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Hormigón: el material del siglo XX

Entrada al túnel
Rino Tami. Entrada de la autopista en Melide, Cantón del Tesino. Balerna, Archivio del Moderno, Fondo Rino Tami

Algunos entusiastas de la arquitectura lo recuerdan con nostalgia, otros lo ven como el epítome de la frialdad y el anonimato. Una breve historia cultural sobre el amor-odio al hormigón en Suiza.

Suiza es el ‘país del cemento’. Incluso después de la Segunda Guerra Mundial, Suiza utilizó más hormigón por persona que los demás países europeos, que se encontraban en plena reconstrucción de sus ciudades bombardeadas. Aún hoy, en Suiza se utiliza más de media tonelada de hormigón per cápita al año. El país helvético está casi siempre entre los 5 principales consumidores de hormigón del mundo.

El apetito suizo por el hormigón estaba y está arraigado a diferentes construcciones de infraestructuras, como la enorme presa hidráulica de la Grande Dixence. De 1953 a 1961, hasta 1 500 personas trabajaron allí simultáneamente en la construcción de una presa tan alta como la Torre Eiffel.

Entre ese enorme grupo de trabajadores se encontraba un joven llamado Jean-Luc Godard, que hacía labores de telefonista y que realizó varios cortometrajes dedicados a esa estructura de cemento. La primera película de Godard describía cómo se producía el hormigón por medio de una gigantesca «máquina de hierro y acero» que extraía toneladas y toneladas de piedra de la montaña, las bombeaba a su «corazón metálico» para triturarlas y mezclarlas con cemento.

Presa hidráulica
Presa hidráulica de Grand Dixence. Jeremy Toma

Godard pudo venderla a los gestores de la presa, y ciertamente funcionó como película promocional del hormigón. Así surgió el mito: el hormigón es solo roca transformada. La industria local del hormigón sigue hoy día promoviendo ese material de construcción como producto local, tan natural como el queso o la leche.

Una exposición en el Museo Suizo de Arquitectura presenta dibujos originales, maquetas y fotografías procedentes de los tres archivos arquitectónicos más importantes de Suiza para destacar el hormigón como fenómeno cultural y arquitectónico.  La exposición estará abierta al público hasta el 24 de abril de 2022. 

En cuanto a recursos minerales, el país helvético es más bien pobre. No obstante, cuenta con una provisión casi infinita de piedra triturada, grava y, sobre todo, piedra caliza, importante para la producción de cemento. En la segunda mitad del siglo XIX, se construyeron multitud de fábricas de cemento en torno a canteras suizas. Mientras que en EE UU se luchaba contra el poder de las grandes empresas del petróleo y el acero que abarcaban todos los aspectos de la comercialización, los socialistas suizos de aquella época intentaron acabar con el poder que ejercían las empresas del cemento, así de poderosa les parecía la industria del hormigón. En los años 90, gran parte de ella fue absorbida por el grupo que hoy domina el mercado mundial del hormigón: Holcim-Lafarge.

Además, el hormigón no era solamente un material, sino también un símbolo de cómo se abordaba la modernidad. Hormigonar era un lema político que podía ganarse la simpatía tanto de la izquierda como de la derecha. Para algunos críticos, los edificios construidos con abundancia de hormigón son muestra de un estilo; para otros, ese material sigue siendo el epítome de la fealdad y la frialdad. Es hora de echar un vistazo a ese componente básico de la construcción del siglo XX, capaz de producir visiones y pesadillas a partes iguales.

Y surge el hormigón

A mediados del siglo XIX se descubrió que el hormigón, con ayuda del acero, podía adoptar formas estables que durante mucho tiempo habían sido impensables. Ese descubrimiento lo convirtió en el material prototipo de la modernidad después del acero desnudo que dominaba el Gründerzeit. Como material del futuro, el hormigón había superado por fin «completamente la inercia y la imprevisibilidad de los materiales naturales como el mármol, la arenisca y la madera», informaba el Cement Bulletin en un comunicado de la industria suiza del hormigón en los años veinte.

