Criar toros de lidia, una pasión familiar en España
«Aquí todos los animales nacen y viven libres hasta su muerte», dice Victorino Martín mientras señala con orgullo la torada de lidia que pasta en su rancho a orillas del río Tajo, una ganadería mítica en España.
Reconocibles por su pelaje gris, estos animales, que alcanzan media tonelada de peso en su madurez, a los cinco años, pacen apaciblemente en los prados salpicados por las flores primaverales.
Pero la calma es engañosa. «Se pelean y se matan», advierte Victorino, un veterinario de 56 años y criador de segunda generación.
Los centinelas a caballo mantienen una distancia respetuosa. Más de uno esconde cicatrices de cornadas.
«Estadísticamente, mueren casi más hombres en las ganaderías que en la plaza de toros», explica el esbelto criador con una cálida sonrisa.
El rancho de Las Tiesas de Santa María, donde 1.100 reses pastan en 2.000 hectáreas, ubicado en Extremadura, en el suroeste de España, viene a ser La Meca de la tauromaquia para sus aficionados.
«El aficionado le da mucho valor porque salió de la nada y convirtió en legendaria su ganadería», explica Juan Diego Madueño, periodista taurino. «Compró un camión de vacas que iba al desecho y desde allí mejoró un encaste perdido», añade.
Y su irrupción revolucionó la tauromaquia. «Antes los que mandaban eran los toreros. La gente iba a la plaza para ver a los toreros y con Victorino Martín acabó yendo para ver a los toros», explica.
Gracias a él, «los ganaderos pudieron pedir caché para una corrida».
– Seleccionados antes del nacimiento –
Victorino Martín ha heredado la pasión de su padre. «Mi primer recuerdo es echar de comer a los toros con mi padre a los cuatro años», relata.
Como su padre, es «novillero», se enfrenta en la arena a toros jóvenes de dos o tres años, los «novillos».
En la ganadería también seleccionan a los futuros toros de lidia pero no poniendo a prueba su valor, sino el de sus padres.
Torear tentativamente al animal antes de una corrida es demasiado peligroso ya que rápidamente aprenden que la capa no es más que un señuelo y que deben embestir al torero.
Por ello, los ganaderos torean en el rancho a los toros y vacas jóvenes. Los más combativos se destinan a la reproducción y de ellos nacerán los «toros bravos» que irán a las arenas. El resto se enviará al matadero.
Victorino Martín preside la Fundación Toro de Lidia, creada por los criadores en 2015 para defender la tauromaquia que perdía popularidad y prestigio incluso en España, explica su director general, Borja Cardelús.
Este año, alrededor de 300 ayuntamientos gobernados por la izquierda prohibieron los espectáculos taurinos.
El veterinario es elocuente: la corrida, dice, «es un rito sacrificial, para tener derecho a matar (al toro) tienes que arriesgar tu vida».
También defiende las «becerradas», las corridas de terneros de un año, «los becerros», denunciados por los defensores de los animales en 2016 en un vídeo duro de ver.
«Son necesarias para el aprendizaje de los jóvenes toreros», asegura. Su hija de 32 años, Pilar, veterinaria y apasionada de la tauromaquia como él, asegura que cada vez hay menos.
– Indultado por su valor –
El ganadero contrapone la vida en libertad de la que disfrutan sus reses, de las que sólo un 10% terminarán en las plazas de toros, a las condiciones de crianza de los animales destinados a la alimentación, encerrados en establos y sacrificados «entre los 10 y 15 meses».
«La ganadería de lidia es uno de los pocos sitios donde las vacas pueden morir de viejas», asegura. «Las hembras viven hasta los 22 años, mientras una vaca lechera se sacrifica después de la cuarta lactación», explica.
Los machos, por su parte, pueden vivir hasta los 14 años.
El toro «Cobradiezmos» puede alcanzar esa respetable edad. Este macho impresionante fue indultado por su valor en la lidia el 13 de abril de 2016 en Sevilla por el torero Manuel Escribano.
Desde entonces, disfruta de la vida rodeado de 35 vacas con las que engendró siete terneros en un corral de dos hectáreas a la sombra de encinas.
Sin embargo, no es algo habitual: por 20.000 toros sacrificados el último año, sólo 29 fueron indultados, según apunta la Fundación.
Pero el rito ilustra el respeto que inspira el animal a los aficionados a las corridas.
«El aficionado aprende del toro. El aficionado no se queja, se crece en el castigo y lucha hasta el final», asegura.