Esther Eppstein mantiene su fe en el ‘underground’
Su arte es inmaterial y sus salones han representado una etapa privilegiada de la evolución cultural de Zúrich de las últimas tres décadas. Este año, Esther Eppstein, la gran dama de la escena artística independiente de Zúrich, finalmente es reconocida por el 'establishment' de Suiza con el Prix Meret Oppenheim 2021. ¿Una sorpresa? Sí, pero no.
La vida y el arte de Eppstein están hechos por, con, a través y para otras personas. En 1996 abrió su primer message salon (salón de mensajes), un espacio para el arte experimental, en una calle del barrio rojo de Zúrich célebre por sus salones de masajes. Unos años más tarde, en 2006, se mudó a un espacio que ocupaba previamente una boutique llamada Perla Mode, conservó este nombre en su naciente salón. Perla Mode cerró en 2013, pero Eppstein jamás cesó sus actividades creativas. Desde 2015 dirige el proyecto de una residencia de artistas: el Message Salon Embassy.
Eppstein sabe que podría haber surfeado las olas que ella misma contribuyó a generar, convirtiéndose en galerista o en comerciante de arte, tomando su parte proporcional de los millones de dólares que ha generado la escena artística desde su bum en los años noventa. Sin embargo, se mantiene fiel a su espíritu underground.
La pandemia afectó de lleno la escena cultural y hace un par de semanas, Eppstein encabezó una subasta de obras de arte destinada a ayudar a los artistas locales.
SWI swissinfo.ch: Usted se adelantó significativamente a su tiempo cuando empezó a promover lo que más tarde se denominó estética relacional. ¿Cómo se le ocurrió esta idea?
Esther Eppstein: Para responder a esto debemos conocer el contexto de Zúrich durante las décadas de los ochenta y noventa. Los años ochenta estuvieron marcados por una serie de disturbios callejeros, era un movimiento en el que los jóvenes reivindicaban su anhelo por espacios culturales. Yo era una adolescente en ese tiempo y observaba este movimiento, tan lleno de energía y creatividad, que era reprimido por la policía y la política. A finales de los 80, Zúrich se convirtió en una ciudad muy oscura.
SWI: Y también había adicción a las drogas y SIDA a gran escala. En ese momento, Zúrich era famosa en todo el mundo por sus escenas de adictos al aire libre.
E.E.: Exactamente. A principios de la década de los noventa, la ciudad estaba luchando contra la «enfermedad de las drogas» y estaba vacía. Las familias huyeron, los negocios se fueron, las fábricas comenzaron a cerrar, y simultáneamente, hubo un cambio político al elegirse un gobierno de izquierda. El nuevo gobierno quería hacer de la ciudad un lugar donde la gente quisiera vivir nuevamente. Ellos sabían que la cultura podía ayudar a crear nuevas atmósferas, especialmente en barrios abandonados o problemáticos.
La Universidad de las Artes aún no existía. Mi generación socializaba en espacios y bares ilegales, era el modelo de la época. Nos esforzamos por crear una cultura alternativa. Yo quería salir de mi aislamiento porque, como madre joven, había tenido que abandonar la escuela. No existía un modelo de lo que podíamos ser, pero miré algunos espacios dirigidos por artistas y sentí que eso es lo que me gustaría hacer.
SWI: ¿Tenía usted algún concepto en mente antes de lanzar su primer salón de mensajes?
E.E.: Solo quería comenzar mi propio espacio. Soy una persona práctica. No me quedé sentada ideando conceptos durante horas o semanas. Simplemente encontré el espacio y comencé a hacer exposiciones con amigos, que a su vez trajeron a otros amigos y, de pronto, eso ya había generado una dinámica. Y como no pasaba nada más en la ciudad, y era una época de cambios ahí, las cosas que hacíamos pronto se hicieron muy populares
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¿Quién es usted, Esther Eppstein ?
SWI: En ese momento había hambre por el arte y la cultura. Una escena muy distinta a la del Zúrich actual. ¿Cómo percibe usted la atmósfera actual?
E.E.: Hoy es una ciudad totalmente diferente, es una pequeña metrópoli. Culturalmente hablando, el mundo está aquí ahora, hay muchos espacios públicos donde la gente puede reunirse. Todo esto no era posible en los años ochenta y noventa.
De alguna manera, Zúrich se ha convertido en un lugar muy agradable y no me gustaría regresar al ambiente de los noventa. Pero sí me gustaría recuperar un poco de aquello porque, súbitamente, todo en Zúrich se volvió hiperexpectante. Con la apertura del espacio Löwenbrau [un complejo de galerías de arte de alto nivel], algunos jóvenes artistas suizos se hicieron muy visibles, muy famosos.
