¿Qué héroes merecen un monumento?
En las plazas de múltiples ciudades del mundo hay estatuas dedicadas a generales y filósofos desaparecidos. En Ginebra, los monumentos en honor a Edward Snowden, Nelson Mandela y las víctimas del genocidio armenio han desatado una polémica sobre el rol del arte en el espacio público.
“Mucha gente dice que son traidores, pero yo quiero celebrar a estos héroes vivos. Mi trabajo es un monumento al futuro”, declaró recientemente el artista italiano Davide Dormino delante de la sede de Naciones Unidas en Ginebra.
A su espalda se encontraban las esculturas a tamaño natural de los ‘delatores’ (whistleblowers) Edward Snowden, Julian Assange y Chelsea Manning, que ha instalado durante una semana en la Plaza de las Naciones de Ginebra, escala suiza de una gira europea de su obra.
Una asociación local que ayudó a Dormino a organizar la etapa ginebrina desea que la escultura se quede de forma permanente en la ciudad. Pero es más que probable que le resulte difícil obtener los necesarios permisos de las autoridades, entre ellas el presidente de Ginebra François Longchamp, quien se ocupa de la cuestión del arte en el espacio público.
“Ginebra tiene la tradición de jamás rendir homenaje a personalidades vivas”, comenta Longchamp a swissinfo.ch. “Nunca damos a una calle el nombre de una persona que no lleve al menos diez años muerta. Y solo erigimos monumentos a personalidades muy excepcionales”.
El 17 de septiembre, la misma semana que fue presentada la escultura de los ‘delatores’, en el cercano Parque Rigot se celebraba a un héroe muerto. Cerca de cien personas inauguraron el monumento a Nelson Mandela, titulado ‘El odio solo daña al que odia’ (Hating only harms the hater) del artista Léonard de Muralt, un estudiante de la prestigiosa Escuela de Arte y Diseño de Ginebra (HEAD).
“Los 4m2 (área de la piedra) representan el espacio en el que Nelson Mandela estuvo preso durante muchos años”, explica de Muralt. Y las rocas blancas simbolizan la cantera donde Mandela fue obligado a realizar trabajos forzados. Los doce mástiles de metal deberían evocar tanto las banderas de las naciones como los barrotes de una celda.
“Simbolizan el escape y la transformación espiritual”, comenta de Muralt, quien insta a las autoridades a mantenerse vigilantes y críticas “ante los regímenes de ’apartheid’ de nuestro tiempo”.
“¿Es eso posible con arte?”, preguntó con sarcasmo el diario ‘Le Matin’. El editorial del rotativo de Lausana se interrogaba acerca de si una escultura humana de Mandela no hubiera sido “más explícita y hubiera atraído más turistas”, como por ejemplo la vecina estatua en bronce del Mahatma Gandhi.
De Muralt se esperaba las críticas. “Puede que a algunos no les guste el minimalismo, o el concepto abstracto, y echen de menos el busto o el icono. Esto es normal. La idea del arte es crear un debate con la sociedad. Pero hay riesgos, como vimos con Anish Kapoor en Versalles”.
A finales de septiembre, una escultura de Anish Kapoor en los jardines del Palacio de Versalles fue recubierta en hoja de oro para cubrir grafitis antisemitas que causaron escándalo en Francia. La controvertida obra del escultor angloíndio con forma de trompeta recibió el mote de ‘La Vagina de la Reina’ por los medios de comunicación y fue vandalizada en varias ocasiones desde su instalación en junio.
Es poco probable que la obra de Léonard de Muralt sufra la misma suerte. Sin embargo, un artista siempre corre un riesgo cuando instala una obra en el espacio público, afirman los expertos.
“Es un género lleno de códigos, limitaciones y fondo ideológico, lo que crea dificultades para los artistas. Ellos no solo son responsables de implementar el proyecto, sino que también deben supervisar cuestiones como la seguridad pública y la durabilidad”, explica el director de la HEAD Jean-Pierre Greff.
“Pero es un desafío al que los artistas aspiran, especialmente en lugares altamente politizados como Ginebra”, añade.
Longchamp comenta que muchos artistas intentan aprovecharse de la ‘marca Ginebra’, y recuerda el caso del escultor de Zúrich Vincent Kesselring, quien intentó instalar una escultura de siete toneladas bautizada ‘Bisou’ (beso) de forma permanente a orillas del lago. Tras una batalla legal que duró tres años, en junio de 1998 los residentes de Zúrich fueron convocados a pronunciarse en una votación local. El 65% rechazó el proyecto.
Otra obra temporal tuvo más suerte a la hora de ganarse el estatus de legendaria. La ‘Silla Rota’ (Broken Chair) del artista suizo Daniel Berset. Se trata de una escultura en madera de 12 metros de altura que se ha convertido en una atracción permanente de la Plaza de las Naciones. Incluso puede verse en la versión ginebrina del juego de mesa ‘Monopoly’.
“Pero esta pieza no siempre fue tan popular”, explica Jean-Baptiste Richardier, uno de los fundadores de Handicap International, colectivo que erigió la silla temporalmente en agosto de 1997.
“Inicialmente, iba a quedarse solo durante tres meses, hasta la firma del Tratado de Ottawa sobre prohibición de minas en diciembre de 1997. Pero el apoyo del público hizo que permaneciera en su sitio hasta el año 2005, cuando fue retirada para poder modificar la estructura de la plaza”.
El regreso de la escultura sufrió posteriormente retrasos y hasta llegó a ponerse en duda que volviera a su lugar. El caso es que la silla se había convertido en un símbolo ‘molesto’ para las Naciones Unidas y los Estados que no ratificaron el mencionado tratado, según Richardier. “También ocurrió que algunos malinterpretaron la escultura como una metáfora del desbalance de la ONU”.
Tras una lucha a puerta cerrada, las autoridades de Ginebra y el entonces secretario general de la ONU llegaron a un acuerdo. Kofi Annan acalló las críticas y logró que la silla fuera reinstalada en el mismo sitio en febrero de 2007.
Y una nueva era trae consigo una nueva saga de la memoria en Ginebra. En este caso, se trata de las ‘Farolas de la Memoria’ (Streetlights of Memory), del artista de origen armenio nacido en Francia Melik Ohanian. La obra es un tributo a las víctimas del genocidio armenio y un símbolo del siglo de solidaridad suiza con dicho pueblo.
Una década después de su creación, el controvertido proyecto sigue buscando un emplazamiento en Ginebra. En diciembre del pasado año, el Ministerio suizo de Asuntos Exteriores expresó su preocupación sobre la idea de instalar la obra en el Parque Ariana cercano a la sede de las Naciones Unidas, donde “podría afectar al entorno pacifico e imparcial”. Tras años de tira y afloja, no se vislumbra una solución al dilema.
“Pero las cosas progresan”, afirma Rémy Pagani, quien dirige el departamento de construcciones y desarrollo urbano de la ciudad. “Hemos encontrado un lugar, pero no le puedo decir dónde. La pieza está actualmente en Venecia y esperamos poder instalarla aquí, en Ginebra. Pero el proceso fue bloqueado dado que hubo mucha presión”.
“El espacio público está lleno de simbolismo y requiere de un gran cuidado”, explica el exalcalde de Ginebra.
“Cuando se interviene en el espacio público, se interviene en un sitio que nos concierne a todos. Es un lugar de libertad, donde todas y cada una de las intervenciones necesitan ser cuidadosamente pensadas, con gran inteligencia”, puntualiza Pagani.
Rodrigo Carrizo Couto
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