que goza de gran prestigio entre los coleccionistas del mundo, ha inaugurado una empresa en el cantón de Neuchâtel. Encuentro con uno de los nombres más emblemáticos de la alta relojería contemporánea.
Ubicado al final de una carretera forestal, sinuosa y llena de baches, en la frontera entre el cantón de Neuchâtel y Francia, el antiguo restaurante Chapeau de Napoléon ofrece una imponente vista panorámica sobre el Val-de-Travers. Construido a una altura de casi 1000 metros, en una montaña que evoca al famoso bicornio del famoso Emperador, las vistas sobre el pueblo de Fleurier y sus renombradas empresas relojeras (Parmigiani, Chopard, Vaucher) es espectacular.
En el aparcamiento frente al edificio que compró y renovó por completo para albergar a sus 30 empleadas y empleados, Kari Voutilainen nos aguarda con vestimenta informal, un polo gris y unas gafas sobre la cabeza. Su apretón de manos es cálido, su tono es amable y nos sonríe. Aunque su nombre parece salido directamente de una novela de Arto Paasilinna, Kari Voutilainen no muestra el carácter frío y silencioso que a menudo asociamos con la gente del norte.
Y sin embargo este hombre tendría de qué jactarse. Kari Voutilainen es, en cierto sentido, el Lionel Messi de la alta relojería. Ha ganado al menos ocho veces el Gran Premio de Relojería de Ginebra, una de las distinciones más prestigiosas del sector. Sus modelos se los arrebatan los coleccionistas más ricos del mundo entero, especialmente en Estados Unido, pagando por ellos precios estratosféricos. Se requieren al menos 75 000 francos, antes de impuestos, para poder adquirir un modelo «básico» de su marca y las listas de espera no dejan de crecer.
De Laponia a Suiza
Nada parecía predestinar a Kari Voutilainen a emprender una carrera dentro de la alta relojería. Nacido en 1962, el joven Kari pasó sus primeros 20 años en Kemi, una pequeña ciudad portuaria e industrial de la Laponia finlandesa dedicada a la industria de la madera. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que lo suyo no era gastar los pantalones sentado en un banco de escuela. “Prefería retocar y tallar madera que pasar el tiempo con la nariz metida en los libros», dice.
Mientras cursaba los últimos años de la escuela obligatoria, realizó una pasantía de dos días en un taller de reparación de relojes que dirigía un amigo de su padre. “Fue una verdadera revelación. En ese momento entendí cómo la gente puede adherirse a una religión. Es difícil de explicar, pero desde aquel día jamás he tenido la impresión de estar trabajando”, narra quien hoy pasa alrededor de 80 horas a la semana, fines de semana incluidos, en su taller.
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Kari tuvo que convencer a su padre, un rígido banquero protestante, para que lo inscribiera en la prestigiosa escuela de relojería Tapiola, cerca de Helsinki. Por las noches, después de las clases, solía entretenerse con viejos relojes para adquirir conocimientos sobre las piezas desgastadas. Tras conseguir su primer empleo en un taller de reparación de relojes en Ylitornio, una pequeña localidad en la frontera con Suecia, su insaciable deseo de aprender le llevó a volar a Suiza, la tierra prometida de la alta relojería mecánica.
El sueño de independencia
En 1989, Kari llegó por primera vez con sus maletas a Neuchâtel para asistir a un curso en el Swiss Watchmaking and Development Centre Wostep. “Es el único lugar del mundo que ofrece cursos sobre relojes complicados”, explica. La crisis del cuarzo se digería poco a poco en aquel periodo y la relojería mecánica recuperaba sus cartas de nobleza.
Dos encuentros iban a cambiar su destino. El primero fue con Michel Parmigiani, quien lo contrató para trabajar en su taller restaurando las más bellas piezas relojeras, un poco antes de que Parmigiani fundara la marca de relojes homónima. Permaneció con él durante casi 10 años y allí conoció al maestro que le transmitiría todos los secretos de la alta relojería: Charles Meylan. «Él fue quien me animó a hacer mi primer reloj de bolsillo fuera del horario laboral, por la noche, en mi apartamento», recuerda.
