Los huertos familiares: espacios de integración
Son verdaderos micromundos y constituyen lugares donde los extranjeros se comunican y se integran a la sociedad suiza.
Las comunidades latinoamericanas han reconstruido espacios de nostalgia y un punto de partida para soñar.
El “Jardin Familial” (en francés) o “Gartenfreund” (en alemán) es un minúsculo pedazo de tierra que los municipios ponen a disposición de los ciudadanos para el cultivo de hortalizas y flores (ver Más sobre el tema). Son los huertos familiares, verdaderos mini oasis de tranquilidad y fraternidad.
Esos espacios fueron por muchos años exclusividad de los suizos, pero poco a poco fueron abiertos a los extranjeros, al punto que hoy en día representan el 80% de los concesionarios. Los italianos y los españoles abrieron la vía a otras comunidades. Turcos, yugoslavos, portugueses, y latinoamericanos hacen ahora flamear sus banderas nacionales, gesto de una quimérica posesión territorial.
Estar vivos, decir presente
Los huertos de Loryplatz son quizás los más representativos de un ensayo multicultural y los más atípicos de los que visitamos. Ubicados en pleno corazón de Berna y asediados día y noche por un intenso tráfico de vehículos, son el lugar de convivencia de 400 arrendatarios de todas las nacionalidades representadas en Suiza. Los suizos no son más de 50, pero comparten y se solidarizan con sus vecinos.
“Las relaciones entre vecinos son buenas, plenas de intercambios, de solidaridad y apoyo en una cantidad de cosas. Estos intercambios estimulan y me ayudan a integrarme a este país”, señala Antonio Tangarife, colombiano, uno de nuestros entrevistados.
Hace tres años que arrienda un huerto familiar. Cultiva papas, frijoles, tomates, arbejas, zapallos y hasta se dio el lujo de plantar algunos árboles frutales. Por cierto, la bandera colombiana flamea en lo alto de un mástil frente a su pequeña cabaña aún en construcción.
swissinfo: ¿Qué buscas en los huertos familiares?
A.T.: Primero que todo, busco estar activo haciendo algo. Este es un país de mucho estrés, en particular para nosotros los latinoamericanos que llegamos a un país que es agotador en tantas cosas; el trabajo, el idioma. El hecho de tener un huerto lo he experimentado como una posibilidad de desahogo. Todo el estrés que he tenido lo descargo trabajando la tierra, lo vivo como una terapia.
“Estar activo, utilizar el trabajo de la tierra como terapia para descargar la tensión del trabajo diario. También para traer a mis niños, que compartan, que conozcan el proceso de la magia de la tierra, que sepan valorar la naturaleza”, agrega.
Pero también constituye una experiencia novedosa para alguien acostumbrado a grandes extensiones de tierra, desenvolverse en 10 metros cuadrados, compartir con los vecinos de culturas diferentes, en un tejido social a veces no exento de disputas.
“Para mí, que antes trabajaba en la ciudad, es una experiencia novedosa. Es increíble que en un espacio tan reducido como este, pero organizándolo bien, se puede producir una cantidad de cosas que son sumamente valiosas”, explica.
El patio de la integración
Pedro Peñaloza es un chileno casado con una italiana y que vive desde hace 20 años en Suiza. Para él la experiencia de los huertos familiares es como recrear el patio de su casa, añoranzas de un pasado vivido en provincias sureñas.
“Mi experiencia de los huertos, la veo como un proceso de integración, que se da de manera paulatina. Es una posibilidad de comunicarse con la gente. El jardín brinda una posibilidad maravillosa de comunicación, si una persona no comunica no existe”, dice.
“Yo busco a través de los huertos comunicar, sentirme en casa, para mí que llevo 20 años en Suiza, siento que este lugar es mi casa. El significado mayor que le doy al hecho de tener un huerto familiar es la integración. Integrarme en este medio, de izar una bandera y dar a conocer que hay aquí también una presencia latinoamericana”, precisa.
Pedro Peñaloza ha recreado en su huerto los olores que le recuerdan Chile. Cultiva maíz para hacer humitas, porotos verdes para su plato preferido “los porotos granados”, y muestra con orgullo la única herencia que le dejó su madre, una antigua piedra de moler, donde prepara deliciosos “chancho en piedras” y esos entremeses con cebolla, ají y tomates con que deleita a sus amigos y vecinos.
swissinfo: ¿No hay algo de nostalgia en todo esto?
P.P.: Indudable que sí, uno siempre trata de volver a sus raíces. En Latinoamérica lo que llamamos el patio es una tradición grandísima, uno nace con el patio, la infancia se desarrolla en el patio, en ese espacio libre se desarrolla una gran actividad social, y cuando no hay patio, es la calle que cumple esa función.
En ese sentido, el tener un huerto es volver a encontrar algo que ya se consideraba perdido. Eso a uno lo hace feliz.
swissinfo:, ¿Y la bandera chilena, no es una toma de posición simbólica?
P.P.: En absoluto, la bandera chilena significa nada más que un chileno se está integrando aquí, que está orgulloso de estar en este país y orgulloso también de pertenecer a una cultura diferente. En cierta medida, integrado y no significa una oposición al sistema suizo. Tener la bandera significa nada más que estamos viviendo en un país multicultural, que es algo muy importante, sobretodo para nuestros hijos.
En la encopetada comuna de Riehen, una de las más ricas de Suiza, en el cantón de Basilea, Soledad Huenchullán, una chilena casada con un suizo revive también en su jardín familiar, la misma experiencia de la nostalgia. La bandera chilena flamea al lado de la suiza.
“Aquí me siento como en Chile; me traje mis semillas de cilantro, las sembré y ahora tengo para hacer mis ensaladas chilenas, con sabor a tierra, con gusto. Aquí plantamos de todo, y cuando llueve hacemos sopaipillas, y con los amigos nos reunimos para comer empanadas,” señala con orgullo esta enfermera que se vino a Suiza siguiendo a su marido.
Una experiencia aplicable en Latinoamérica
La experiencia adquirida en los huertos familiares sirve también para soñar. Es el caso de Antonio Tangarife, que quiere proyectar el modelo suizo a la realidad de su país; hace planes:
“Yo vivo este hecho como una experiencia que un día se podría aplicar en Colombia. En toda América Latina vivimos la problemática de la tierra, y uno se vuelve soñador acá. Uno piensa que parte de la solución al problema de la miseria podría ser resuelta con soluciones como ésta, con proyectos de este tipo de jardines”, explica.
“Si en Colombia hubiera programas de este tipo, los pobres podrían tener un pedazo de tierra para calmar el hambre, para ayudar a aquella gente que llega a las ciudades desplazada del campo y que no tiene donde cultivar un poco de maíz, de papas, nada. Serviría para dar un poco de sostén a la familia”.
“Yo lo pienso así, y esto sería realmente provechoso, porque con el trabajo de los huertos se empieza un proceso de aprendizaje de una cantidad de cosas. Se evitaría, con estos ejemplos, el incremento de los robos, de la delincuencia y la violencia.”
En este sentido la experiencia que realiza el cantón de Ginebra podría quizás servir de ejemplo. Ahí los huertos familiares han sido integrados a la política de desarrollo durable, donde los 64 centros existentes participan en proyectos medioambientales, como la recuperación de la basura orgánica y el cultivo de hortalizas biológicas.
swissinfo, Alberto Dufey
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