Cuando las mujeres votaban contra las mujeres
El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, es el día en que las mujeres de todo el mundo se reúnen con orgullo y solidaridad. Sin embargo, no siempre ha sido así en relación al voto femenino. No en Suiza.
Rosmarie Köppel-Küng era una de esas mujeres que no creía que la mujer en general debiera tener derechho a voto. Conforme a sus ideales, se unió a la Liga de Mujeres Suizas contra el Sufragio Femenino a finales de la década de 1950.
Y entonces se produjo una paradoja: las opositoras al sufragio femenino se vieron obligadas a ser políticamente activas para no serlo. Aunque había límites respecto a lo que podían hacer. Mientras que las partidarias podían atraer la atención de los medios de comunicación con un activismo creativo y sensacionalista, las opositoras se limitaban a anuncios y debates en mesas redondas y estrados. Se dejaron llevar por el espíritu de la época y probaron con la retórica grosera, pero pronto se echaron atrás porque no se consideraba muy femenina.
Las opositoras discutían sobre todo el reparto natural de las tareas. Gertrud Haldimann-Weiss, contraria a las sufragistas, estudió Farmacia en la Universidad de Berna y se licenció en 1930. Escribió: «Nuestra verdadera tarea es servir, dar, agradecer, no gobernar, exigir o calcular fríamente». Mientras el marido era responsable de la toma de decisiones políticas y de los asuntos del Estado, la mujer se ocupaba del hogar, siempre bajo la supervisión de la «autoridad paternal» de su marido, por supuesto.
En una carta dirigida a un grupo de mujeres de Zúrich que se oponían al derecho de voto se decía: «El rechazo de la igualdad política de las mujeres, sin embargo, se basa en la certeza de que lo que hacen como esposas y madres, como hermanas e hijas, como empleadas profesionales, tiene al menos tan alto rango como la dirección de los asuntos del Estado».
Los hombres que hacían campaña por la igualdad eran a menudo retratados como débiles. «A veces casi exploto. A menudo me rechinan los dientes cuando veo cómo los hombres soportan esas cosas», escribía Haldimann-Weiss.
A pesar de los lentos avances de Suiza en la legalización del voto femenino, en otros países que ya habían marcado la pauta de la liberación, como Reino Unido y Estados Unidos, en los años 60 se tendía a deplorar el afeminamiento de los hombres y su integración en las tareas domésticas. En la película ‘Rebelde sin causa’, de 1955, hay una escena en la que el padre corretea con un delantal sirviendo a la familia: ¡no es de extrañar que la cosa no acabe bien con James Dean!
Estas opiniones fueron especialmente defendidas por la abogada y escritora Phyllis Schlafly, educada en Harvard, que hizo campaña contra la Enmienda de Igualdad de Derechos (ERA) y defendió que las mujeres debían quedarse en casa. Paradójicamente, Schlafly, que también era anticomunista, estaba muy politizada y se presentó como candidata republicana al Congreso en 1952. También afirmó más tarde que la ERA conduciría a retretes unisex y a la promoción del matrimonio homosexual; nada menos que una visionaria.
A pesar del énfasis en el ámbito del hogar, muchos de los que se oponían a que las mujeres obtuvieran el voto podían permitirse el servicio doméstico y procedían de clases medias acomodadas. Simplemente les interesaba mantener el statu quo. Así, durante la Guerra Fría, el deseo de igualdad de género también se equiparó con el «igualitarismo» del comunismo. Aun sabiendo que la situación de la mujer tras el Telón de Acero era algo diferente, el rechazo de los derechos de la mujer se justificaba por la lucha contra el comunismo.
En Suiza se temía que el sufragio femenino sacudiera la nación y la hiciera vulnerable a la subversión izquierdista. Una hipótesis, por ejemplo, era que el sufragio femenino podría apuntar a los militares y debilitar al país. Eso también refleja una desconfianza fundamental en que otras mujeres actuaran de forma manipuladora e irracional.
Llamarse antifeminista sigue siendo una afirmación común hoy en día, la cual hace referencia sobre todo a cuestiones de la cultura de género cotidiana: ¿Quién cuida de los niños? ¿Quién trabaja a tiempo parcial? Pero la idea de que las mujeres deban renunciar al voto se ha vuelto impensable. Incluso Rosmarie Köppel-Küng dijo en una entrevista más de 50 años después: «Hoy estaría a favor».
Este texto se basa en la obra reconocida del historiador Daniel Furter, ‘Die umgekehrten Suffragetten, Die Gegnerinnen des Frauenstimmrechts in der Schweiz von 1958 bis 1971’ (Las sufragistas invertidas, las opositoras al sufragio femenino en Suiza de 1958 a 1971).
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El largo camino hacia el sufragio femenino
Adaptado del inglés por Carla Wolff
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