Abejas de ciudad frente a abejas silvestres
La imagen de un mundo en el que las frutas, verduras y flores escasean, se vuelve más pequeña y mustia a causa de la desaparición de las abejas que no deja a nadie indiferente. ¿A qué nos referimos? ¿A nuestra querida abeja doméstica o a las discretas abejas silvestres, poco conocidas todavía? Y si mimamos demasiado a una de ellas, como hacemos en Suiza, ¿no corremos el riesgo de perjudicar a las otras?
La imagen de un mundo en el que las frutas, verduras y flores escasean, se vuelve más pequeña y mustia a causa de la desaparición de las abejas que no deja a nadie indiferente. ¿Pero a qué nos referimos? ¿A nuestra querida abeja doméstica o a las discretas abejas silvestres, poco conocidas todavía? Y si mimamos demasiado a una de ellas, como hacemos en Suiza, ¿no corremos el riesgo de perjudicar a las otras?
«Si las abejas desaparecieran, la humanidad solo tendría cuatro años de vida». Esta advertencia, atribuida a Albert Einstein, es conocida en todo el mundo. El problema es que el genio de la física nunca dijo esoEnlace externo. Pero la imagen es muy útil para concienciar a la opinión pública sobre un problema más amplio como es la pérdida de biodiversidad. En realidad, sin las abejas (y algunos otros insectos) prácticamente solo comeríamos cereales y arroz. Cerca del 70% de nuestros cultivos dependen en gran medida o totalmente de la polinización animal. Como es el caso de casi todas las frutas, verduras, semillas oleaginosas, especias, café y cacao, entre otros.
Rebautizada como «centinela del medioambiente», la abeja doméstica se ha convertido en objeto de atención desde que sabemos que nuestros pesticidas las están matando. Además, la abeja -que ha convivido con nosotros durante siglos- ¡es tan bonita (cuando no pica) y su miel es tan dulce! Hoy en día, a muchos habitantes de la ciudad les gusta tener su propia colmena en el jardín, en el tejado de su casa o en el balcón. Y si no es posible, siempre pueden apadrinar una colmena en el campo, «una forma de tener abejas sin tenerlas cerca», como señala Francis Saucy, presidente de la Sociedad de Apicultura de la Suiza francófona.
La abeja melífera goza de gran consideración por parte de los medios de comunicación, los políticos y el público en general, por lo que le va bastante bien en Suiza. «El país tiene más de 200 000 colmenas. Con entre 20 y 80 000 individuos por colmena, podría ser el insecto más abundante de nuestro país en términos de biomasa», afirma Christophe Praz, del Laboratorio de Entomología Evolutiva de la Universidad de Neuchâtel. No hay cifras para hacer comparaciones precisas, pero varios especialistas estiman que la densidad de abejas en Suiza es la más alta de Europa, y que nuestro país nunca ha tenido tantas como ahora.
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Porque incluso cuando el tiempo es catastrófico, como ha ocurrido esta primavera, los apicultores siempre tienen la posibilidad de alimentar a sus protegidas con una especie de jarabe de azúcar.
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Nada de eso existe para la abeja silvestre, la gran desconocida de la polinización. No obstante, además de la abeja doméstica europea [apis mellifera] existen cerca de 16 000 especies de abejas silvestresEnlace externo en el mundo, de las cuales hay 615 en Suiza. ¿Cuántos ejemplares habría entonces? «No tenemos ni idea, porque solo nos interesamos por ellas desde hace unos 15 años», señala Max Huber, especialista autodidacta en abejas y fundador de la asociación Urbanwildbees, que hace campaña para concienciar al público de la importancia de las abejas silvestres.
A diferencia de su hermana doméstica, las abejas silvestres no fabrican miel, no suelen picar, viven mayoritariamente en solitario y ponen sus propios huevos (sin reina) en el suelo, en la madera muerta o en los tallos de las plantas. Además, mientras que la abeja doméstica puede alejarse hasta cinco kilómetros de su colmena para buscar alimento, las abejas silvestres no se alejan más de 300 o 500 metros de su nido.
A diferencia de las abejas silvestres, la abeja doméstica es un animal de producción. Sin embargo, de las 50 000 explotaciones agrícolas de Suiza, muy pocas tienen colmenas, «porque no aportan nada», señala Francis Saucy, presidente de la Sociedad de Apicultura de la Suiza francófona (SAREnlace externo). De hecho, las 20 000 explotaciones apícolas del país están dirigidas en su mayoría por aficionados. De todos modos, no deberíamos jugar a ser apicultor. «Las abejas requieren experiencia», insiste Francis Saucy. La SAR imparte cursos de formación, que tienen mucho éxito.
