Borromini, la estrella de la arquitectura del siglo XVII
Con una serie amplia de iniciativas y la participación de figuras ilustres, Italia conmemora los 350 años de la desaparición del genio Francesco Borromini (1599-1667). Tesinés de nacimiento, lombardo por adopción y, finalmente, romano por vocación, Borromini es recordado como uno de los más importantes arquitectos de la historia.
Así lo define, sin dudar un solo instante, Paolo Portoghesi, promotor del programa de celebraciones en memoria del gran arquitecto.
El calendario de las actividades de homenaje, presentado en el Museo Vaticano el primero de diciembre pasado, se implementará hasta fines de marzo del 2018. Los eventos se realizarán en espacios del Vaticano, de la Academia de San Luca, de la Universidad La Sapienza y de la Academia de Bellas Artes de Roma. Contará con la participación del Instituto Suizo Enlace externo y del Museo MAXXI Enlace externo.
El extraordinario marco borrominiano de la Iglesia de Sant’Ivo, en La Sapienza, ejemplo de la exclusividad del evento, acogió la ejecución de la Misa Ecce Sacerdos magnus. La partitura de Orazio Benevolo (1605-1672) para tres coros, escrita en 1661, fue especialmente concebida para el entorno de la iglesia proyectada por Borromini.
Además, recientemente se realizó un ciclo de tres conferencias con eminentes especialistas desde Joseph Connors a Werner Oechslin, con la participación del mismo Portoghesi, quienes presentaron sus conocimientos sobre Borromini, tejiendo una historia increíble.
La imagen de Borromini, así como el espíritu de su obra, adquirió su verdadera dimensión con el transcurso del tiempo, a través del análisis académico, superando a cada uno de sus rivales. Ya en el siglo XVII, sus innovaciones condicionaron toda la sociedad civil. Los académicos lo consideran un pilar principal del concepto de la arquitectura barroca.
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Un viaje en la Roma de Borromini
Todavía hoy, su obra sorprende y es fuente de inagotable inspiración. Arquitectos reconocidos a escala internacional retoman aún, actualmente, temas de sus investigaciones espaciales. Al tiempo que importantes académicos se esfuerzan por comprender la ilimitada complejidad de su creación.
Las formas extraordinarias, en las cuales los volúmenes y espacios vacíos, magistralmente trabajados por Borromini, se dibujan entre sí, armonizan, pero también delimitan con bordes afilados, casi como si quisiera perforar el cielo. Como en una música que deja «cantar» las pausas, en las que incluso el silencio «canta».
Siglos después de su muerte, el genio de Borromini sigue rodeado de un gran misterio. Incluso en su propia personalidad se puede entrever “la obra de arte”. En su talento precoz, en querer superarse continuamente, en intentar siempre sobresalir del contexto. En el deseo de vencer siempre y a cualquier costo, apoyándose en su mérito fuera de discusión. Si fuera necesario, hasta enfermarse en la espasmódica búsqueda de la belleza. Belleza que Borromini regaló a Roma, al mundo de la arquitectura. Belleza por la que hoy se lo recuerda y celebra con gran reconocimiento.
En las celebraciones no faltaron las referencias a la personalidad esquiva e introvertida de Borromini. A su relación, extremadamente competitiva, con el otro coloso de la época, Gian Lorenzo Bernini. Competencias vivenciales que dieron lugar a chismes y al surgimiento de numerosas leyendas. Y que marcaron realmente su actividad. Borromini, sin duda, pudo expresarse plenamente, realizando sus obras más importantes, solo en el periodo en que Bernini fue “relevado” por las comisiones papales, por decisión de Inocencio X (Giovanni Battista Pamphilj), dejándole el campo libre para su trabajo. Un breve y brillante paréntesis que, una vez cerrado, hace caer a Borromini en una crisis profunda, que tuvo como trágico epílogo su suicidio, utilizando una espada en circunstancias “teatrales”.
Los Museos Vaticanos enriquecieron la celebración con una muestra, abierta hasta el pasado 5 de enero, donde se expusieron algunos dibujos originales del gran arquitecto, entre los cuales, los proyectos de armonización de la Basílica de San Gionvanni in Laterano, Roma. Y que incluía también papeles y documentos conservados en la muy custodiada Biblioteca Apostólica Vaticana, en compañia de algunos de los manuscritos más raros e importantes del mundo.
Los homenajes continuarán en el 2018 con otras iniciativas de la Universidad La Sapienza y la Academia de Bellas Artes de Roma. En marzo, Borromini estará nuevamente en el MAXXI, con una muestra, acompañada de simposios, que cerrará el ciclo de la conmemoración. Participarán arquitectos de fama mundial, entre los cuales, el mismo Portoghesi, Frank Gehry, Arata Isozaki y Massimiliano Fuksas.
Francesco Borromini
Arquitecto y escultor suizo. Su verdadero nombre fue Francesco Castelli. Nace el 25 de septiembre de 1599 en Bissone, Tesino, y se suicida en Roma el 3 de agosto de 1667.
Al principio, albañil como su padre. Deja Suiza aun joven y se dirige a Milano, donde aprende dibujo y escultura.
En 1619 parte para Roma donde reside hasta su muerte. Trabaja primero en la Basílica de San Pietro como escultor ornamental, bajo la dirección de Carlo Maderno.
La Ciudad Eterna, le abre óptimos horizontes, pero se le cruza en su camino un rival de alto nivel: Bernini.
En 1634 realiza su primera obra personal: la Iglesia de San Carlo alle Quattro Fontane, denominada el San Carlino. Su fama crece y Francesco Borromini dirige numerosos proyectos. Le confían importantes trabajos, entre otros, la transformación de la Basílica de San Giovanni in Latrano y la construcción del Oratoio de los Padres Filippini.
Afectado por una profunda depresión, termina sus días lanzando su cuerpo contra una espada. Es sepultado en la Iglesia de San Giovanni dei Fiorenti, en Roma.
(Traducción del italiano: Sergio Ferrari)
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