Héctor Abad recuerda en Berna El Olvido que Seremos
Cuando el profesor Michael Altman, del Grupo de Letras Hispanoamericanas en Berna, preguntó a sus alumnos a cuál autor querrían conocer, la respuesta fue inequívoca: a Héctor Abad Faciolince.
Fue así como -con el concurso de la Embajada de Colombia, “pero yo pagué mi boleto, porque soy independiente”-, este escritor y periodista que conjura la muerte con su literatura y combate la violencia con sus artículos, acudió a la capital helvética.
“¡Háganme preguntas..!”, invitó el letrado arguyendo que la palabra hablada no era lo suyo. Modestia pura. Durante toda la velada, el escritor dio muestra de un verbo fluido e ingenioso y de un talento irrefutable.
“No tengo imaginación. Tuve que hacer algo mucho más humilde que crear personajes: hablar de fantasmas. Hacer un ser de palabras. Construir un ser de memoria con palabras”, asienta este columnista de El Espectador, nacido en Medellín hace medio siglo y, a decir de José Manuel López, profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Berna, impulsor de la “novela sicaresca”.
Pero, advierte el Premio de Narrativa Innovadora de la Casa de América de Madrid, “yo quise escribir no desde el punto de vista de los sicarios, los que disparan. No siento ninguna simpatía por esa figura, sino desde aquel de los que reciben las balas: cientos de miles de personas en Colombia”. Una de ellas… su padre.
“Si no escribimos nada sobre ellos, se desvanecen”, acota.
Más Manrique que Kafka
El olvido que seremos, anota su autor, es una obra “tan personal, como una carta a un fantasma”, pero no de rebelión, al estilo de la Carta a mi padre de Kafka, sino de amor. Algo más cercano a Jorge Manrique y las Coplas por la muerte de su padre.
Empero, mientras Don Rodrigo Manrique muere “ya mayor, conservando los sentidos y rodeado de los seres queridos”, como observa Héctor Abad en su libro, el progenitor del periodista colombiano es acribillado por los paramilitares en represalia por su lucha en favor de la equidad y los derechos humanos.
El día de su muerte, aquel 25 de agosto de 1987, su hijo halló en sus bolsillos una lista de los sentenciados a muerte por los sicarios y la transcripción del poema Epitafio de Jorge Luis Borges: “Ya somos el olvido que seremos…”
“Casi todas las muertes son odiosas y las más inaceptables y absurdas son la muerte de un niño o de una persona joven o la muerte causada por la violencia asesina de otro ser humano. Ante estas hay una rebelión de la conciencia y un dolor y una rabia que, al menos en mi caso, no se mitiga”, escribe Abad Faciolince en su obra, publicada en 2006, muchos años después de los hechos.
Para conjurar la muerte
Y es que, como cuenta el escritor a su público en Berna, “desde que mataron a mi papá supe que tenía que escribir este libro”. Sin embargo, el dolor era tal (…“El niño, yo, amaba al señor, su padre, sobre todas las cosas. Lo amaba más que a Dios. Un día tuve que escoger entre Dios y mi papá y escogí a mi papá”) que tuvo que recurrir al antídoto del tiempo para sortear los riesgos de crear una obra “cursi o lacrimosa”.
Hasta el 2005, comenta Héctor Abad III (porque, según solía decir de pequeño: “mi papá vale por dos”) y luego de publicar diversos cuentos y novelas, “encontré el tono. Me dije: ‘lo escribiré en crónica y en antioqueño’”.
Y escribió El olvido que seremos, una invitación a la intimidad de una familia colombiana en cuya expresión ampliada se advierte esa dicotomía que separa al país entre conservadores y liberales, pero que en su núcleo conoce de una felicidad que parecía total…
El encuentro del escritor colombiano con su público en Berna avanza por diversos rumbos. La frontera entre la realidad y la ficción: “El único campesino conocido de la España de principios del Siglo XVII, Sancho Panza, no existió, pero fue más real que los reales. Aureliano Buendía es más conocido que Uribe y Aracata parece mentira, mientras Macondo, verdad”.
La educación: “Uno no puede hacer felices a los hijos, pero sí destruirlos”.
El periodismo: “Ejerzo el periodismo con libertad. Sin miedo y con cierta indiferencia. Y si siento miedo, escribo para conjurarlo…”
Marcela Águila Rubín, swissinfo.ch
Héctor Abad Faciolince nació en Medellín en 1958, donde realizó estudios, sin concluir, de Medicina, Filosofía y Periodismo.
Estudió lenguas y literaturas modernas en la Universidad de Turín.
Trabajó como columnista de la revista Semana, hasta abril de 2008 y a partir de mayo de ese mismo año se reintegró a El Espectador como columnista y asesor editorial.
Ha recibido un Premio Nacional de Cuento (1981), una Beca Nacional de Novela (1994) y un Premio Simón Bolívar de Periodismo de Opinión (1998).
Obtuvo en España el primer Premio Casa de América de Narrativa Innovadora en el año 2000, y en abril de 2005 le fue conferido en China el premio a la mejor novela extranjera del año por Angosta.
Entre sus novelas están Asuntos de un hidalgo disoluto (1994), Fragmentos de amor furtivo (1998), Basura (2000, Premio Casa de América de Narrativa Innovadora) y Angosta (2004, mejor novela extranjera publicada en China en 2005).
Ha publicado también los libros de ensayos breves, Palabras sueltas (2002) y Las formas de la pereza (2007), el volumen de relatos El amanecer de un marido (2008), y otros tres de género incierto, Tratado de culinaria para mujeres tristes (1997), Oriente empieza en El Cairo (2002) y El olvido que seremos (2006).
Escribí un cuento sobre una posible muerte mía, no porque quiera que suceda, sino para conjurarla, para apresarla con palabras de manera que en la realidad no acontezca.
Yo creo que cualquier persona que haya padecido en su familia una tragedia de muerte violenta, le interrumpe la vida, se la cambia de un momento a otro. Cae como una piedra que te aplasta y que intenta destrozarte.
En Colombia, por desgracia, la mayoría de las familias han tenido una experiencia cercana de este tipo y somos muy conscientes de la fragilidad de la vida.
Siempre soñé con escribir libros y nunca pensé, por ejemplo, que gracias a mis libros, podría venir un día a Suiza y ver un par de ellos en alemán, en una librería suiza.
Me gusta mucho Robert Walser y siempre he admirado mucho este país.
He querido creer en la definición que alguna vez dio Jorge Luis Borges de Suiza. En su último libro, un libro póstumo, Los conjurados, el último poema, está dedicado a Suiza.
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