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¿Los relojeros suizos sobrevivirán al siglo XXI?
En 2002, después de un período de tres años en Wostep, esta para impartir cursos sobre relojes complejos, Kari Voutilainen cumplió el sueño de su vida: se estableció por su cuenta. En 2005, causó sensación en la Feria de Relojería de Basilea al presentar el primer reloj asociado a su nombre, que tenía un movimiento de repetición de minutos que sonaba cada 10, y no cada 15 minutos, como suele ser habitual.
Con el fin de satisfacer la creciente demanda y liberar algún tiempo para su esposa y sus dos hijos, este perfeccionista fue contratando a relojeros y personal especializado para que le ayudaran. Una dinámica que avanzó hasta dar vida a una auténtica fábrica capaz de reproducir casi todas los componentes de sus creaciones con un diseño limpio y un acabado minucioso.
Autonomía y producción local
Al convertirse en copropietario de las dos empresas que fabrican las esferas y las cajas de sus relojes, Kari Voutilainen se ha permitido un lujo al que casi ningún maestro relojero puede aspirar: una independencia casi total de sus proveedores.
“Hoy en día, fabricamos todo nosotros mismos, excepto tres componentes del movimiento del reloj: el muelle de barrilete, la espiral y las piedras del reloj. Esta verticalización ha sido clave para el éxito. Durante la pandemia, por ejemplo, nos libramos de los problemas de suministro que afectaron a prácticamente toda la industria”, dice el relojero finlandés.
En cuanto a los accesorios de sus relojes, es impensable importarlos de Asia. Encarga las pulseras a una artesana local que trabaja para las principales marcas de marroquinería del mundo. Y las cajas de madera que resguardan sus creaciones son obra de un carpintero local.
Motivación y buenos modales
Eficiencia técnica, precisión, sobriedad y acabados a mano extremadamente meticulosos son el sello de identidad de Kari Voutilainen, desde Shanghái hasta México. Sin embargo, nuestro anfitrión asegura que no se requiere talento para trabajar con él: «Cuando contrato a un nuevo empleado compruebo principalmente su motivación y su savoir-vivre. Todo lo demás puede aprenderse».
Kari Voutilainen cuenta con un equipo de empleados muy jóvenes, la mayoría de ellos viven en el Val-de-Travers o en la vecina Francia. «Todavía no tienen malos hábitos y no han aprendido a trabajar aislados de los otros, como suele ocurrir en la industria relojera», explica.
Aunque tiene una visión crítica sobre la formación relojera actual y la industrialización excesiva del sector, Kari Voutilainen es bastante optimista sobre el futuro del oficio de la relojería, como explica en el siguiente vídeo:
De Singapur al Val-de-Travers
Para él, transmitir los conocimientos técnicos y salvaguardar el patrimonio relojero son de especial relevancia. «No tengo nada que ocultar, trabajo con un espíritu de total apertura hacia mis equipos y clientes. Ya hay suficientes secretos en los cementerios”, sonríe.
En la “fábrica” de Voutilainen, donde se producen entre 60 y 70 relojes al año, toda la energía se pone al servicio de la creación y la artesanía. A diferencia de la mayoría de las marcas de relojes, el departamento de marketing y comunicación solo absorbe una pequeña parte de los recursos financieros de la empresa. Y hay una buena razón para ello. Esta tarea es responsabilidad exclusiva del… jefe de la empresa. «Recibo a los clientes, me encargo de las ventas y visito personalmente a los estands de las exposiciones”, explica Kari Voutilainen.
Este contacto personal es representa una gran ventaja respecto a otras marcas de alta relojería que poseen ejércitos de vendedores y vendedoras impecablemente arregladas. “La semana pasada recibí a un cliente de Singapur. Quedó impresionado por la calma y la magia del lugar. ¡Puedes imaginar el contraste para alguien que vive todo el año rodeado de edificios y hormigón! Podemos vender una historia única, un encuentro y recuerdos perennes. Esta es nuestra gran fortaleza «, dice Kari Voutilainen.
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Relojería suiza: ocho cosas que hay que saber
Traducción del francés: Andrea Ornelas
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