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Cincuenta sombras de democracia: ¿Es posible medir una democracia?

Comparar países se ha convertido en una actividad popular en todo el mundo, con índices anuales que clasifican todo, desde la felicidad hasta la salud – y la democracia. En 2021, la democracia se enfrenta a su mayor desafío desde 1989, según los institutos de medición más importantes.

«No todo lo que se puede contar cuenta, y no todo lo que cuenta se puede contar». Albert Einstein

Suiza es una «democracia en declive», asegura en su informe de 2020 el instituto de investigación Freedom HouseEnlace externo, con sede en Washington. El motivo de esta valoración críticaEnlace externo es que «el derecho al voto está limitado para una gran parte de la población y los musulmanes se enfrentan a una discriminación legal y de hecho».

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hombre comiendo una sopa

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Suiza, democracia de exclusión

Este contenido fue publicado en Mujeres, católicos, judíos, ateos, pobres, delincuentes…, excluídos en la joven Suiza democrática del siglo XIX.

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Otro conocido grupo de calificación de democracias, el británico Economist Intelligence UnitEnlace externo, (EIU), mantiene una opinión similar, pero por una razón diferente: «baja participación electoral».

A nivel mundial, ambos institutos de clasificación diagnosticaban en sus últimos informes una situación aún peor: “La democracia recibió un duro golpe en 2020Enlace externo”, señalaba EIU, mientras Freedom House resumíaEnlace externo: “Mientras el mundo se veía asolado por una pandemia letal, una grave inseguridad económica y personal y violentos conflictos, los defensores de la democracia han sufrido nuevas y cuantiosas pérdidas en su lucha contra el autoritarismo, inclinando la balanza internacional a favor de la tiranía». Esto sucede (medio) siglo después del logro del sufragio universal.

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mujeres Maorí

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La lucha global por el sufragio femenino

Este contenido fue publicado en En Suiza, la oposición al sufragio femenino permaneció inflexible durante mucho tiempo hasta que el país comenzó a temer por su reputación.

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Para un país como Suiza, que vivió la primera revolución democrática con éxito en Europa en 1848 y que durante mucho tiempo fue una isla liberal en un continente monárquico, estas afirmaciones críticas de los investigadores internacionales pueden ser una saludable llamada de atención, dice Roger de Weck, un autor y periodista que el año pasado publicó un libro en el que esboza 12 propuestas para hacer más democrática la democracia suiza.

Suiza no es, por supuesto, el único país que necesita un chequeo de salud democrática, sobre todo desde el tremendo desafío planteado por la pandemia de COVID-19 a las sociedades libres. Pero, ¿cómo se puede hacer un «diagnóstico» democrático de forma justa y transparente?

David Altman, profesor de ciencias políticas en la Universidad Católica de Chile y autor del libro Citizenship and Contemporary Direct Democracy (Ciudadanía y democracia directa contemporánea), lleva muchos años siguiendo los esfuerzos realizados para medir las democracias. «Estamos viendo un retorno a la experiencia científica y a las evaluaciones basadas en evidencias», dice el politólogo, que también es uno de los arquitectos del proyecto de investigación Varieties of DemocracyEnlace externo (V-Dem), el mayor intento de recopilación de datos del mundo, cuyo objetivo es conceptualizar y medir la democracia.

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V-Dem, con sede en la Universidad de Gotemburgo (Suecia), ofrece un nuevo enfoque en el mundo de la medición de democracias: «Empleamos a 170 coordinadores de países y 3 000 expertos, que recopilan y comparan más de 350 indicadores diferentes», dice Anna Lührmann, subdirectora del instituto. Y a diferencia de otros proyectos similares, sus estadísticas son accesibles al público. «Nuestros conjuntos de datos son transparentes y están abiertos a todo el mundo. Cualquiera puede utilizarlos como «piezas de Lego» para construir su propia investigación o análisis», añade. De hecho, el conjunto de datos abiertos de V-DemEnlace externo es utilizado ahora por una red cada vez mayor de organizaciones internacionales como el Banco MundialEnlace externo, la Comunidad de DemocraciasEnlace externo e IDEAEnlace externo Internacional.

