Una camiseta (casi) limpia
Las camisetas de Switcher están consideradas como un ejemplo para la industria textil mundial. La empresa suiza respeta los valores de responsabilidad social y ecológica en la fabricación. Pero este modelo de comercio justo tiene sus límites.
Sábado, día de colada. Entre calcetines y pantalones, un sinfín de camisetas Made in Bangladesh, in China o in Thailand. Lo que incomoda no es la montaña de paños para lavar, sino la sensación de que ni el detergente más eficaz puede eliminar todas las manchas.
Según Géraldine Viret, portavoz de la Declaración de Berna (DB), “el consumidor tiene poquísimas garantías de que en la producción de una camiseta se han respetado los derechos de los trabajadores”. La ONG suiza, que se ha sumado a la Campaña Ropa Limpia (Clean Clothes Campaign) –red internacional que quiere mejorar las condiciones laborales en el sector-, sostiene que “la mayor parte de las empresas textiles no pagan salarios dignos”.
La firma suiza Switcher, calificada de “modélica”, constituye una excepción. Visitamos su sede en Le Mont, a las afueras de Lausana, para comprender cómo se produce una camiseta de forma responsable.
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Camisetas haitianas
Evitar las sustancias nocivas
A semejanza de sus espacios abiertos, la marca de las camisetas monocromáticas lanzada en 1981 aboga por la transparencia. La filosofía de Switcher es clara. “El que quiera trabajar con nosotros debe suscribir nuestro código de conducta. Y da igual que la empresa esté en Bangladesh, Turquía o Suiza. Disponemos de criterios estrictos para toda la cadena de producción”, explica Gilles Dana, responsable desde hace más de quince años de desarrollo sostenible en Switcher.
La materia más utilizada, el algodón, proviene de cooperativas en China, India y Turquía. Los propietarios de cultivos ecológicos tienen garantizado un precio mínimo. Y, luego, reciben una recompensa adicional para invertirla en la comunidad (por ejemplo, en escuelas o pozos).
Las primeras fases de la elaboración del algodón, desde la hilatura hasta la tejedura, están completamente mecanizadas, por lo que el aspecto social es menos relevante, anota Gilles Dana. Problemática es, en cambio, la utilización de sustancias químicas: en el blanqueo, teñido, ablandamiento y tratamiento ignífugo.
“Para obtener un kilo de algodón o de material sintético se necesitan generalmente entre 500 y 1.500 gramos de sustancias químicas”, explica a swissinfo.ch Peter Waeber, responsable de bluesign, sociedad suiza especializada en la certificación ambiental en el sector textil.
Gilles Dana reconoce que es difícil prescindir completamente de productos químicos. Para reducir los efectos sobre el medio ambiente y la salud, Switcher se atiene a los estándares Oekotex que descartan la utilización de las sustancias más nocivas. Además, espera a concentrar un máximo de pedidos. “Es el mismo principio de la lavadora: la ponemos en marcha cuando está llena, en lugar de utilizar un ciclo de lavado para cada prenda”, anota Gilles Dana.
La etapa más crítica, prosigue, comienza cuando el tejido entra en las fábricas de confección, donde se aglutina la mano de obra de la industria textil (30 millones de personas en el mundo) y las condiciones laborales son muy precarias. Los reiterados derrumbes de fábricas en Bangladesh, el incendio del taller textil en Prato (Italia) en noviembre pasado y las protestas para exigir salarios más altos en Camboya son solo algunos de los ejemplos más dramáticos.
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Radiografía del precio de una camiseta
Tres céntimos por camiseta
Es vergonzoso que muchas empresas se limiten a pagar el salario mínimo que establece la ley, denuncia la DB. Para sobrevivir, señala la ONG, una costurera en Bangladesh tendría que trabajar 52 horas al día, seis días a la semana. En el sector textil, la mano de obra cobra el porcentaje más pequeño del precio de una camiseta.
“En la Campaña Ropa Limpia reivindicamos que se pague un salario de subsistencia que cubra las necesidades básicas, como el alojamiento, el transporte, los gastos médicos o la escolaridad”, puntualiza Géraldine Viret. Solamente los miembros de la Fair Trade Foundation, que garantiza una mayor responsabilidad social, se comprometen a pagar salarios dignos, subraya el colaborador de la DB.
Switcher, primera empresa suiza que se adhirió a la Fair Trade Foundation, asegura un salario de subsistencia a través de un programa especial. “Con un salario mínimo de 68 dólares mensuales, una costurera en Bangladesh cobra de 5 a 7 céntimos por camiseta. Nosotros nos comprometemos a pagarle 3 céntimos más por prenda”, explica Gilles Dana.
Una vez al año, este fondo de solidaridad se distribuye a todos los obreros de la fábrica, incluidos los que no han trabajado en las camisetas de Switcher. “Al final, disponemos tal vez de 10.000 dólares para 3.500 empleados. Obviamente, no es mucho, entre otras cosas porque somos un pequeño cliente. Pero si otras empresas siguieran el ejemplo, el salario se duplicaría”, sostiene Gilles Dana.
I controlli effettuati nelle aziende tessili da parte di organi indipendenti sono sovente annunciati, a volte con uno o due mesi di anticipo, spiega Gilles Dana di Switcher. «Questo avviso è spesso sufficiente per spingere i responsabili della fabbrica a investire in migliorie», afferma, pur riconoscendo che questo sistema ha i suoi svantaggi.
Celare i malfunzionamenti o presentare certificati di salario falsi può essere facile, soprattutto in paesi con un’elevata corruzione. «L’ispettore esperto che lavora per una società riconosciuta è comunque in grado di identificare i problemi più gravi», assicura Gilles Dana.
