Giacometti: comunista, pero sobre todo libre
Una exposición en el Museo de la Liberación de París muestra los retratos de un comunista, destacado miembro de la Resistencia, realizados por el artista suizo. Mirada a un año muy Giacometti, en Francia y en otros lugares.
Tras los años de guerra pasados en Suiza, Alberto Giacometti regresa a París en septiembre de 1945, donde encuentra su pequeño y desordenado estudio en la calle Hippolyte-Maindron. “Desde mi última carta, me han sucedido tantas cosas que me han impedido escribirle y hacer nada”, anota el artista de los Grisones en una carta para su futura esposa, Annette Arm. “He trabajado como nunca en mi vida desde hace 15 días, día y noche, y sigo haciéndolo. No me interesa nada más y no leo los periódicos”.
Su amigo, el poeta comunista Louis Aragon, le presenta a Rol-Tanguy, el hombre del momento en París. Héroe de la Resistencia, responsable de las Fuerzas Francesas del Interior durante la Liberación de la capital, el coronel Rol se presta de buen grado a interminables sesiones de posado con el escultor, “en sus incómodos sillones, durante las cuales prohibió al coronel el más mínimo movimiento”, precisa el Museo de la Liberación de París, que expone hasta el 30 de enero de 2022, esas obras poco conocidas.
Hay un buen entendimiento entre el artista mal peinado, con su pañuelo atado sin pretensión sobre su vieja chaqueta con el cuello subido -pero demasiado obsesionado con su arte para ser verdaderamente bohemio- y el joven militar. “Me gusta enormemente y tiene una cabeza muy bella (…), la prestancia de los jóvenes generales de Napoleón y es muy vivaz e inteligente”, escribe Giacometti a Annette.
“Compañero de ruta”
En el París de la época, era mejor ser comunista o gaullista. Giacometti no tenía el carné del Partido Comunista Francés (PCF), pero su pasado le convertía en un respetable “compañero de ruta”, como se llamaba en la época a los intelectuales y artistas comprometidos con la “causa”. Era un viejo amigo de Aragón, el poeta “oficial” y talentoso del PCF, dispuesto a cubrir todos los horrores del estalinismo.
Antes de la guerra, Giacometti se había unido a la Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios, que en aquella época reunía a los simpatizantes del PCF. En una carta a su mentor surrealista André Breton, escribió: “He hecho mi parte de dibujos para la lucha, dibujos con un tema inmediato y pienso continuar. En este sentido, hago todo lo que puedo para servir a la lucha de clases”.
En uno de esos dibujos, descrito posteriormente por Aragon, el artista suizo representa en tinta azul “un soldado japonés, con un pie en Japón y otro en China, con un sable curvo en cada mano, amenazando el puesto fronterizo de la URSS: estaba destinado a ser usado en una manifestación, pero nunca se hizo nada con él”, relatará Aragon.
Pequeñas cabezas de yeso
En definitiva, Giacometti demostró que era lo suficientemente rojo como para esculpir el perfil del héroe comunista. Se espera un glorioso retrato de Rol-Tanguy, pistola y bandera roja en mano. Pero Giacometti sigue siendo fiel a sí mismo. No trataba de convertirse en el artista oficial del régimen. El resultado es una serie de pequeñas cabezas de yeso, montadas en un pedestal o simplemente colocadas en un clavo, con las mejillas del coronel a veces recortadas con una navaja.
Rol-Tanguy no es susceptible. Giacometti “le registraba” literalmente la fisonomía. “Tenía la impresión de que sus manos, en el retrato que realizaba, estaban puestas en mi propia cara”, declarará luego.
Para Giacometti, lo primero era el arte y después la causa. Cuando el partido planea erigir un monumento al héroe y mártir Gabriel Péri, el artista suizo retoma la figura filiforme de ‘El hombre que camina’, que luego utilizaría ampliamente. Esto provoca cólera e incomprensión por parte de los comunistas, que ven en la pieza más bien un escuálido superviviente de los campos nazis.
En el distrito 14 de París, a un paso del pequeño pero encantador Instituto Giacometti, a unas pinceladas del estudio de la calle Hippolyte-Maindron, del que solamente queda una placa conmemorativa, el Museo de la Liberación de París ofrece también una visita al refugio en el que Rol-Tanguy planeó la victoria francesa -y aliada.
Giacometti criptocomunista, Giacometti egiptomaníaco, el hombre de Stampa y su familia, Giacometti obras completas, fotografiado por Peter Lindbergh, etc. Es difícil pasearse por los locales de arte desconfinados de Francia y otros lugares sin cruzarse con el hombre de Val Bregaglia. En la Fondation Maeght de Saint-Paul-de-Vence, en el Forum Grimaldi de Mónaco, en el Instituto Giacometti de París, pero también en Oporto: el verano y el otoño fueron Giacometti, a menudo con audiencias récord. El periódico Le Monde ve en ello “el retorno en estado de gracia” del artista tras años de una gran reserva entre los especialistas hacia un hombre que era sospechoso por ser demasiado… libre.
“Giacometti es muy querido por el público en general”, señala Catherine Grenier, directora de la Fundación Giacometti y biógrafa del artista. Tal vez porque no buscó honores, lujos o viajes, sino que mostró una gran sencillez. Cualquiera podía ir a su estudio, estaba a menudo en el café y la gente podía hablar con él muy fácilmente. Es esta forma de vida sencilla la que le convierte en una figura de referencia”.
Gracias a la Fundación Giacometti, que presta cada vez más obras a los museos, «el público puede descubrir la amplitud de su obra, de la que hasta ahora se conocía sobre todo ‘El hombre que camina’”, añade Catherine Grenier.
Traducido del francés por Marcela Águila Rubín
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