La diseñadora francesa, perfumista y agente nazi Gabrielle “Coco” Chanel, que murió hace hoy exactamente 50 años, está enterrada en Lausana. Tras acabar la Segunda Guerra Mundial y para escapar de los cargos por colaboracionista se trasladó a Suiza, donde pasó unos diez años a orillas del lago Lemán.
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Nacido en Londres, Thomas fue periodista de The Independent antes de trasladarse a Berna en 2005. Habla tres idiomas suizos oficiales y le gusta viajar por el país y practicarlos, sobre todo en pubs, restaurantes y heladerías.
“Coco Chanel únicamente bebía champán”, recuerda un barman del Hotel Beau-Rivage Palace, donde Chanel tenía una suite. Después de todo, en el exilio se podía vivir con estilo.
El lujoso Beau-Rivage y el Lausanne Palace (donde también pasó parte de su tiempo) están muy lejos de aquella familia pobre en la que Chanel nació en 1883 y de aquel orfanato en el que creció y aprendió a coser.
A través de su visión creativa, del trabajo duro y de conocer a las personas correctas (también a la gente equivocada), en 1935 Chanel tenía unas 4 000 personas en plantilla y cinco boutiques en el centro de París. Sin embargo, después de la guerra, su historia –sobre todo su trabajo como agente alemán con el nombre en clave de “Westminster” (ver el recuadro)– salió a su encuentro y en 1945 se vio con un billete de ida a la Suiza francófona.
En 2011 un libro de Hal Vaughan, periodista en París y exoficial de inteligencia de Estados Unidos, confirmaba no solo que Coco Chanel fue la amante de un oficial alemán, Hans Günther von Dincklage (lo cual estaba bien documentado), sino que ambos eran espías que acudían a Madrid y Berlín en misiones para reclutar agentes nazis.
Según el libro Sleeping with the Enemy: Coco Chanel’s Secret War [Durmiendo con el enemigo: la guerra secreta de Coco Chanel], basado en informaciones de las inteligencias francesa y alemana desclasificadas recientemente, Chanel era más que una simple simpatizante y colaboradora nazi. Era una “perversa antisemita” y agente nazi que trabajaba para la Abwehr (agencia de inteligencia militar alemana).
El libro cuenta que el F-7124 era su número de agente secreto nazi en la Abwehr y su alias, “Westminster” (Coco había tenido una aventura con el duque de Westminster, uno de los hombres más ricos del mundo).
En 2014 un documental de France 3, L’Ombre d’un Doute (La sombra de una duda), confirmó que Chanel trabajó directamente para la inteligencia militar alemana. Esta fue la primera vez en que una cadena estatal francesa admitió que la diseñadora había espiado para la ocupación alemana.
¿Salvada por Churchill?
Cuando en 1939 estalló la guerra, Chanel cerró sus tiendas en París y durante la ocupación alemana vivió en el Ritz de París, que también era la residencia de los oficiales alemanes de más alto rango. Su aventura con von Dincklage lo hizo posible.
También ayudó a liberar de un campo de prisioneros de guerra alemán a su sobrino (que algunas fuentes afirman que en realidad era su hijo). A cambio, según Vaughan, aceptó ayudar a los nazis a través de “sus poderosas conexiones en Londres, la España neutral y París”.
Mientras en Francia después de la guerra muchas mujeres fueron castigadas por “colaboración horizontal” con oficiales alemanes, a Chanel se le interrogó sobre su relación con von Dincklage, pero no se la acusó de ser colaboradora. “Churchill me liberó”, dijo Chanel a su sobrina nieta al volver a casa, según Vaughan, que entrevistó a la sobrina nieta. Algunos historiadores creen que el primer ministro de Reino Unido, Winston Churchill, lo hizo –si es que lo hizo– para evitar que Chanel testificara y revelara las simpatías pronazis de altos funcionarios británicos y miembros de la realeza, como Eduardo VIII, a quien había llegado a conocer en la década de 1920.
En 1945 Chanel se trasladó a Lausana, donde durante parte del tiempo von Dincklage se unió a ella. En 1951, en Villars sur Ollon, en el cantón de Vaud, se tomó una fotografía de la pareja.
Tras la publicación del libro de Vaughan, el Grupo Chanel en un comunicado admitió que Coco Chanel había tenido una relación con von Dincklage, pero negó que fuera antisemita.
