Con el palo en la mano
En Suiza, católicos y protestantes lucharon durante más de dos siglos para imponer de manera definitiva el calendario gregoriano. El último ayuntamiento en aceptar ese calendario fue Avers, en 1812.
Corría el año 1796 o 1797 cuando los partidarios del nuevo calendario penetraron en la iglesia de Ilanz, arrancaron los bancos y los convirtieron en astillas. Fue el momento culminante de una contienda que durante dos siglos tuvo dividida a la comuna grisona. Un episodio que refleja, a escala menor, lo que ocurrió en todo el territorio de la Confederación desde que el Papa Gregorio XIII ordenara en 1582 una importante reforma del calendario.
El calendario juliano, introducido por el propio Julio César el año 46 antes de Cristo, constituyó un gran avance, pero presentaba, como pronto se dieron cuenta los eruditos, un gran inconveniente: el año juliano duraba 11 minutos y 14 segundos más que el año solar. Esos minutos y segundos, acumulados a lo largo de los siglos, se habían convertido en días y creaban confusión en el calendario litúrgico de la iglesia.
Así, por ejemplo, la Pascua se iba alejando cada vez más de la primera luna llena primaveral. Por eso, el Papa Gregorio XIII (1502–1585) quiso restablecer el orden. Después de haber consultado y pedido dictamen en toda Europa, ordenó suprimir del calendario los diez días sobrantes.
El “calendario gregoriano” se impuso sin demasiados problemas en los dominios católicos de España y Portugal, así como en el resto de países católicos de Europa. De este modo, en esos lugares se pasó directamente del 4 de octubre de 1582 al 15 de octubre de ese mismo año. Sin embargo, en el imperio alemán y en la Confederación, que eran en parte católicos y en parte protestantes, estalló una violenta disputa.
Caos en la Confederación
Los cantones católicos, con excepción de Nidwalden, aceptaron el calendario gregoriano y exigieron también su aceptación en los territorios dependientes [gobernados y administrados por un cantón, un país aliado o varios cantones]. Los cantones reformados, con Zúrich y Berna a la cabeza, se manifestaron en contra. No podían aceptar de ninguna manera que el cómputo del tiempo viniera dictado por un papa, y menos por Gregorio XIII, que diez años antes había festejado, con un Te Deum, el asesinato de miles de protestantes en Francia.
El 12 de enero de 1584, los cantones católicos decidieron eliminar diez días del almanaque e instauraron el calendario gregoriano. Para los territorios dependientes, después de graves altercados, se alcanzó un compromiso: en las zonas católicas los días festivos se celebrarían de acuerdo con el nuevo calendario y en las protestantes según el antiguo, por lo que finalmente todos los negocios y comercios deberían respetar tanto los días festivos católicos como reformados.
Surgió entonces un enorme desbarajuste en el territorio de la Confederación. Los eventos que superaban lo local, como ferias y mercados, no podían entonces celebrarse en la misma fecha por católicos y protestantes. En los contratos y demás documentos ya no estaba claro el calendario por el que estaban fechados, de manera que en muchos lugares se optó por poner las dos fechas.
No obstante, lo más desastroso fue la regulación de los días festivos. Cuando los protestantes estaban esperando la llegada de la Navidad, los católicos celebraban ya San Silvestre; cuando los protestantes se preparaban para la Semana Santa, los católicos habían dejado ya atrás la Pascua. Por ello, en las regiones de confesión mixta se duplicaron los días festivos y con ello el número de jornadas en las que no se trabajaba.
Los perjuicios económicos que esta yuxtaposición de los dos calendarios conllevaba quedan reflejados en el ejemplo de Bivio, que, desde 1584, quedó dividida en una comunidad religiosa católica y otra reformada. Esta aldea grisona está situada en la ruta de los pasos Septimer y Julier sobre los Alpes, y por lo tanto disponía de almacenes, tabernas y ventas para el cambio de acémilas.
Con este sistema, del que dependía el comercio, se duplicaban los días en que se cerraban los negocios, y consecuentemente el pueblo obtenía menos beneficios. Por eso no es de extrañar que la comuna reformada de Bivio fuera la primera del cantón de Grisones en aceptar el calendario gregoriano (1745).
Riñas en Ilanz
En la reformada Ilanz las cosas fueron otra vez diferentes. Aquí la disputa sobre el calendario no encrespó los ánimos entre confesiones, sino que fueron los patricios, es decir, los miembros de la clase alta aristocrática, los que se negaron a instaurar la innovación. La disputa fue larga y amarga y condujo a riñas “criminales”.
Cuando los “nuevos creyentes” ganaron una votación local sobre la cuestión del calendario, la disputa se intensificó aún más. Entonces, las familias patricias empezaron a peregrinar a la iglesia de San Martín, situada a las afueras de Ilanz, donde los párrocos de las comunas vecinas de Luvis y Flond decían misa para ellos según el viejo calendario. Los partidarios del nuevo calendario se vengaban poniendo, la noche antes de las festividades, obstáculos y troncos de árboles en el camino a la iglesia.
Nuevamente, según un historiador local, los “valientes habitantes de Luvis” llamaron a defender el viejo calendario “con el palo en la mano”. “Dado que la minoría de Ilanz era cada vez más reducida y se mostraba incapaz de hacer respetar las festividades según el antiguo almanaque, un lunes de Pascua los aldeanos de aquella comuna acudieron en su auxilio y ahuyentaron, con palas, azadas, arados y rastrillos, a los nuevos creyentes que trabajaban sus tierras”. Hasta la llegada de las tropas francesas en 1797 no se puso fin a esta grotesca situación.
Avers, el farolillo rojo
Transcurrieron otros diez años hasta que los últimos defensores del antiguo calendario se vieron obligados a hincar la rodilla. Mientras el Gran Consejo declaraba, el 11 de mayo de 1811, la validez exclusiva del nuevo calendario, las localidades de Schiers, Grüsch y Avers siguieron manteniendo su oposición.
Estas comunas solo cedieron cuando el gobierno les amenazó con multas y un batallón de soldados. Los últimos en claudicar fueron los ciudadanos de Avers, el 7 de enero de 1812. Con ello consiguieron la dudosa gloria de ser la última localidad de Europa Central y Occidental en aceptar el calendario gregoriano.
No obstante, hoy todavía pueden descubrirse huellas del calendario juliano en Suiza. Por ejemplo, en la localidad de Urnäsch, Appenzell Rodas Exteriores, se celebran los “Silvesterkläuse” (Nicolás de nochevieja) la noche de San Silvestre y por segunda vez el 13 de enero, coincidiendo con el último día del año del calendario juliano.
Traducción del alemán: José M. Wolff
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