  • Salvatore Aprea/Nicola Navone/Laurent Stalder (eds.): Concrete in Switzerland. Histories from the recent past (El hormigón en Suiza. Historias de un pasado reciente). 2021
  • Nadine Zberg/Tobias Scheidegger. Grau. Beton als Chiffre (Gris. El hormigón en cifras). In: Gegen|Wissen, 2020 (cache 01).
  • Sarah Nichols: Pollux’s spears. In: Grey Room 1 (La lanzas de Pólux. En la sala Gris 1), 2018.
  • Georges Spicher/Hugo Marfurt/Nicolas Stoll: Ohne Zement geht nichts: Geschichte der schweizerischen Zementindustrie (Nada funciona sin cemento: historia de la industria suiza del hormigón). 2013.  
  • Adrian Forty: Concrete in the Cold War (El hormigón en la Guerra Fría). En: David Eugster/Sibylle Marti: Das Imanginäre des Kalten Krieges (El ‘Imaginario’ de la Guerra Fría). 2015.
  • Entrevista con Sarah Nichols, comisaria de la exposición ‘Beton
  • Entrevista con Nadine Zberg, Universidad de Zúrich
  • Entrevista con Evan Panagopoulos, Explorabilia

Al principio, los fabricantes de hormigón respondieron a los temores iniciales de que la combinación de cemento, piedra y armazón de acero no fuera lo suficientemente estable, con muestras en distintos eventos públicos. En la Exposición Nacional de 1883, por ejemplo, la empresa Vigier demostró la capacidad de carga de un puente. Solo se derrumbó después de que rodaran sobre él 38 toneladas de troncos de árboles. La prueba científica definitiva la aportaron los Laboratorios Federales Suizos de Ensayo e Investigación de Materiales de la EPFZ, fundados en 1880, que demostraron una y otra vez lo que el hormigón era capaz de soportar. El hormigón se convirtió en el prototipo no solo de la flexibilidad del diseño, sino también de la estabilidad y la resistencia.

Una cueva con piedras compuestas con cemento
Entrada a un acuario en Platzspitz, Exposición Nacional de 1883. Estas rocas están compuestas por cemento. Eth-bibliothek Zürich / Romedo Guler

Sin embargo, aún no estaba aceptado del todo estéticamente; por eso el hormigón permaneció oculto durante mucho tiempo. Por ejemplo, se utlizaba para los cimientos, los pilares y para el sistema de alcantarillado. Allí donde aparecía al descubierto, se intentaba disimularlo. Así, cuando era empleado para cubrir los cimientos, por ejemplo, se le hacía parecer piedra natural.

Alrededor de 1900, los primeros conservacionistas, preocupados por preservar la mayor parte posible del paisaje natural suizo, compartieron su preocupación por la «capa muerta de hormigón» de los muros de contención en los Alpes. Recomendaban raspar el hormigón para que la piedra natural que contiene fuera visible. El hormigón debía tener el aspecto de un conglomerado natural o de una roca comprimida.

Los puentes de hormigón de Maillart impresionan

Sin embargo, después de la Segunda Guerra Mundial, cada vez hubo más voces que supieron encontrar cualidades estéticas en el hormigón como material reconocible. En 1947 el Museo de Arte Moderno de Nueva York dedicó una retrospectiva al ingeniero Robert Maillart. En el comunicado de prensa, el museo precisaba que los puentes de hormigón de Maillart saltaban los ríos y abismos con la elegancia que lo hacen los galgos. Solo la estupidez podría explicar el hecho de que las obras de este genio hayan sido relegadas a valles remotos, dijeron los curadores. Se burlaron del puente Stauffacher de Zúrich ya que el núcleo de hormigón construido por Maillart fue estropeado al cubrirlo con granito y arenisca. Fueron precisamente los funcionarios poco visionarios los que ocultaron al mundo lo que pone a Maillart al nivel de escultores como Brancusi.

Puente sobre el valle
Uno de los ‘galgos’ de hormigón de Maillart: el puente de Salginatobel (1929/1930). Eth-bibliothek Zürich

Hormigón puro ‘a la Corbusier’

No obstante, el modelo predominante en el uso del hormigón en la posguerra pasa a ser el que impuso el arquitecto Le Corbusier, que lo presenta sin pulir, directamente como béton brut (hormigón puro). Lo que hoy se suele llamar artquitectura brutalista reúne experimentos muy diferentes y variados con el hormigón.