Una vez instalada en Lausana, se alojó y socializó en los mejores hoteles y siguió tratamientos de belleza en la Clínica Valmont. También se podía encontrar a Coco en el salón de té Steffen en Montreux, lugar de reunión de celebridades, y en el restaurante Chalet-des-Enfants en los montes de los alrededores.
Muchos de estos lugares mencionan a Chanel en su marketing. El sitio web de Chalet-des-Enfants dice que ella se detendría allí a tomar un “tazón de leche y una ración de flan” y el Lausanne Palace tiene incluso la suite Coco Chanel, “en gran parte inspirada” en la diseñadora.
Según parece, en el Beau-Rivage rara vez salía de su habitación: se quedaba en el balcón y disfrutaba de las vistas al lago y las montañas. Se cuenta que uno de sus perros está enterrado en un cementerio de mascotas reservado para los huéspedes del hotel de cuatro patas.
Sin embargo, el hecho de que cuando ella salía a dar un paseo por el lago su chófer la siguiera en un Cadillac sugiere que mantener un perfil bajo no le preocupaba.
Pero para Chanel no todo eran fiestas y paseos. Parece ser que parte de su tiempo en el exilio también lo pasó preparando su gran retorno una vez amainada la tormenta. Volvió a París en 1954, con 71 años, y reabrió su casa de alta costura, presentando su primera colección de regreso al mundo de la moda.
Enterrada en Suiza
Aunque no se olvidó de Suiza. En 1966 compró una casa, “Le Signal”, en Sauvabelin, en las colinas boscosas sobre Lausana. La antigua escuela, construida en el Heimatstil, era el lugar al que invitaba a sus amigos famosos, como Serge Lifar, la estrella de ballet francés para quien había diseñado ropa.
“Siempre he necesitado seguridad. En Suiza se puede tener esta seguridad”, dijo una vez.
Mientras Lifar murió en Lausana y fue enterrado en París, Chanel hizo justo lo contrario: murió el 10 de enero de 1971 en el Ritz de París, donde pasó unos 30 años de su vida, pero pidió que la enterraran en Lausana.
Su tumba (que ella misma diseñó) se encuentra en el cementerio de Bois-de-Vaux, donde tiene como vecinos a Pierre de Coubertin, fundador del Comité Olímpico Internacional, y al lexicógrafo francés Paul Robert.
La tumba está cubierta de flores blancas (del tipo cotoneaster), como ella pidió, y se halla junto a un banco de piedra blanca. En la lápida hay cinco leones (su número de la suerte y su signo del zodiaco), aunque la estela no está sobre la tumba sino colocada de manera vertical (otro de sus deseos). “No quiero una piedra sobre mi cabeza, por si me apetece volver”, había explicado.
Tal vez no sorprenda que en la cronología de la página web oficial de Chanel, que salta de 1945 (cuyo título es “A los G.I. [soldados americanos] les encanta Chanel”) a 1954 (“Celebramos la vuelta”), no se mencione ni una palabra sobre su época en Suiza.
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Resulta inquietante y revelador imaginar cómo vestirá la gente en el futuro. Seguramente las impresoras 3D, presentes en las Jornadas Textiles y de la Moda de Zúrich, serán parte de esa realidad. Pero aún está claro cómo y cuándo empezarán a competir de lleno con las máquinas textiles tradicionales.
Por lo pronto, la diseñadora israelí Danit Peleg tiene claro que no le interesa perder el tiempo en fabricar telas y utilizar máquinas de coser tradicionales para confeccionar sus prendas. Su innovadora visión de la moda la convirtió en una de las oradoras más solicitadas durante la reciente edición de las Jornadas Textiles y de la Moda en Zúrich. Peleg no es pionera en la impresión de piezas de vestir, pero sí es la primera diseñadora que produce toda una colección en impresoras 3D.
El desafío que se ha fijado es que uno día solo envíe a sus clientes los archivos de las prendas que diseña para que ellos puedan imprimirlas cuándo y dónde quieran. Como la mayoría de la gente aún carece de impresoras 3D, Peleg concentra sus esfuerzos en producir una edición limitada de chaquetas personalizadas. Además de obtener una prenda de vestir hecha a la medida, sus clientes pueden elegir el color de la misma y el forro con el que vendrá. Y es que sin forro o ropa interior, los ligeros diseños de Peleg pueden resultar fríos al contacto con la piel y también excesivamente reveladores para mucha gente.
