¿Cómo hacer frente en Suiza a la moda rápida?
Suiza es el segundo país del mundo que más gasta en “moda rápida”. Ropa que se usa poco y se desecha muy pronto; contribuyendo así a la crisis climática. Sin embargo, las pocas personas que investigan en busca de mejores opciones se enfrentan a una batalla titánica para obtener financiación y reconocimiento por su trabajo.
“Somos malos, muy malos”, dice Katia Vladimirova mientras toma una taza de café, que ya está frío. Ha hablado largo y tendido sobre ella y otras mujeres que pueden permitirse comprar modaEnlace externo, pero que compran una cantidad excesiva de artículos baratos y efímeros.
La industria de la moda genera hasta el 8 % de las emisiones mundiales de carbono: la misma cantidad, más o menos, que las emitidas por el transporte marítimo y todos los vuelos internacionales juntos. Vladimirova —antes de abrir los ojos ante el desastroso impacto que en el medioambiente y en las personas tiene la moda— solía ir de compras y, a menudo, en la época de rebajas era la primera en la cola. Hoy —a los 36 años— compra ropa de segunda mano e investiga en la Universidad de Ginebra sobre sostenibilidad, consumo y moda.
Originaria de Rusia, Vladimirova estudió y trabajó en las principales capitales de la moda: Londres, Nueva York y Milán. Cuando se trasladó a Ginebra en 2018, descubrió —con decepción— que una de las ciudades más ricas del mundo no ofrecía mucha más variedad que tiendas de lujo y cadenas de moda rápida. Como parte de su investigación, comenzó a mapear las tendencias de consumo en Ginebra, y en concreto buscó vendedores locales que reutilizaran materiales y redujeran los residuos. “Pensé que encontraría más diversidad, pero la moda de usar y tirar sigue teniendo una presencia fuerte”, explica Vladimirova. Su informe, financiado por la ciudad de Ginebra, se publicó a finales de abril.
Los datos indican que esto no ocurre solo en Ginebra. Después de Luxemburgo, Suiza ocupa el segundo lugar en gasto per cápita en ropa y calzado. Y solo en torno al 6 % del gasto se produce de manera sostenible. La población suiza desecha cada año más de 100.000 toneladas de ropa. Únicamente se dona, revende o recicla la mitadEnlace externo. La otra mitad se incinera para reducir la cantidad de residuos textiles que se amontonan en los vertederos (ver el gráfico). En la mayoría de los casos, es ropa prácticamente nueva; incluso a veces con la etiqueta puesta. Una práctica que beneficia a los fabricantes de ropa, ya que la ropa y calzado desechados se sustituyen rápidamente.
Progreso lento en Suiza
Aunque en los últimos años han surgido en todo el mundo numerosas iniciativas para concienciar sobre el consumo de la moda sostenible y responsable, Suiza sigue a la zaga de otros países europeos. En este campo, apenas hay investigaciones procedentes del país alpino, y las pocas personas que investigan en Suiza se enfrentan a grandes dificultades para que sus estudios salgan adelante.
Katia Vladimirova es una de ellas. “En el ámbito de la investigación, trabajar con la ropa no es muy popular”, sostiene. En su carrera, se ha enfrentado constantemente a un cierto desprecio por la investigación sobre la moda. Obtener fondos públicos en Suiza resultó especialmente difícil. El personal investigador debe dedicar mucho tiempo y energía a conseguir subvenciones. La iniciativa de hacer un informe sobre el ecosistema textil de Ginebra no partió de la ciudad, sino de Vladimirova, que consiguió convencer a los responsables municipales de que su idea merecía la pena. Finalmente, en 2020, el ayuntamiento decidió apoyar el proyecto con 50.000 francos (56.000 dólares) durante dos años.
>> La moda sostenible en Ginebra:
Peaje humano y medioambiental
Vladimirova ha visto de primera mano los mecanismos psicológicos y comerciales que impulsan la industria mundial de la moda rápida. Las mujeres de clase media, sobre todo, tienden a acumular prendas baratas y de baja calidad, la mayoría producidas en condiciones laborales precarias en el extranjero. El 24 de abril se cumplieron 10 años de la tragedia del edificio Rana Plaza a las afueras de Daca (Bangladés), cuyo derrumbe —en 2013— acabó con la vida de 1.134 trabajadores del sector textil. El suceso atrajo la atención mundial sobre la explotación humana que hay detrás de la industria de la moda rápida.