El estilo arquitectónico brutalista, que se inspiró en el ‘béton brut’ de Le Corbusier, no tiene mucho que ver con la brutalidad, sino que era más bien una ética de producción arquitectónica. Los edificios debían tener un valor de reconocimiento icónico, los materiales debían utilizarse sin refinar, tal y como se encontraban, y la construcción debía quedar a la vista, es decir, nada debía estar enlucido, refinado o decorado.

El hormigón era solo un material, aunque el término ‘brutalista’ se utiliza hoy a menudo como sinónimo de edificios con mucha superficie de hormigón a la vista.

Uno de los edificios más llamativos es la iglesia de St Nicolas, del escultor y arquitecto Walter Maria Förderer, en Hérémence, construida entre 1967 y 1971. El edificio invita a cambios radicales y aperturas en el juego de orieles (ventanas salientes), como en muchos edificios eclesiásticos brutalistas de la época. A pocos kilómetros de la presa de la Grande Dixence, Förderer basó su diseño en la imagen de una roca caída en el valle. Aquí, el hormigón se convierte en una segunda corteza terrestre, en una nueva naturaleza; la arquitectura se ve como parte del paisaje en el que la frontera entre naturaleza y artificialidad queda difuminada.

El influyente grupo de arquitectos Atelier 5 de Berna utilizaba el hormigón de forma sobria, ya que  estaban comprometidos con el concepto de construcción con rugosidad e imperfecciones superficiales. El arquitecto del Atelier 5, Jacques Blumer, describió el hormigón como un material que «facilita tanto la simplicidad en la expresión como la simplicidad en el detalle».

Esa creencia en la simplicidad se convirtió en su programa. El Atelier 5 estaba organizado de forma cooperativa, sin maestros ni arquitectos estrella, y su objetivo era construir viviendas para los trabajadores. Aunque los edificios acabaron siendo habitados mayoritariamente por la clase media culta, los arquitectos consiguieron crear proyectos de viviendas de alta densidad que eran extremadamente habitables, más parecidos a las ciudades medievales que a los amplios espacios abiertos de la modernidad.

Sin embargo, su planificación paisajística no habría sido posible sin el hormigón. La urbanización Halen, en Berna, incluye un amplio aparcamiento subterráneo; solo se podía llegar a la ciudad en coche.

Pozo de ventilación
Flora Ruchat-Roncati / Renato Salvi. Ventilación de túneles en la A12, 1988. Jennifer Goff

A los proyectos de infraestructuras energéticas les siguió en los años 60 la ampliación de la red de autopistas, que consumió enormes cantidades de hormigón. Fue aquí donde la arquitectura de hormigón suiza se mostró quizás más orgullosa del progreso al que contribuyó, por ejemplo, con el diseño de Rino Tami en las entradas del túnel de San Gotardo en los años 60.

De los búnkeres a las viviendas prefabricadas

El hormigón no tiene un lugar político claramente definido en los albores de la modernidad. Incluso el pabellón del ejército en la Exposición Nacional de Suiza de 1964 recordaba la monumentalidad de los edificios brutalistas. Representaba un erizo defensivo con 141 picos de hormigón de 3,5 toneladas cada uno. No obstante, en ese pabellón la expresividad de la experimentación arquitectónica se combinó con una actitud fundamentalmente conservadora.

Según el historiador Adrien Forty, en el hormigón se encontraba tanto la promesa de un futuro mejor como el miedo a la destrucción total. El hormigón desnudo puede asociarse a la arquitectura progresista tanto como a las paredes desnudas de los búnkeres que se construyeron bajo tierra en todas partes durante la Guerra Fría para proteger a los suizos y suizas de las bombas nucleares rusas.