¿Y qué pasa con las abejas silvestres? En Ginebra, su gran amigo Max Huber, fundador de UrbanwildbeesEnlace externo, está comprometido con su protección. Su asociación instala albergues para abejasEnlace externo en jardines públicos. Y los particulares también pueden contribuir con unos simples gestos: «Necesitan alojamiento y comida. Basta con dejar algo de madera muerta en el jardín y disponer de plantas melíferas como el brezo, la borraja o el romero, que además de ser autóctonas huelen bien.
Discretas, pero muy eficaces
Aparte del abejorro (que es una especie), tan familiar en nuestros jardines, la mayoría de las abejas silvestres pasan desapercibidas o «la gente las confunde con avispas u hormigas voladoras», explica Christophe Praz.
Aunque sean muy discretas, estas trabajadoras auxiliares del mundo vegetal son sin embargo muy eficaces. «Son mucho mejores polinizadoras que las domésticas», asegura Huber. «Porque tienen pelos en las patas, el abdomen y el tórax que les permiten recolectar el polen en seco, mientras que la abeja doméstica tiene que recogerlo con su saliva, y por tanto este polen húmedo no llega a las flores. Además, las abejas silvestres son menos sensibles a la temperatura y al viento, y salen incluso con mal tiempo.
Teniendo en cuenta todas estas ventajas, las abejas silvestres polinizarían tanto como la abeja doméstica, pero también en esta ocasión faltan cifras que respalden esta estimación.
Un ejército frente a soldados solitarios
Pero hay otra cara de la moneda: con su limitada área de acción, las abejas silvestres son extremadamente dependientes de su entorno. Basta con que un prado desaparezca bajo el asfalto para que las abejas desaparezcan con él. Además, como normalmente solo se alimentan de una especie o familia de flores, son especialmente sensibles a la pérdida de biodiversidad.
De este modo, si además les hacemos competencia con las abejas melíferas … «Es como un cumpleaños: cuantos más invitados tengas menor será la ración de tarta para cada uno», subraya el defensor de las abejas silvestres Max Huber. Y como explica el apicultor Francis Saucy: «Una colonia de abejas melíferas en busca de alimento es como un ejército que marcha en apretadas filas por un campo».
«En un prado con muchas flores esta competencia no es un problema», afirma el profesor Christophe Praz. «En cambio, en una zona de agricultura intensiva, donde ya hay pocas flores y prácticamente ninguna a partir de junio, poner colmenas en pequeñas áreas donde quedan todavía flores es un problema para todos los insectos polinizadores”. Incluidas las abejas silvestres.
Así que efectivamente, dependiendo del lugar, las condiciones o la temporada, sí hay competencia. Esta es una de las razones por las que los cantones de habla alemana no permiten la instalación de colmenas cerca de las reservas naturales.
Ecopostureo
¿Y en las ciudades? Como explica Max Huber, los estudios realizados en París han demostrado que la aparición de colmenas urbanas desde hace unos 15 años ha provocado un fuerte descenso de las abejas silvestres. Para él la causa está clara: «No se puede salvar el planeta poniendo una colmena en el balcón. Las abejas domésticas tienen problemas debido a los pesticidas, pero no están en vías de extinción, al contrario de lo que la gente piensa.
En general, Christophe Praz no está demasiado preocupado por el futuro de la polinización. «Pero esa es mi opinión personal», precisa. También cree que «tenemos suficientes abejas en Suiza. Apadrinar una colmena o poner una en el balcón es un poco ‘ecopostureo’ (greenwashingEnlace externo). Por otra parte, es absolutamente necesario hacer algo para preservar las flores, ya sea en la ciudad o en el campo.
Desde 2013 la Universidad de Berna cuenta con un Instituto para la Salud de las AbejasEnlace externo. Allí, un equipo internacional lleva a cabo investigaciones básicas y aplicadas y difunde los conocimientos adquiridos, tanto a estudiantes como a profesionales. El Instituto colabora con las estaciones federales de investigación agrícola AgroscopeEnlace externo y alberga la sede de COLOSSEnlace externo, una asociación mundial para la conservación de las abejas melíferas.
Gracias a la financiación de tres millones de francos de la Fundación VinetumEnlace externo, que apoya la investigación, los horizontes del Instituto se ampliarán: se podrá contratar a un especialista en salud de las abejas silvestres (un campo relativamente inexplorado todavía) y, más adelante, a un profesor universitario durante ocho años, con la idea de formar a la próxima generación.
Traducción del francés: Carla Wolff
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