Una industria que también daña el medioambiente. De hecho, las cifras globales son disparatadas: la industria de la moda es el segundo mayor consumidor de agua del mundo y es responsable del 20 % de las aguas residuales industriales (procedentes del tratamiento y teñido de textiles). Pero, además, las prendas siguen contaminando el agua incluso después de venderse. Durante el lavado, las microfibras de materiales sintéticos como el poliéster, junto con sustancias químicas tóxicas, acaban en los cursos de agua, donde los seres vivos pueden ingerirlas.
Comprar, usar, tirar y… volver a comprar
La investigación de Vladimirova demuestra que ciudades como Ginebra funcionan como “surtidores” de prendas de segunda mano. La ropa y el calzado no deseados acaban en bolsas para donar o recogidos por empresas que exportan esta mercancía para su reciclaje. La población suiza —la segunda más rica del mundo por PIB per cápita— está bien arraigada en este circuito. En 2022, Suiza importó unos 22 kilos de productos textiles por persona —más del 95 % de la ropa comprada en el país— y exportó unos 14 kilos (usados y nuevos), según la Oficina Federal de Aduanas y Seguridad Fronteriza.
En Ginebra hay un centro de distribución —gestionado por las organizaciones benéficas Cáritas y el Centro Social Protestante— que envía el 35 % de la ropa donada en mal estado a la empresa de reciclaje Texaid y esta a su vez la exporta sobre todo a países africanos y asiáticosEnlace externo.
Una vez allí, según Vladimirova, la ropa usada procedentes de Europa suele acabar en vertederos porque la cantidad es demasiado grande y la calidad es pésima. Texaid ha explicado a SWI swissinfo.ch por correo electrónico que, aunque las prendas solo se exportan a distribuidores autorizados, la empresa no influye en el modo en que se elimina la ropa en el país de destino.
Reciclar y repensar la moda
La realidad es que hoy en día menos del 0,5 % de los textiles desechados se reciclanEnlace externo en fibras. Esto se debe a que la mayoría de las prendas —por cuestión de precio— se confeccionan con mezclas textiles, lo que hace que separar las fibras y reutilizarlas resulte muy complejo y requiera mucha mano de obra.
En Europa, la presión política para que este problema se resuelva va a más. En marzo de 2022 la Comisión Europea publicó una propuestaEnlace externo de reglamento para que en la Unión Europea los productos sostenibles sean la norma. Y para ello es fundamental financiar la investigación sobre la producción de materiales reutilizados y la reducción de materias primas derivadas del petróleo y no reciclables, como el poliéster. “Tenemos que entender cómo podemos utilizar las fibras de forma que podamos reciclarlas y hacer que duren más. Con las tecnologías y cadenas de suministro actuales no podemos hacerlo”, afirma Françoise Adler, de la Universidad de Ciencias Aplicadas y Artes de Lucerna.
Adler es otra de las investigadoras que considera que en Suiza se han pasado por alto los estudios sobre sostenibilidad textil. Y dice que es frustrante ver que se dispone fácilmente de dinero para investigar en campos como la robótica y la inteligencia artificial, mientras en su sector luchan por conseguir fondos nacionales.
La Secretaría de Estado de Economía (SECO) y la Oficina Federal de Medioambiente, desde 2020, apoyan un programaEnlace externo para promover en el sector textil cadenas de suministro más sostenibles y transparentes. El programa —financiado hasta 2024 con 325.000 francos— se dirige a la industria y no promueve la investigación.
En lo que a investigación sobre moda sostenible se refiere, países como el Reino Unido y los países nórdicos van un paso por delante de Suiza. Kate Fletcher, la académica británica más citada en este campo, declara que se debe a la estrecha relación que hay entre la industria y el mundo académico. Aunque, según ella, esta estrecha colaboración se interpone en el camino de la investigación que es demasiado crítica con la lógica del crecimiento económico que domina e impulsa la industria.
“No necesitamos tecnologías ni fibras nuevas, porque en los centros comerciales no se encuentra ninguna solución sostenible. Pero ese es un mensaje que nadie quiere escuchar”, afirma Fletcher, argumentando que el simple hecho de producir y comprar menos ropa sería más sostenible.
Artículo editado por Sabrina Weiss y Veronica De Vore y traducido al español por Lupe Calvo. El vídeo incluido en esta entrega ha sido traducido por Carla Wolff
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