Contattata da swissinfo.ch, la fondazione Fair Wear scrive che «i manager sono solitamente più disposti a collaborare e a migliorare la situazione sul posto di lavoro se i controlli sono annunciati». Pianificando le ispezioni si garantisce inoltre la possibilità, al momento della visita, di parlare con i dirigenti e di consultare i documenti appropriati, sottolinea Fair Wear.
Secondo la Dichiarazione di Berna (DB), le ispezioni annunciate non sono la soluzione ideale. In Bangladesh, puntualizza l’ong, la questione delle ispezioni è ad ogni modo soltanto uno dei vari problemi. Lo stato degli edifici non è mai stato seriamente esaminato e non si è mai proceduto ai rinnovamenti necessari.
Accanto ai controlli, insite la DB, ci vogliono dunque altre misure, come interviste con gli operai all’esterno delle fabbriche, discussioni con i sindacati e le ong. Bisogna anche verifiche in che misura le marche includono la responsabilità sociale nelle loro politiche commerciali.
Código de trazabilidad
La afiliación a Fair Wear comprende inspecciones obligatorias en las fábricas y oficinas. Se pasa revista a los horarios de trabajo, las compensaciones, las salidas de emergencia, la calidad de los productos utilizados… “Todos nuestros proveedores tienen que someterse a estos controles. Y nosotros también”, indica Gilles Dana.
El año pasado, casi la mitad de los 24 proveedores de Switcher fueron objeto de inspecciones. “Nos percatamos de que una empresa había subcontratado nuestro pedido. Rompimos inmediatamente el contrato”, explica el colaborador de Switcher para ilustrar que uno de los pilares de la firma es, precisamente, la trazabilidad de los productos.
Todas las camisetas (2,5 millones en 2012) disponen de un código que indica su procedencia y quién ha trabajado en la producción. Si introducimos el código mnl33 en el sitio respect-code.org, descubrimos, por ejemplo, que la camiseta negra de Switcher se produjo en India con algodón de Gujarat y se confeccionó en una fábrica de Tiripur que emplea a 602 personas. La producción y el transporte necesitaron 805 litros de agua y emitieron 4,1 kg de CO2.
Los límites del comercio justo
La trazabilidad -al igual que la producción en el comercio justo- tiene, no obstante, sus límites, reconocen los expertos del sector. Para algunas piezas – por ejemplo chaquetas y sujetadores – es casi imposible garantizar la trazabilidad. El modelo Switcher, anota Gilles Dana, vale para una empresa pequeña que trabaja con un número reducido de proveedores.
Switcher, al igual que otras firmas, hace un trabajo increíble, subraya Peter Waeber, de bluesign. “Pero no olvidemos que el cultivo de algodón no solo requiere mucha agua, sino que contribuye a la erosión del suelo. No existe un producto 100% ecológico”.
Además, la marca de Le Mont no utiliza exclusivamente algodón biológico. Es más, dos tercios del algodón provienen de cultivos tradicionales. “Por razones económicas”, admite Gilles Dana. Y es por motivos económicos y estratégicos que Switcher está desplazando paulatinamente la producción de Asia a Europa meridional. “Tenemos que generar beneficios. Al fin y al cabo somos una empresa, no una ONG”.
El 23 de abril de 2013, el derrumbe del Rana Plaza en Dhaka, Bangladesh, se cobró la vida de más de 1.200 personas. El edifico de ocho plantas, proyectado para tener solo cinco, albergaba empresas textiles que abastecían también a marcas europeas y estadounidenses. El de Rana Plaza, que algunos definen como el 11 de septiembre de la industria de la indumentaria, es el incidente más trágico del sector textil en Bangladesh.
Nueve meses después, muchas familias obreras siguen a la espera de indemnizaciones, denuncia la Declaración de Berna (DB). “El aspecto positivo es la creciente adhesión de las empresas al acuerdo sobre la seguridad de los edificios en Bangladesh, que tiene carácter vinculante y prevé inspecciones independientes. Las compañías tienen que participar en los gastos de mejora”, explica Géraldine Viret, de la DB.
Cerca de 120 marcas han suscrito el acuerdo. En una entrevista al Tages-Anzeiger (22 de enero de 2014), el secretario general de UNI Global Union, con sede en Nyon (Suiza), Philipp Jennings, se dice preocupado por la negativa de algunas empresas, entre ellas Migros y Coop, a sumarse al acuerdo.
Según el diario de Zúrich, Migros y Coop justifican su posición con el hecho de que las consecuencias económicas no son previsibles.
Las organizaciones de defensa de los trabajadores sostienen que solamente la adhesión a Fair Wear garantiza una producción justa y solidaria. La fundación abarca un centenar de marcas y es el órgano que verifica el cumplimiento de criterios sociales más estrictos.
Los requisitos de la Business Social Compliance Initiative (BSCI), que cuenta con más de mil miembros, se consideran insuficientes. Las ONG sostienen que la BSCI carece de legitimidad y no toma en consideración las demandas de la sociedad civil.
Contactados por swissinfo.ch, Charles Vögele y Coop, que son miembros de la BSCI y figurante entre los principales actores del sector textil en Suiza, responden:
Charles Vögele: “El compromiso asumido en el marco de la afiliación a la BSCI (…) constituye una aportación importante al mejoramiento de las condiciones de trabajo. Charles Vögele confía en que todos sus proveedores respeten los estándares sociales mínimos en la producción y que adopten medidas de seguridad adecuadas para el personal”.
Coop: “Coop promueve activamente el respeto de los requisitos sociales mínimos conforme establece el código de conducta BSCI, que se funda en las normas centrales de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Junto con sus socios, trata siempre de mejorar las condiciones laborales”.
Traducción del italiano: Belén Couceiro
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