SWI: Pero esto es lo que usted buscaba antes, ¿no?
E.E.: La visibilidad era lo más importante para mí en la década de los noventa porque, tras la oscuridad de los ochenta, escondidos en el underground, en sótanos y bodegas, llegó el momento de hacernos visibles, porque esta visibilidad era una declaración política. Esto no significaba hacer arte político, con discursos militantes o activismo, sin embargo, el solo hecho de vivir nuestra vida a nuestra manera y mostrarlo, dialogando que la gente que pasaba, ya era un acto político.
En una sociedad que no es abierta, que es represiva, los artistas son los primeros en desaparecer, dejan de ser visibles. Por eso creo que hacer arte en público es un acto político.
Lamento que todo se haya vuelto ahora tan empresarial, tan centrado en la competencia, los eventos y la economía de la atención. Echo de menos la solidaridad de los noventa, porque el mercado del arte y la financiación actual del arte se basan en la competencia y la rivalidad, en vez de reunirse para crear un valor común, universal. Zúrich es una de las principales ciudades del mercado del arte …
SWI: ¿Esto también es arte?
E.E.: Esa es otra pregunta. En cierto modo, Zúrich es un buen sitio porque hay dinero para la cultura. No quiero solo quejarme, es un buen lugar porque puedo hacer que las cosas sucedan, pero creo que esto tiene que ver también con toda la institucionalización del arte, incluida la escuela de artes, la Escuela Superior de las Artes de Zúrich.
SWI: ¿Quizás el ser artista se está transformando en una profesión como cualquiera otra?
E.E.: Sí, pero esto es muy ambivalente porque, por un lado, estábamos luchando por eso, por el reconocimiento de que realizamos un trabajo y de que hacemos cosas importantes para la sociedad. Pero, por otro lado, el solo hecho de tener un diploma no es suficiente porque son el mundo real y el mercado los que dictan lo que sucede, así que el asunto no es simple.
En cierta manera, creo que es bueno que tengamos educación y la posibilidad de que cualquiera pueda ir a la escuela de arte o a la universidad de arte, lo que no me gusta es la definición actual de éxito. ¿Qué significa el éxito? ¿Es tener una galería después de mi licenciatura? ¿Significa que estoy apareciendo en alguna lista de clasificación?
SWI: … ¡Y ganó usted el ‘Prix Meret Oppenheim’, el premio de arte más prestigioso de Suiza!
E.E.: ¡Sí!
SWI: ¿Le sorprendió?
E.E.: No me lo esperaba, pero tampoco me sorprendió. Por supuesto, estoy muy feliz, pero también lo veo como un deber porque puedo ser un modelo a seguir para los artistas jóvenes, que pueden decirse: “Oye, tú también puedes tener una vida artística de una forma diferente». Yo nunca dirigí una institución, siempre me he mantenido al margen de esta vida artística institucionalizada, pero al mismo tiempo también he sido un poco parte de ella.
SWI: ¿Nunca ha tenido una ambición global, internacional?
E.E.: No. Después del salón de mensajes, algunos de los artistas que presenté allí comenzaron a tener una carrera porque les ofrecí un escenario para ser visibles, ellos vinieron a mí y me dijeron: «Esther, queremos que seas nuestra galerista». Y yo les dije: «¿Qué? ¿Galerista? Oh, no me gusta esta cosa elitista, el mercado, no me siento cómoda con ello».
No es que no me gusten las galerías, creo que son una parte importante en la carrera de los artistas, pero ése no era el interés que me movía. Estaba en un punto medio entre el underground y los tiros de visibilidad. Es precisamente esa unión entre lo alternativo y lo visible lo que me interesa.
También decidí que, si un artista está conmigo y siente que quiere dar un paso más, lo dejo. Para mí está bien si alguien decide irse a una galería porque yo no deseo hacer eso. Yo quiero pasar tiempo con los artistas, no con los coleccionistas, aunque sean importantes.
No tengo nada en contra de los coleccionistas, pero mi interés está en el lugar donde las cosas aún no están etiquetadas, donde hay que arriesgarse y las cosas son inciertas. A veces invitaba a artistas que ni siquiera yo entendía lo que estaban haciendo. Por ello, en algún momento, decidí no necesito hacer este tipo de carrera.
Traducido del inglés por Andrea Ornelas
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