La fuerza del cine suizo reside en el documental
Desde hace años, el Festival de Cine de Locarno dedica un amplio espacio a los documentales nacionales. Un género cinematográfico que tiene una larga tradición en Suiza y que se ha labrado una sólida reputación más allá de sus fronteras.
“En un país como Suiza, donde la industria cinematográfica prácticamente no existe, los documentales han impregnado desde el inicio la historia de la producción nacional”, explica Alain Boillat, profesor de Historia y Estética del Cine en la Universidad de Lausana.
Las estadísticas de Swiss Films reflejan que en el último lustro los documentales han duplicado en número a las películas de ficción: 162 contra 87, sin contar las producciones financiadas con fondos mayoritariamente extranjeros. Esta pluralidad propicia la creación de pequeñas obras maestras, que regularmente son invitadas a los grandes festivales internacionales, de Berlín a Cannes, pasando por Venecia.
Aunque los distribuidores comerciales los desdeñaron durante mucho tiempo, hoy los documentales enriquecen la cartelera de las principales salas suizas, sobre todo de la región de habla alemana; y algunos con gran éxito de taquilla: Mani Matter – Warum syt dir so truurig (2002), de Friederich Kappeler, figura entre los diez documentales más vistos en Suiza, según las estadísticas de Pro Cinema para el periodo 1995-2012.
Con más de 146.000 entradas vendidas, la cinta sobre la compleja personalidad del famoso cantautor bernés, Mani Matter, generó ingresos comparables a los de la película sobre Facebook, The Social Network (2010).
Voluntad política
Producir y distribuir un documental cuesta menos y requiere estructuras menos complejas que las de una película de ficción. Aunque es un hecho, no explica el auge de este de este género cinematográfico ni su difusión en Suiza, una de las más altas en Europa. Si el país alpino destaca en la sección de documentales es también gracias a una clara voluntad política.
La primera ley federal sobre cine, de 1962 –que sentó las bases para un respaldo económico, aunque mínimo, a los directores– se limitaba exclusivamente a los documentales.
“Durante más de diez años, se consideró que los largometrajes de ficción eran un producto cultural, pero de entretenimiento”, explica Marcy Goldberg, docente de Historia y Teoría del Cine en la Universidad de Lucerna.
Aún hoy, la visibilidad de los documentales se debe a que las subvenciones estatales son más elevadas. Se atribuyen sobre la base del éxito taquillero de una cinta y están destinadas a directores, productores, distribuidores y propietarios de salas.
El papel de la televisión pública como principal productor y difusor de documentales es crucial. En sus pasillos hicieron sus primeros pinitos muchos directores, como los de la vieja guardia Alain Tanner y Claude Goretta, hasta los más jóvenes, Lionel Baier y Fernand Melgar.
“Este compromiso político sin duda ha fomentado una cultura del documental entre los artistas, pero también entre el público”, comenta la historiadora de cine Yvonne Zimmermann, coautora de uno de los escasos libros en Suiza consagrados al género.
“La cartelera de algunas ciudades, como Zúrich, es vasta si se compara con la de otros países. Cada domingo, estrenan un nuevo ciclo de documentales que el público acoge entusiasta”.
Los numerosos foros de cine, los festivales –como el de Nyon consagrado al documental o el de Solothurn centrado en el cine suizo– han contribuido a divulgar este género entre el público.
Nuevos “héroes”
“El cine contribuyó, sobre todo, a despertar la consciencia colectiva, al tratar temas tabú como la migración, el papel de Suiza durante la Segunda Guerra Mundial o sencillamente las dificultades diarias que viven los agricultores de montaña”, prosigue Marcy Goldberg.
Con Siamo italiani, de Alexander J. Seiler, primer documental que aborda con una mirada crítica la inmigración de mano de obra extranjera, se produce un giro. En el año 1964, los italianos representaban, a los ojos de muchos, un “problema” para la sociedad.
Pero si en los años 1970 los documentales de crítica social prevalecían entre los cineastas suizos de habla alemana, hoy observamos una nueva tendencia “comprometida” en la Suiza francófona, aunque desvinculada de la militancia.