Estructura de cemento simulando un erizo
Estructura de cemento con fines militares construido por el arquitecto zuriqués Jan Both para la Expo 64 de Lausana. Keystone / Jakob Braem

A pesar del equipamiento y de la competencia de sistemas, tanto en el Este como en el Oeste, el hormigón se utilizó en masa para satisfacer la escasez de viviendas de la posguerra lo más rápido posible. Los grises edificios prefabricados del Este, despreciados en Occidente, no eran tan diferentes del propio Occidente; sus métodos de construcción eran muy parecidos. Los elementos prefabricados se producían en masa y luego se utilizaban para formar viviendas de bajo coste, o al menos rentables para los inversores. Eso dio lugar a un tercer gran impulso en el consumo de hormigón en Suiza. En la parte central de Suiza, este tipo de urbanizaciones se incrementó notablemente en la posguerra. Se construían rápidamente, a veces teniendo más en cuenta el rendimiento que la belleza.

A principios de los años setenta, la bonanza económica y la fe en el progreso se derrumbaron. El ‘Club de Roma’ predijo los límites del crecimiento, y la crisis del petróleo de 1973 demostró que la depresión económica y cultural iban de la mano.

La rápida construcción de aquel entonces fue calificada de «contaminación ambiental», según el título de un libro del arquitecto Rolf Keller, y el hecho de vivir en grandes urbanizaciones fue calificada de estado inaceptable. La arquitectura bella, según un miembro destacado de la Asociación de Arquitectos Suizos, se había vuelto tan rara que era como «buscar una aguja en un pajar». El hormigón, según el arquitecto, se había convertido en el epítome de una idea equivocada de progreso. No es casualidad que en 1977 la industria del hormigón empezara a coronar los edificios más bonitos de Suiza, para compensar la mala reputación.

En los años 70, el ‘hormigonado’ del campo aparece también en los manifiestos de varios partidos, muy pronto también en el de Acción Nacional, que justificaba sus iniciativas contra la ‘alienación de Suiza’ no solo con eslóganes racistas sino también con la protección del medio ambiente. La inmigración llevaba cada vez a más gente a una mayor expansión urbana, y esta al hormigón. En 2020 la UDC sigue haciendo campaña contra la Zubetonierung de Suiza, lamentablemente con una imagen del monumento a la Shoa de Daniel Liebeskind en Berlín.

A finales de los años 70, los socialistas también adoptaron su lema. Para ellos, el hormigón representa una lógica de crecimiento puramente orientada al beneficio y a la especulación inmobiliaria. Cuando el movimiento juvenil se rebeló en las ciudades suizas a principios de los años ochenta, exigieron su destrucción de una vez por todas: «SCHAD, DASS BETON NICHT BRENNT!» (¡Lástima que el hormigón no arda!), decían los panfletos.

Incluso hoy en día, siguen existiendo profundas divisiones en el sentimiento popular sobre el hormigón. Si los periódicos sensacionalistas propusieran a sus lectores que voten qué edificio es el más feo de Suiza, uno podría estar seguro de que este dudoso premio iría a parar a un edificio que mostrara mucho hormigón a simple vista.

Edificio alto de cemento
En 2018 el edificio del personal del Hospital Triemli de Ester y Rudolf Guyer fue elegida la «casa más fea de Suiza». Volker Schopp

Al mismo tiempo, y por el contrario, los premios de los círculos arquitectónicos irán a parar a edificios que se hayan comprometido con un enfoque abierto del hormigón. Especialmente en las mejores zonas residenciales, se pueden encontrar ahora casas con hormigón desnudo vertido con el máximo cuidado. Ha perdido su aura de sencillez, pero los arquitectos siguen valorando el hormigón como un material ‘auténtico’.

Vistas de la casa premiada, por fuera y por dentro
Con Der Stadtbaustein, los arquitectos zuriqueses Andreas Fuhrimann y Gabrielle Hächler ganaron el primer premio de la editorial alemana Callway. Callwey, Häuser des Jahres 2021

El debate sobre el hormigón ya no es sobre la estética, sino sobre el impacto medioambiental de su uso. El proceso de producción del hormigón consume demasiada energía y genera enormes emisiones de CO2.

También en este aspecto, el hormigón es un material clásico del siglo pasado.

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