Textiles suizos
La tendencia de la ropa impresa en 3D contrasta con el delicado mundo de los encajes, los bordados y las telas finas que hicieron de Suiza uno de los principales centros mundiales de la moda en el pasado. El sector textil es, de hecho, la rama industrial más antigua de Suiza y San Gall fue su punto de partida en la Edad Media.
El negocio de bordados desarrollado en esta ciudad alcanzó su cima en el año 1870, pero se vio golpeado por la guerra franco prusiana, de cuyos estragos jamás logró recuperarse del todo. Lo que sí ha sobrevivido es la reputación de calidad e innovación textil. Hoy San Gall es cuna de algunos de los más exclusivos grupos manufactureros textiles como Jakob Schläpfer y Forsten Rohner, cuyos tejidos se utilizan en colecciones de alta costura.
Instituciones como el Swiss Textil College de Zúrich ayudan a preservar la tradición de la moda helvética y a asegurar su futuro a través de la formación de unos 700 estudiantes.
En las Jornadas Textiles y de la Moda, patrocinadas por la citada escuela, las impresoras 3D esculpieron caprichosos botones de plástico y algunos de los diseños de Peleg.
Imprimiendo la ropa
En lugar de hilos tradicionales, Pleg utiliza filamentos plásticos. Durante sus estudios de ingeniería, diseño y arte en la Univesidad Shenkar en Israel, dedicó mucho tiempo a buscar los mejores materiales y la impresora más adecuada para su trabajo. Varias empresas y laboratorios en Tel Aviv la apoyaron en este proceso de experimentación y en la consecución de su licenciatura en diseño de moda.
Para Peleg, las principales ventajas de la moda impresa en 3D son la individualidad, la flexibilidad y la sostenibilidad.
“El desperdicio en la producción se reduce a cero” [no hay sobrantes ni ropa no deseada en las tiendas], dice. Además, cuando uno se cansa de una prenda, simplemente la funde y la convierte en otra nueva, explica.
Edición limitada
Como era previsible, la industria textil europea se muestra escéptica ante la perspectiva de que las impresoras 3D sustituyan un día a las máquinas de textiles. La tecnología 3D “es una interesante aportación a la industria”, reconoce no obstante Ernesto Maurer, presidente de Swissmem que representa los intereses de la industria de la maquinaria suiza y vicepresidente del Comité Europeo de la Maquinaria Manufacturera Textil (CEMATEX).
Pero por ahora no está claro que las impresoras 3D se conviertan en un riesgo real para las 40 empresas helvéticas que se dedican a la fabricación textil tradicional.
Y aunque el concepto que defiende Peleg permite, en teoría, que cualquiera que tenga un carrete con filamentos (que vale 30 francos suizos) y una impresora 3D (que cuesta 2 000 francos) obtenga el color y ajuste perfecto para una prenda, la realidad es que la inversión de tiempo es colosal. Hoy se tarda alrededor de 100 horas en imprimir un vestido. Y aunque este lapso es tres veces menor que hace un solo año, la velocidad de producción está muy por debajo de la que caracteriza a la producción textil. Una máquina tejedora de tela puede producir suficiente materia prima para un vestido en ochos minutos.
Material moderno
Otra desventaja de las prendas en 3D –hechas esencialmente de plástico– es su rigidez. Peleg reconoce que es mucho más agradable la sensación que producen el algodón y la seda. Pero los gustos y la tecnología se transforman de forma permanente. Maurer recuerda, por ejemplo, que hace solo 30 años la mayor parte de la ropa se fabricaba a partir de materiales naturales. “Las medias de nilón eran una excepción y nadie quería ir por la vida vestido en poliéster”, dice.
Eliane Diethelm, cofundadora de la firma de ropa zuriquesa Little Black Dress, coincide con esta visión. “Las primeras fibras de poliéster de los años 50 y 60 eran terribles, pero han evolucionado mucho. Observemos la ropa deportiva actual, sería inimaginable sin el poliéster”, afirma.
Diethelm y su socia, Johanna Skoczylas, diseñan ropa confeccionada en algodón tipo jersey y seda, y producen series pequeñas de sus modelos en Suiza y Bosnia. Por ahora, la impresión 3D no forma parte de sus planes.
“Me parece interesante el concepto 3D en la moda. Ofrece nuevas posibilidades para los diseños”, expresa Diethelm, “pero creo que está en una fase inicial. Puede usarse y se ve bien, pero aún no es del todo funcional”.
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