El arte es mero trabajo: Muestra de Schnyder en Berna
Todo comenzó a finales de la década de 1960 en Berna. Bajo la dirección del aclamado comisario Harald Szeemann, la Kunsthalle local (un espacio de arte sin colección) no estaba solamente en sintonía con las nuevas tendencias artísticas de la época, sino que también atraía a la adormecida capital suiza a las mentes más brillantes de aquella generación de todo el mundo.
Jean-Frédéric Schnyder fue uno de los pocos jóvenes artistas suizos que rondaron a Szeemann y que en 1969 participaron en la exposición antológica “Cuando las actitudes se convierten en forma”Enlace externo.
Este experimento colectivo −un hito en la historia del arte conceptual− reunió a 69 artistas de América del Norte y Europa Occidental, entre los que estaban Joseph Beuys, Bruce NaumannEnlace externo, Eva HesseEnlace externo y Lawrence WeinerEnlace externo, entre otros muchos que, en las décadas siguientes verían volar alto su reputación.
Ahora, de vuelta a la Kunsthalle BernEnlace externo, con todo su espacio dedicado a una retrospectiva de su obra, la historia cierra el círculo. Schnyder no es partidario de conceder entrevistas, lo cual no significa que no le guste hablar. Durante una visita previa a la exposición, el artista se siente como en casa, cuenta anécdotas relacionadas con cada obra expuesta e incluso algún que otro chiste.
Un pequeño círculo de artistas
Preguntado por la importancia de aquellos tiempos, señala: “hoy parece tan grande, cuando en realidad era un círculo muy pequeño. Pero es cierto que entonces el gran mundo estaba realmente presente aquí, en Berna, y pensábamos que era el centro del mundo”.
La locura no duró mucho. La población local y las autoridades, escandalizadas tanto por las partes más radicales de la exposición −el artista estadounidense Michael Heizer destruyó literalmente el pavimentoEnlace externo frente al edificio− como por la atención internacional, pidieron la cabeza de Szeemann. Y un mes después se le invitó a que dimitiera de la Kunsthalle.
A pesar de que Harald Szeemann impulsó la carrera de Schnyder, el comisario no solo fue quien “descubrió” e “invirtió” en el joven artista, sino que el ambiente animado de la Kunsthalle de Szeemann proporcionó, sin duda, a Schnyder las herramientas críticas para desarrollar su arte en sus propios términos y convertirse en un “artista serio”.
Pintar a contracorriente
Nacido en 1945 y criado en un hospicio, Schnyder es un autodidacta que tuvo su primer contacto con el arte a través de la fotografía. Sus primeros trabajos estuvieron influenciados sobre todo por el arte pop y las tendencias mostradas en “Cuando las actitudes…” −el arte povera y el llamado posminimalismo−, pero cuando la burbuja creativa de Berna estalló, Schnyder sintió que era el momento de cambiar de marcha.
A finales de los años 60 decidió aprender a dibujar y pintar. El paso fue considerado aún más radical que el arte que había estado haciendo en la órbita de Szeemann. En 1970, la pintura y el dibujo ya no eran oficios necesarios para un artista. Más bien, todo lo contrario.
En aquel momento, cuando los happenings, las instalaciones, los conceptos y las performances se esforzaban por liberar el arte de los marcos y salpicarlo en todas las superficies posibles −materiales e inmateriales−, la pintura se consideraba no solo políticamente muerta, sino también una forma de arte anticuada y burguesa.
La búsqueda de la sencillez
Poco antes de la inauguración de la exposición en la Kunsthalle Bern, el Museo de Bellas Artes de Berna (Kunstmuseum)Enlace externo dedicó también una sala entera a una retrospectiva de Schnyder más modesta con obras de la colección del museo.
Además de una impresionante selección de esculturas que podrían encajar perfectamente en una muestra surrealista, el Kunstmuseum expone algunas obras de finales de los 60 y Cómo pintar (1973), una serie de cuadros realizados con su mujer, Margret Rufener. El título hace referencia a los libros de bricolaje de Walter T. Foster, muy populares entre los años 50 y 70.
