A un paso de la tierra prometida
Antes de asistir al Foro Social Mundial, la delegación suiza en Porto Alegre tuvo tres días para impregnarse de la realidad de los movimientos sociales brasileños.
Estuvo en una de las «favelas de la esperanza» del Movimiento de los Sin Tierra, donde unas 200 familias quisieran trabajar el campo abandonado por su propietario.
Desde hace 25 años, quienes recorren Brasil no se sorprenden de ver sus campamentos de tiendas cubiertas de plástico negro, una junto a la otra; frente a otras que están al borde de los caminos y las autorutas. Por todas partes ondea la bandera del Movimiento de los Sin Tierra (MST).
Aquí, la vida es más un infierno: entre el estrépito ensordecedor y el polvo que levantan los automóviles y los camiones, los niños juegan con la muerte cada vez que se alejan un poco de sus «casas».
No obstante, ninguno las cambiarían por un sitio más tranquilo. La elección de establecerse junto a la carretera, en estas estrechas franjas de tierra que pertenecen al Estado, es parte de la filosofía del MST: hay que mantenerse visibles.
La meta es que el país vea que una cuarta parte de su población sigue en la miseria, mientras inmensos campos agrícolas están abandonados, por que a sus propietarios no les hace falta para vivir con gran comodidad.
La ley ya autoriza la expropiación de esos espacios. En un cuarto de siglo de existencia, el MST ha podido instalar a 500.000 familias en parcelas de 15 a 20 hectáreas para sacarles de la miseria y la desesperanza reinante en las favelas enraizadas al margen de las grandes urbes.
Campeones mundiales de la desigualdad
«No sólo somos campeones mundiales de fútbol, sino, sobre todo, somos campeones mundiales de las desigualdades», suele repetir Frei Betto, figura histórica de la Teología de la Liberación.
En Brasil, 10% de la población acapara 42% de los recursos y las 8.000 grandes familias del país acumulan una fortuna superior a 250.000 millones de francos suizos. En cambio, el 10% más pobre se distribuye menos del 1% de las riquezas nacionales.
No obstante, el padre dominico se alegra del dinamismo de la sociedad civil brasileña: «Tal vez tengamos más ONG que mingún otro país del mundo. Y el nacimiento del Foro Social Mundial de Porto Alegre es ciertamente una consecuencia», explica Frei Betto mientras saluda a la delegación suiza.
El MST – que ha ganado espacio en América Latina -, es uno de los movimientos más emblemáticos de su género. Altamente politizado, no solo reivindica un Brasil sin latifundios, sino un mundo nuevo, donde la relación con la tierra deje de ser la de la explotación capitalista.
Solidaridad ante todo
Entre los sin tierra, todo funciona con la solidaridad. Las familias que han logrado instalarse llaman a sus compañeros de los campamentos cuando el trabajo del campo los necesita. Estos últimos pueden ganar así un poco de dinero para la colectividad.
Todo es común en el campamento: los salarios de quienes trabajan, las ayudas del Estado y las del propio MST. Cuando el campamento logra consolidarse, la propiedad de la tierra es también colectiva.
Las familias se ayudan entre sí, suelen preparar juntas la comida y se ocupan de los niños cuyos padres trabajan. Para los cuidados de la salud se recurre en principio a los medicamentos alternativos.
La utopía igualitaria y ecológica, componente esencial de los movimientos sociales, no está lejos. Además, son muchos los sin tierra que adornan sus camisetas con la efigie del Che.
Y, por supuesto, la formación política ocupa un gran espacio en la vida de los campamentos. Comienza en la escuela, donde los maestros, todos militantes del MST, enseñan a los niños a no ser víctimas condescendientes, sino a ser «actores de la historia».
Cada campamento tiene su escuela, y el que recibió a la delegación suiza no es una excepción.
La tierra prometida
Unos 40 kilómetros hacia el sur de Porto Alegre, se extiende por doquier un aire ajeno a la autoruta, franqueada por una estación de servicio y restaurant. Justo detrás de ella, más allá de una simple cerca, se extienden las 170 hectáreas del campo abandonado que reclama el MST.
Esas tierras comenzaron a ser ocupadas por las 200 familias instaladas allí. Fue en abril de 2004. Fue una acción simbólica que forma parte de la estrategia habitual del MST.
Después se ha establecido el campamento y el avance del procedimiento permite esperar que 100 familias puedan cruzar pronto el cerco. Para designar a los elegidos debieron proceder a un sorteo.
Quienes no tuvieron la suerte ocuparán las orillas de otro dominio. No se advierte un sentimiento de pesar entre ellos, ni siquiera en aquellos que desde hace cuatro o cinco años van de campamento en campamento. Todos conocen la regla de juego. Y la lucha continúa.
Favelas de la esperanza
Mientras esperan, los sin tierra tienen derecho a bañarse en el inmenso estanque de su espacio futuro. Los jóvenes no se privan de jugar fútbol en los predios que están detrás de la estación de servicio. En ese terreno organizan torneos regulares con los empleados del complejo. La convivencia es buena.
De todos modos no deja de sorprender a la delegación suiza. El contraste entre el amontonamiento y la promiscuidad del campamento y los grandes espacios abandonados son más elocuentes que los discursos sobre la absurdidad de un sistema.
«Es chocante ver en un lado tierra rica abandonada y en el otro a gente que es pobre porque no tiene derecho a trabajar ese suelo», resume el diputado Josef Lang.
Como sus colegas, el ecologista alternativo está convencido de la justicia de esta lucha y de la inteligencia de los medios utilizados: sin violencia inútil, pero con acciones de gran valor simbólico.
Josef Lang también está impresionado del coraje y la diginidad de esa gente.
En esas «favelas de la esperanza» no se reduce a la espera de una señal del cielo ni a la ayuda de las ONG. Se lucha por tomar su destino y por cambiar el curso del mundo.
Con el grito de «otro mundo es posible» (eslógan del Foro Social Mundial), los sin tierra se despiden de la delegación suiza, no sin antes haber compartido el arroz, las habichuelas, el repollo y el mate que constituyen su alimento ordinario.
swissinfo, Marc-André Miserez, Porto Alegre
(Traducción: Juan Espinoza)
– De los 180 millions de brasileños, 53 millions viven en la miseria.
– En 25 años de existencia, el Movimiento de los Sin Tierra ha logrado instalar a 500.000 familias en terrenos abandonados.
– 150.000 esperan aún que los Tribunales les atribuyan las tierras no cultivadas, tal como dispone la ley brasileña.
– Cuando concluye el proceso, el Estado compra las tierras para distribuirlas.
– En Brasil, la reforma agraria vigente desde 1976 y los diversos gobiernos que se han sucedido no la han aplicado con mucho entusiasmo.
– El MST pretende establecer a un mill’n más de famililas. El gobierno de Lula les ha prometido acomodar a 500.000 en cuatro años.
– Varias ONG suizas apoyan el MST.
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