El grupo con sede en Gotemburgo también publica su propio informe anualEnlace externo y utiliza los datos para informes de situación específicos, como el Índice de riesgo de retroceso pandémicoEnlace externo, que revela que 55 países autocráticos y 32 democráticos experimentaron en 2020 limitaciones a los derechos humanos y las libertades cívicas relacionadas con el coronavirus. 

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No es de extrañar que en un tema tan sensible -y algunos dirían subjetivo- como la democracia, las clasificaciones no escapen a las críticas.

«Hay dos problemas con la mayoría de las clasificaciones de democracia», dice Matt Qvortrup, profesor de ciencias políticas y relaciones internacionales en la Universidad de Coventry (Reino Unido). «En primer lugar, los datos brutos no están disponibles públicamente; en segundo lugar, los indicadores están sesgados hacia las formas tradicionales de gobierno representativo».

Como consecuencia de este sesgo, las nuevas formas de democracia participativa y directa están infravaloradas en la clasificación, que -según Qvortrup- penaliza a países como Suiza, Uruguay, Taiwán o incluso Alemania y Estados Unidos (a escala regional y local). En cambio, el nivel de «participación» en algunas clasificaciones se deriva simplemente de ciertos criterios, como la participación en las elecciones o la afiliación sindical. Y como resultado, Noruega -a pesar de no tener el derecho de referéndum en su Constitución- es calificada regularmente por The Economist como el país más participativo del mundo.

A pesar de las limitaciones y los retos asociados a la conceptualización y la medición del poder de la democracia en todo el mundo, los resultados de esas evaluaciones son importantes.

«Cada año se gastan miles de millones de dólares y euros para promover la democracia, tanto en el interior como en el extranjero», afirma Anna Lührmann, de V-Dem. «Estas inversiones están supeditadas a juicios sobre el estado actual de un país y sus perspectivas futuras. Por eso necesitamos formas adecuadas de medir la democracia».

En el caso de Suiza tiene una importancia primordial, ya que apoyar la democracia en todo el mundo es un deber constitucional.

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¿Qué pasa entonces?

Por lo que respecta al diagnóstico a escala mundial, según los datos publicados por V-DemEnlace externo, la proporción de la población mundial que vive bajo una autocracia ha aumentado del 48% al 68% entre 2010 y 2020. Una de las principales razones de este dato es que India, que durante mucho tiempo ha sido la democracia más grande del mundo con casi 1 400 millones de habitantes, fue relegada a autocracia electoral en 2021.

Además, el número de países donde la libertad de expresión se ve amenazada ha aumentado de 19 en 2017 a 32 en 2020. En la parte positiva destaca que entre las democracias que están progresando figuran dos de África (Túnez y Gambia) y otras dos de Asia (Taiwán y Corea del Sur).

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El mundo en su conjunto está viviendo una ola de autocratización. Sin embargo, la actual tercera ola de retroceso democrático tiene características nuevas: mientras que las oleadas anteriores se produjeron en países en los que tales tendencias ya estaban en marcha, esta oleada se está produciendo principalmente en las propias democracias. Y mientras que antes los regímenes autocráticos llegaban al poder mediante invasiones extranjeras o golpes militares, hoy el proceso es más sutil y gradual, y a menudo se camufla con cambios legales.

Un ejemplo típico de esta evolución «legal» hacia la autocracia es Rusia, donde a la sombra de la pandemia de COVID-19 se aceleró un plebiscito para que Vladimir Putin siguiera en el poder hasta 2036. Prácticas tan cuestionables como esta ofrecen un contrapunto a lo que deberían ser los ingredientes clave de una sociedad democrática que funcione.

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Un hombre saca fotos a una pared llena de pantallas

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Diez ingredientes esenciales para la democracia

Este contenido fue publicado en La periodista de la televisión estatal rusa me mira con los ojos llenos de expectativas: acaba de preguntarme qué opino de las elecciones. Yo respondo: “Es un espectáculo hecho con grandes medios, para ocultar el hecho de que todos los candidatos serios de la oposición han sido excluidos”. La joven reportera hace una segunda pregunta:…

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Traducción del inglés: José M. Wolff

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