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El permafrost alpino ha alcanzado ya el punto de no retorno, según una investigación pionera suiza

El permafrost alpino está presente por encima de los 2.500 metros de altitud y estabiliza las laderas geológicamente inestables. En la foto: el Schreckhorn, una montaña suiza de los Alpes berneses.
El permafrost alpino está presente por encima de los 2.500 metros de altitud y estabiliza las laderas geológicamente inestables. En la foto: el Schreckhorn, una montaña suiza de los Alpes berneses. Kevin Hadley

Un equipo de investigación suizo ha medido por primera vez cuánto se ha derretido el permafrost alpino. Esta técnica ayuda a entender cómo afecta el cambio climático al suelo de las montañas helado permanentemente y mejora la predicción de desprendimientos de tierra y rocas.    

El 23 de agosto de 2017, poco después de las 9:30 de la mañana, un enorme corrimiento de tierra se desprendió del Piz Cengalo, una montaña de los Alpes en la frontera entre Suiza e Italia. Más de tres millones de metros cúbicos de rocas mezcladas con agua cayeron hacia el valle. Murieron ocho personas y parte del pueblo suizo de Bondo quedó sumergido.

El alud de tierras de Bondo es uno de los mayores ocurridos en Suiza en más de un siglo. Siete años después, la Justicia sigue evaluando hasta qué punto debe responsabilizarse de lo ocurrido a las autoridades. Aunque sí está claro que el cambio climático provocado por las actividades humanas contribuyó a la catástrofe.

Mire el video siguiente, en italiano, para comprender qué sucedió exactamente en Bondo, Suiza:

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Uno de los efectos más visibles del cambio climático es el rápido deshielo de los glaciares suizos, que han perdido el 10 % de su volumen en tan solo dos años. Las consecuencias del calor, sin embargo, no solo la sufren los glaciares. La invisible capa de permafrost —suelo cuya temperatura se mantiene constantemente por debajo del punto de congelación— también se está derritiendo de manera rápida. La reciente ola de calor en Suiza y los calurosos días de verano en los Alpes durante las dos últimas décadas están acelerando el fenómeno.  

El permafrost, que se da en los Alpes por encima de los 2.500 metros, cubre casi una cuarta parte de la superficie de la Tierra y constituye alrededor del 5 % del suelo de Suiza. Esta capa formada por hielo, roca y tierra actúa como una especie de “pegamento” que estabiliza laderas montañosas que, de otro modo, serían inseguras.

Cuando se derrite el hielo que la compone, aumenta el riesgo de que ocurran catástrofes naturales, como la de Bondo. “Por eso es importante poder medir el permafrost y seguir su evolución”, afirma Christian Hauck, profesor de Geografía Física en la Universidad de Friburgo, Suiza.   

El país alpinno es un país pionero en la investigación del permafrost. En 2000 estableció la primera red nacional de vigilancia (PERMOSEnlace externo), y la serie de mediciones iniciada en 1987 en el Piz Corvatsch, en la Suiza oriental, es la más antigua del mundo para el permafrost de montaña.

La medición del permafrost suizo ha alcanzado otro hito cuando Hauck y su grupo de investigación han desarrollado un nuevo método de medición para cuantificar la pérdida de hielo del suelo. Este método se puede utilizar no solo en los Alpes, sino también en el Ártico, donde el deshielo del permafrost puede liberar a la atmósfera potentes gases de efecto invernaderoEnlace externo, acelerando así el cambio climático.

Cartografiar el suelo para medir el hielo del permafrost

En un método utilizado en todo el mundo, los equipos de investigación perforan en el suelo agujeros de hasta 100 metros de profundidad para estudiar la evolución del permafrost midiendo su temperatura. En Suiza, esto se lleva a cabo en más de 20 lugares de los AlpesEnlace externo, donde el permafrost se está calentando en torno a 1°C por década. Pero perforar el suelo resulta complicado y caro, sobre todo a gran altitud, y no permite detectar la cantidad de hielo.

Otra técnica consiste en hacer pasar corriente eléctrica entre electrodos situados en la superficie y medir la resistividad eléctrica (la fuerza con que resiste la corriente eléctrica). Cuanto más hielo haya en el suelo —que conduce la electricidad peor que el agua—, mayor será la resistividad.

El grupo de investigación de la Universidad de Friburgo ha combinado el método de la resistividad con el uso de sensores sísmicos, en los que se envía una señal acústica al suelo.

Los datos que recogen, junto con los de temperatura, permiten medir el permafrost en grandes extensiones y calcular la cantidad de hielo que contiene, explica Christian Hauck. “Obtenemos una imagen tridimensional del permafrost. Es como hacer una tomografía del suelo”, cuenta.