Es interesante observar la reacción que tuvo ante esta serie la crítica, que al principio se tomó a broma y en la que se utilizó profusamente el término “kitsch”. Schnyder rebate ambas categorías con vehemencia.
La “pobreza” de estos cuadros provoca una resonancia inmediata con las obras de pintores callejeros corrientes, que se encuentran no solo en lugares turísticos, sino que decoran hogares más humildes en rincones más pobres del mundo, como en América Latina o en el sur de Asia.
“Hay que entender que nuestra intención con esta serie no era únicamente un experimento”, indica a SWI swissinfo.ch Margret Rufener. “Y tampoco era una broma. Schnyder estaba realmente enamorado de sus temas». A lo que Schnyder dice, “La ironía es demasiado tediosa para mí y un cuadro es mucho trabajo. No puedo comprometerme con un pensamiento a medias; hay que tener algo de alegría en el trabajo”.
Solamente es trabajo
La pintura se convirtió en la forma preferida de Schnyder. En los años 80 y 90 se estableció como pintor itinerante, creando series en las que exploraba lo banal buscando las formas más simples de la belleza.
Berner Veduten (Vista de Berna), Wartsäle (Salas de espera), Bänkli (Pequeños bancos) y las puestas de sol en el lago de Zug siguen modos de producción similares, en los que el artista viaja en bicicleta o en tren por lugares normales, conociendo a gente normal, pintando obras normales que, en conjunto, le hacen sentirse más cerca de la extraordinaria belleza de la “vida real”.
En el recorrido por la Kunsthalle, cuenta una anécdota de aquella época, cuando pintaba vistas de los puentes de la autopista. Los policías que patrullaban miraban sus cuadros y expresaban su placer, los camioneros le saludaban a menudo como lo hacen los camioneros: levantando un dedo del volante. Él les devolvía el saludo “levantando ligeramente mi pincel sobre el cuadro”. Schnyder nunca se ha sentido cómodo en el pedestal del artista.
A pesar de esta actitud de bajo perfil, no ha dado la espalda al circuito artístico ni al mercado. Además de dos participaciones en la prestigiosa Documenta, que cada cinco años se celebra en Kassel (Alemania), Schnyder representó a Suiza en la Bienal de Venecia de 1993 y ha expuesto su obra por toda Europa y Estados Unidos. En el mercado del arte, le representa una galería muy influyente, Eva PresenhuberEnlace externo (Zúrich y Nueva York).
El tamaño y el alcance de su obra varían de manera radical en función del material que cae en sus manos, ya sean residuos, madera o piezas de Lego. “Para Schnyder, el pluralismo estilístico no es un programa, sino el resultado de una práctica rigurosa”, resume el crítico suizo Hans Rudolf Reust. Schnyder, sin embargo, insiste en que todo lo que hace es atenerse a los oficios básicos de la pintura, el dibujo y la escultura; lienzos grandes y pequeños, miniaturas.
La Kunsthalle también expone algunos trabajos en madera, “cosas de carpintero” −en palabras de Schnyder−, y tallas. Se exponen de forma destacada unas 9 000 de las 14 000 cruces de madera que talló y pegó con cola de huesos. En otra pared, cuchillos de trinchar ensartados en una cuerda, como si de una cadena se tratase.
¿Por qué cruces? “Es la forma más sencilla que se puede hacer con dos trozos de madera. No hay ningún esoterismo. Cualquiera puede ver en ella lo que quiera”, añade.
¿Pegamento de huesos en la cruz del salvador, dispuesto como un enorme cementerio en miniatura y no tiene ningún simbolismo? Cuesta convencer.
Hay algo básicamente suizo en esta cautela y aparente antiintelectualismo. La postura de Schnyder, ciertamente, es realista. Fiel al orden ordinario de las cosas, pero precisamente es esta seriedad la que convierte una broma o una pieza burlona en un enigma. Tómelo usted como quiera, pues Schnyder no se lo resolverá.
La exposición en el KunstmuseumEnlace externo estará abierta hasta el 29 de mayo de 2022.
En la Kunsthalle BernEnlace externo, hasta el 15 de mayo de 2022.
Traducido del inglés por Lupe Calvo
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