Un homenaje a la artista suiza Heidi Bucher
Encontró su camino hacia el arte a través de la sastrería, diseñando esculturas a partir de telas y vestidos. A partir de ahí, Heidi Bucher se adentró en la arquitectura y despellejó literalmente estancias cargadas de historia. Durante su vida, recibió poco reconocimiento como artista; ahora una retrospectiva a su arte lo compensa por fin.
Venice Beach, Los Ángeles 1972: Cuatro grandes esculturas de un material espumoso se deslizan por la arena, hacen cabriolas y giran. Sus superficies brillan misteriosamente. ¿Han surgido del mar o han aterrizado desde una galaxia lejana? Están habitadas. De su interior surgen pies, una mano, y cuando se inclinan, una cabeza.
De pronto parece como si se convirtieran en un vestido, de pronto un recipiente, tal vez una casa. Al fondo, el océano Pacífico se pierde en la bruma; la melodía de las olas ponen música a esta escena onírica. Las apacibles y ligeras esculturas se llaman ‘Bodyshells’ y Heidi Bucher, su marido y sus dos hijos estuvieron contemplando sus movimientos en la playa californiana.
Fue la primera obra propia de la artista suiza. Las imágenes que nos genera estas esculturas móviles nos dan la impresión de estar viendo formas utópicas. Parece que la arquitectura es moldeable; que los espacios nos protegen pero no nos tratan con benevolencia; que nos envuelven como la tela de un vestido que no está diseñado para un cuerpo ni género específico.
A través de la adaptación llega a la arquitectura
La artista vivó otra realidad: Adelheid Hildegard, nacida en el seno de una familia de ingenieros en Winterthur en 1926, creció en una sociedad en la que las habitaciones aún estaban claramente asignadas a los sexos. Se formó como modista, una profesión que permitía a las mujeres prepararlas para las tareas domésticas a las que debían enfrentarse posteriormente.
Después tuvo el privilegio de estudiar moda y textiles con Johannes Itten, Max Bill y Elsie Giauque en la Kunstgewerbeschule de Zúrich. Toda su obra está arraigada en la tradición textil, como dice su hijo Mayo Bucher, que gestiona el patrimonio de su madre junto con su hermano Indigo. Sin embargo, supo ampliar visiblemente este ámbito femenino a la arquitectura, que era entonces dominio de los hombres.
Heidi Bucher se trasladó a California, ciudad que supuso la emancipación de la artista. Aquí comenzó a exponer con su propio nombre. Anteriormente había trabajado con su marido, el artista Carl Bucher, con el que viajó primero a Canadá y luego a Estados Unidos. Una de sus obras más destacables fueron sus esculturas vestidas que paseaban por las calles de Manhattan. Su trabajo fue portada de la primera edición alemana de la revista Harper’s Bazaar. Sin embargo, su exposición en Montreal en 1971 se presentó bajo el nombre de ‘Carl Bucher & Heidi’; la artista no era más que un complemento.
Los Ángeles fue un lugar importante para la neovanguardia, la performance, el arte corporal y la escultura blanda a principios de los setenta. También fue un punto de encuentro para el arte feminista. Las artistas Judy Chicago y Miriam Schapiro crearon espacios para las mujeres fuera de las instituciones ya establecidas.
Es recomendable ver los ‘Bodyshells’ de Heidi Bucher al aire libre. Los ‘Bodywrappings’ creados sobre ellos, una especie de escultura envolvente hecha de plástico, también se han fotografiado junto al paisaje de Hollywood Hills, donde la familia vivió por última vez.
Desnudar la habitación
En este contexto, el regreso de la artista a su país natal en 1973 se convierte en una gran oportunidad. Desde la cálida «California Dreaming», Heidi Bucher llegó a Suiza, que acababa de aprobar el derecho de voto a las mujeres. Se separó de su marido y montó su estudio en Zúrich, en una cámara frigorífica subterránea y sin ventanas de una antigua carnicería. A partir de entonces obtuvo el material para sus obras directamente de los espacios existentes. Desarrolló una técnica única de utilizar el látex para despegar el interior de las habitaciones como si fuera una piel. Hizo público estas «acciones de despellejamiento» como si fuera una metamorfosis en las que desprendía a la arquitectura de su ideología construida, así como de su historia, y la transformaba en materiales frágiles y flexibles. Recubrió el látex con nácar, el material que mantiene unidas las conchas de los caracoles como si fuera mortero y que al mismo tiempo las hace brillar en todos los colores.
La primera ‘habitación de piel’ ‘Borg’, de Ge-borg-enheit, está sacada de su estudio. Más tarde tomó como ejemplo las casas o habitaciones de su propia biografía, como la villa de sus difuntos padres y la casa solariega de sus abuelos. El ‘Herrenzimmer’ de 1978, una habitación retenida por su padre, donde el apasionado cazador guardaba sus trofeos, es una de sus obras más conocidas. Al mismo tiempo, sumergió en látex objetos estrechamente relacionados con la esfera femenina: Almohadas, mantas, pero también prendas como ropa interior o medias.