“Directores como Fernand Melgar o Jean-Stéphane Bron se declaran apolíticos”, explica Alain Boillat. “Sus filmes ahondan en una problemática social, recopilan los hechos, pero sin construir un discurso político”.
Temas de exportación
Salvo algunas excepciones esporádicas, el cielo de la ficción dejó de brillar hace tiempo. Cualesquiera que sean los motivos – costes excesivos, falta de actores y productores, u otros – las películas suizas de ficción rara vez logran seducir a un público internacional.
Es con los documentales que la producción cinematográfica suiza cosecha éxitos, tanto en los festivales como en las salas.
War Photographer (Christian Frei, 2001) -nominada a un Oscar- se distribuyó en múltiples países; al igual que Elisabeth Kübler-Ross (Stefan Haupt, 2003), Die Frau mit den 5 Elefanten (Vadim Jendreyko, 2009), Sounds of Insects (Peter Liecht, 2009) o Cleveland vs. Wall Street (Jean-Stéphane Bron, 2010).
Según Alain Boillat, el éxito se debe quizás más a la temática que a la forma cinematográfica elegida. “El estilo de los nuevos documentales suizos logra rara vez sorprender. Es como si estuviéramos frente a una especie de estandarización del producto artístico, vinculada probablemente también a la influencia del formato televisivo”.
Algunos directores suizos tienen quizá el defecto de ser “estilísticamente hablando poco valientes”, señala Marcy Goldberg. Sin embargo, agrega, son “precisamente las películas donde se asumen riesgos a nivel de temática y estilo las que sobresalen a escala internacional” y contribuyen al diálogo entre culturas.
El documental de mayor éxito entre 1995 y 2012 es Microcosmos – El pueblo de la hierba, de los cineastas franceses Claude Nuridsany y Marie Pérrenou (381.059 entradas).
El primer documental suizo ocupa el décimo puesto de la clasificación: Mani Matter – Warum syt dir so truurig (2002), de Friedrich Kappeler. De las 146.300 entradas, 940 se vendieron en la Suiza francófona y 315 en la de habla italiana.
Le siguen en la lista Das Wissen vom Heilen (1997), de Franz Riechle (105.231), Le génie helvétique (2003), de Jean-Stéphane Bron (105.182) y Die Kinder vom Napf (2011), de Alice Schmid (72.311). Ningún documental en lengua italiana ha superado las 20.000 entradas.
En la categoría de ficción, la cinta helvética más vista es Die Herbstzeitlosen (2006, 596.503), de Bettina Oberli. Titanic (1997), de James Cameron, con 1.940.608 entradas vendidas solamente en Suiza, encabeza la lista.
Concurso internacional:
– Image Problem, de Simon Baumann y Andreas Pfiffner
– The End Of Time, de Peter Mettle
Piazza Grande:
More Than Honey, de Markus Imhoof
“De pequeño quería ser leñador o cirujano. Por espíritu de síntesis, me interesé por el cine para poder transcurrir mis jornadas entre árboles, con las manos llenas de carne humana”.
Lionel Baier, 2007
“Me parece importante que los filmes reflejen la realidad suiza, pero también la global y universal. Cuando hago una película, aspiro a la autenticidad, la verdad, la investigación profunda y un verdadero intercambio cultural”.
Christian Frei, 2005
“Hago cine a partir de la realidad. Esto significa que cuento historias destiladas de la realidad; historias que relatan la vida. Busco, dentro de lo posible, no utilizar más el término documental para referirme a mis películas, porque hoy se adapta demasiado a las exigencias de la televisión y, por ende, se ha vuelto incomprensible”.
Eric Langjahr, 2006
“Tengo que rodar mis películas donde se habla mi lengua. Los filmes necesitan su propia patria”.
Fredi M. Murer, 2005
“Me gusta representar y plasmar en el celuloide cosas y eventos que quizás, probablemente, o ciertamente no existirán más mañana […] Hacer películas, para mí, significa ante todo: mirar y escuchar con precisión”.
Jacqueline Veuve, 2000
Traducción: Belén Couceiro
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