Los árboles están de pie como centinelas. Sus sombras y el ruido de sus hojas remecidas por el viento son todo un espectáculo de la naturaleza. Un libro documenta los árboles de las alamedas de Suiza.
Michel Brunner, Ester Unterfinger (Edición de Fotografía)
Las alamedas han sido componentes significativos y versátiles de los paisajes culturales. Sus orígenes se remontan a la Antigüedad y fueron diseñadas por razones de estética, protección y pragmatismo.
Al igual que en las de otros países, en las ciudades helvéticas hay muchas alamedas.
La idea nació en Francia -donde se denominan ‘allées’ (del verbo ‘aller’/ir) y denotaban un camino sembrado de árboles- y luego fue adoptada en el mundo de habla alemana. Ya los senderos bordeados de árboles eran un componente típico de los jardines barrocos. Más tarde se plantaron hileras de olmos a campo abierto, cuya madera tenía una gran demanda para la producción bélica.
Entre los siglos XVIII y XX se volvieron comunes en los escenarios urbanos.
Con su libro ‘Alamedas de Suiza’Enlace externo, el fotógrafo Michel Brunner contribuye a dar a conocer ese bien cultural y su belleza para apoyar su protección. El amante de los árboles fotografió e inventarió más de tres mil especies.
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