Medición de la resistividad eléctrica del permafrost en el Stockhorn (Valais)
Medición de la resistividad eléctrica del permafrost en el Stockhorn (Valais) Cryosphere and Geophysics Research Group, University of Fribourg

Cómo afectan los veranos cálidos al permafrost

Las mediciones realizadas a 3.410 metros sobre el nivel del mar en las laderas del Stockhorn, una montaña cercana al Cervino en el cantón del Valais, han mostrado que el permafrost alpino de la región, entre 2015 y 2022, perdió alrededor del 15 % de su hielo. Enlace externo 

“Es la primera vez que cuantificamos la pérdida de hielo del suelo dentro del permafrost, así que no podemos decir si es mucho o es poco”, apunta Hauck.

Pero los días más calurosos del verano están teniendo un impacto claramente negativo. Los periodos de temperaturas extremas, incluso de corta duración, aumentan el grosor de la denominada “capa activa”, la capa superficial sobre el permafrost que se descongela en verano y vuelve a congelarse en invierno.

Entonces, el calor se propaga a mayor profundidad y funde el hielo contenido en el permafrost. Según un análisis de datos recogidos recientemente en toda Europa, un único verano más caluroso que la media, como el de 2022, puede bastar para provocar una pérdida irreversible del permafrost en las montañas.

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Kai Reusser / SWI swissinfo.ch

Punto de no retorno

El “punto de no retorno” del permafrost llega cuando el deshielo del verano ya no puede compensarse con la congelación del invierno y solo un cambio significativo del clima restablecería las condiciones originales.

Según Hauck, el frío del invierno ya no puede penetrar a suficiente profundidad y el hielo que contiene el suelo se derrite cada vez más rápido. Hauck, asimismo, considera que en muchas partes de los Alpes el permafrost ha alcanzado ya un punto de inflexión, o está a punto de hacerlo.    

Dependiendo de las condiciones geológicas, la desaparición del permafrost puede provocar que aumenten los desprendimientos de tierra y rocas en lugares donde antes no eran posibles. Los aludes de rocas son una amenaza para quienes frecuentan la montaña y para las infraestructuras construidas sobre el permafrost, como los refugios alpinos, los remontes y las barreras contra avalanchas.

Hauck cree que contar con métodos de medición capaces de anticipar con fiabilidad los puntos de inflexión del permafrost contribuirá a mejorar la capacidad para predecir los riesgos naturales.

El sistema suizo, útil en el Ártico

Las técnicas desarrolladas en Suiza también pueden aplicarse para estudiar el cambio del permafrost en el Ártico, comenta Ylva Sjöberg, profesora de Ecología y Ciencias Ambientales de la Universidad de Umea (Suecia). Pueden ser útiles, por ejemplo, para comprender mejor los desprendimientos o corrimientos de tierra que provoca el deshielo del permafrost, que con otros métodos son difíciles de estudiar, responde a través del correo electrónico.

Que se derrita el permafrost en el Ártico puede dañar infraestructuras como carreteras, gasoductos y redes eléctricas, afectando a millones de personasEnlace externo desde Rusia hasta Canadá. También podría reactivar antiguos microorganismos atrapados en el hielo.

Y, lo que es más importante, puede liberar a la atmósfera grandes cantidades de gases de efecto invernadero que agravarían aún más el calentamiento del planeta. Los cráteres formados por el deshielo del permafrost y el hundimiento del terreno se llenan de agua. Y estos nuevos lagos son un hábitat ideal para las bacterias que degradan la materia orgánica incrustada en el permafrost, produciendo CO₂ y metano (CH4); ambos, gases de efecto invernadero.  

Bernd Etzelmüller, que dirige el Departamento de Geociencias de la Universidad de Oslo (Noruega), afirma que la técnica de medición desarrollada en Suiza, en teoría, podría identificar enormes masas de hielo en el permafrost y concretar los lugares que podrían liberar gases de efecto invernadero. “La metodología es universal, al igual que lo son los procesos físicos del permafrost”, dice.

Estos lagos de la región ártica de Canadá se formaron tras el hundimiento del terreno provocado por el deshielo del permafrost.
Estos lagos de la región ártica de Canadá se formaron tras el hundimiento del terreno provocado por el deshielo del permafrost. CC 2.0 / Steve Jurvetson

El deshielo del permafrost es una evolución lenta

A pesar de las investigaciones realizadas en los Alpes y las regiones árticas, todavía falta estudiar cómo interactúan el permafrost y el cambio climático, y las consecuencias de su deshielo.

“¿Qué ocurre si el permafrost se descongela? ¿El suelo se vuelve más húmedo porque hay más agua o más seco porque el agua del deshielo se drena y se evapora por el calentamiento global? No lo sabemos todavía con exactitud”, explica Christian Hauck.

Sí se sabe, no obstante, que el permafrost reacciona al cambio climático más lentamente que los glaciares y, por tanto, debería seguir existiendo durante más tiempo. “Es probable que dentro de 150 o 200 años siga existiendo”, señala Hauck.   

Mientras tanto, su lenta fusión hará que más lugares como el pueblo de Bondo corran el riesgo de sufrir catástrofes naturales, por lo que, en las próximas décadas y siglos, la vigilancia del permafrost será esencial.

Edición de Veronica De Vore, adaptación al español de Lupe Calvo y Patricia Islas

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