En la década de 1980, amplió su trabajo para incluir lugares cargados de historia, donde la arquitectura aparecía como testigo contemporáneo de la política social, la ideología y el ejercicio del poder. En 1987 Heidi Bucher «desolló» el portal de entrada del Grand Hôtel Brissago, en el lago Mayor. Hizo lo mismo con una casa que encarnó el ambivalente papel de Suiza durante el nacionalsocialismo, primero como lugar de refugiados políticos y después como hogar de internamiento para mujeres y niños judíos. Un año después, creó la «Sala de Audiencias del Doctor Binswanger» del Sanatorio Bellevue de Kreuzlingen. La obra muestra la habitación en la que las mujeres eran declaradas enfermas por los psiquiatras que les diagnosticaban «histeria».
Un lugar en la historia del arte
A pesar de la espectacularidad de su técnica, que dio lugar a obras de impresionantes dimensiones y de gran trascendencia sociopolítica, el arte de Heidi Bucher no ha sido debidamente valorado hasta hoy. La galerista Elisabeth Kübler, que en su momento intentó en vano ganarse a los directores de los museos para ofrecer una exposición de Louise Bourgeois, tampoco consiguió ampliar el círculo de coleccionistas de Heidi Bucher.
Había muy poco interés en el arte de las mujeres. Tras la muerte de la artista en 1993, transcurrieron diez años hasta que tuvo lugar una primera gran exposición en un museo.
«Cuando estudiaba en Zúrich a principios de los años noventa, una obra suya colgaba en el salón abierto del Instituto de Historia del Arte», comenta Elisabeth Kübler. «Nadie hablaba de la obra ni en los seminarios ni junto a la máquina de café».
Ahora, por primera vez, se puede ver la obra completa de la artista en el Kunstmuseum (Museo de Arte) de Berna. La gran retrospectiva ‘Heidi Bucher – Metamorfosis’ ha viajado de la Haus der Kunst de Múnich a Berna. A partir de junio, se abrirá una exposición adicional dedicada a la artista en el Muzeum Susch. Un catálogo sentará las bases para una nueva evaluación. En un simposio celebrado en Múnich, académicos de todo el mundo llevaron a cabo un análisis profundo de la obra de Bucher. Los restauradores están trabajando en la adecuada conservación de las frágiles pieles de látex. La reivindicación es clara: la artista debe ocupar por fin su lugar en la historia del arte.
No obstante, aunque los comisarios y expertos en arte se pongan manos a la obra, el tiempo no puede retroceder. El látex se ha oscurecido, se ha vuelto más frágil y más fino. La ironía de esta historia es que sólo podemos acercarnos a las pieles de látex envejecidas con extrema precaución si no queremos destruirlas. Los ‘Bodyshells’ se reconstruyeron para la exposición porque se habían perdido, aunque siguen brillando de un blanco plateado como siempre, como si el tiempo se hubiera detenido bajo el sol californiano.
Combinación de escultura y espectáculo
Las numerosas tomas de películas, fotogramas y fotografías de los ‘Bodyshells’ nos transmiten el carácter vivo de la obra de Heidi Bucher. Estas carcasas nos muestran cómo se combinan la performance y la escultura en su obra. Podemo observar cómo Bucher embalsamaba suelos, paredes, puertas y ventanas con sus propias manos y cómo retiraba de nuevo el látex con gran esfuerzo físico. Cómo se envolvía en las pieles que brillaban y relucían debido al nácar.
Una y otra vez, la artista revela su gran sensorialidad para las imágenes expresivas. Colgaba las pieles en las ventanas con la misma facilidad con que un ama de casa cuegla las alfombras o las sábanas. Presentó una piel del suelo flotando libremente sobre la entrada de la casa solariega como si fuera el nuevo escudo de la familia. En algunas protestas, ella y sus compañeros de campaña llevaron las pieles por las calles. Tan sólo una vez, con motivo de la primera y única trienal de vanguardia ‘La femme et l’art’ en 1983 en Le Landeron, cubrió con látex a mujeres y a un hombre, como muestra el caparazón del cuerpo suspendido en el Kunstmuseum de Berna. Como curiosidad, algunos pelos del pecho venían con este último.
El gusto por la metamorfosis
Aunque las acciones de transformación también se hacen eco de violentas costumbres míticas, el simbolismo de la metamorfosis predomina en la obra de Heidi Bucher. Una y otra vez cita la libélula, que tiene que mudar de piel para crecer y finalmente salir volando. Posó con un traje inspirado en el insecto, al que llamó «el placer de la libélula». Cuando quitó la piel del ‘Herrenzimmer’ con ambos brazos, parecía que le salían alas. En estas imágenes de la película y las fotografías, el carácter lúdico y la ligereza de los «cuerpos» vuelven a brillar y hacen que los desollamientos aparezcan bajo una luz menos traumática, más bien poética, incluso humorística.
En la última etapa de su vida, Heidi Bucher volvió al mar. Esta vez al Océano Atlántico, exactamente a la isla de Lanzarote. Ahí, sus obras se desprenden de los espacios históricamente ocupados. Se ocupó de la arquitectura típica del lugar y emprendió el despellejamiento de puertas de madera de colores, las transiciones entre el interior y el exterior. Paralelamente, creó acuarelas y esculturas en látex y cola blanca. Están dedicadas al agua, un elemento que no conoce otro estado que la transformación perpetua.
Traducido del alemán por Carla Wolff
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