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Mensaje de fortaleza y esperanza

La costumbre de vestir el árbol con esferas de colores, foquitos y festones, indica el deseo ferviente de mantener la luz Keystone

Desde épocas muy remotas hombres y mujeres han sentido la necesidad de conservar el ritual sagrado de la Navidad. En Zúrich, por ejemplo, desde el 9 de diciembre, los chicos avanzan en procesión llevando en sus manos unas candelitas rojas que dejan flotar en el Limmat (Lichterschwimmen) ¿Acaso para iluminar y dar ánimos y calorcillo al agua bien fría del río?

El afán por mantener los rituales navideños se manifiesta de múltiples maneras. Algunos de apegan a las tradiciones de la Iglesia y a las leyendas más antiguas, que hablan sobre la natividad de El Salvador para librar así el espacio y el tiempo que los separa de ese momento lejano y mítico.

La gran variedad de las figuras del Belén con la sagrada Familia, es una muestra inconfundible de la voluntad de mantener este culto religioso tan distinto, según los usos y costumbres de cada cultura.

En Suiza, Berna, Zúrich, Lucerna o Ginebra, como tantas otras ciudades, se engalanan con una lluvia de lucecillas que da a calles y avenidas un toque mágico indiscutible.

Todo esto se hace con el fin de crear para los paseantes una atmósfera de fiesta, sorpresa y maravilla, pero sobre todo de luz y calor que es lo que más escasea cuando llega el blanco y duro invierno.

En los escaparates de almacenes y en las tiendas de prestigio surgen verdaderos cuadros vivientes con las imágenes de Jesús, María y José, los Tres Reyes Magos, los ángeles junto con las hadas de los cuentos, sin faltar, por supuesto, la cálida figura de Papá Noel sonriendo bonachonamente y regalando por las calles golosinas a los chicos.

Estas figuras emblemáticas de la Navidad se acompañan con música y cantos de villancicos para acentuar el carácter festivo de esta temporada la cual, entre paréntesis, atiza el desenfrenado consumo que cunde por todas partes.

El árbol del mundo

Desde tiempos inmemoriales el culto a la columna, fue concebido como un soporte que funcionaba igual a un de axis mundi en torno al cual giraba nada menos que el globo de la tierra.

Entre los antiguos griegos el árbol era una suerte de espina dorsal que mantenía de algún modo al mundo.

Era el sostén de todo lo creado, puesto que tenía la capacidad de regenerarse; el árbol perdía sus hojas, se marchitaba, parecía morir, pero volvía a nacer verde y frondoso lleno de frutos con la llegada de la primavera, después de haber pasado la dura prueba del largo y frío invierno.

Del mismo modo, en la cosmogonía de los viejos mayas se creía que el ‘Árbol del mundo’ era una Ceiba sagrada, inmensa y fuerte, que atravesaba los estratos del universo y que representaba igualmente a la Vía Láctea, es decir, un elemento de vida.

Avivar el fuego en invierno

La costumbre de vestir el árbol con esferas de colores, luces y festones, indica el deseo ferviente de mantener la luz, pero particularmente el calor que desaparece con la llegada de las nevadas.

El invierno cubre con la nieve los campos, ciudades y montañas y cada quien se frota las manos, buscando cobijarse bajo el grueso abrigo de pura lana y la inevitable bufanda.

Los colores hacen su aparición por todas partes, en especial el rojo vivo, adornando tranvías, escaparates, ventanas de las casas y anuncios publicitarios.

Ya desde el 9 de diciembre, verdaderas procesiones infantiles colocan candelitas rojas sobra el río Limmat, proporcionando a sus aguas un mágico toque navideño.

En las estaciones de trenes un inmenso árbol de Navidad recibe aparatosamente a los viajeros, cargado de figurillas y esferas multicolores, o bien, colgando de sus ramas elegantes cristales de Swarovski, como en el caso de la estación de Zúrich.

En efecto, las baterías del mundo se encuentran en estas fechas invernales, bajas, muy bajas, por eso de alguna manera habrá que hacer un buen fogón para calentar la vida de hombres, mujeres y niños.

Cantos y deseos de paz

Nada como la temporada navideña para escuchar la música de los villancicos que aparece por algunas esquinas de la ciudad, fuera de bares y restaurantes.

Se canta con la intención de crear en el ambiente un clima de recogimiento y transmitir un mensaje de serenidad para el público. Queriendo o no los transeúntes abandonan por un momento las preocupaciones, la soledad y el peso de la vida diaria para entrar en la calidez de las canciones que tanta falta hace en este tiempo.

Asimismo, los buenos deseos y felicitaciones son otro modo de avivar el acercamiento entre unos y otros.

Desear paz y tranquilidad al familiar, al amigo, al colega de trabajo o al vecino, no es más que un modo de abrazarlo con una palabra de buen augurio para hacer presente el calor humano.

¡Feliz Navidad a todos y a frotarse las manos para empezar un buen Año Nuevo!

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