La historia de unas salchichas en el origen de la Reforma en Zúrich
Este año se celebra el 5º centenario de la Reforma Protestante. El movimiento surgió en Alemania con la publicación de las 95 tesis de Martín Lutero denunciando algunas prácticas de la Iglesia Católica y en particular la venta de indulgencias. Cinco años más tarde la polémica llegaba a Suiza. Sin embargo, en Suiza el inicio de la Reforma fue algo más prosaico que en Alemania.
El sacrilegio tuvo lugar el 9 de marzo de 1522, primer domingo de Cuaresma. El lugar fue el taller de imprenta ‘Haus zum Weingarten’ (Casa de las viñas) en la Grabengasse, a dos pasos de la muralla de Zúrich. Al final de la tarde una docena de hombres se reunía entre las prensas, cajas de tipos y paneles de madera con el objetivo de desafiar a la Iglesia Católica y sus dignatarios.
Entre ellos se encontraba el dueño de la casa, Christoph Froschauer, en cuyo taller se imprimían todos los documentos del gobierno de Zúrich. También estaban presentes dos clérigos, uno de los cuales era Huldrych Zwingli, de 38 años de edad y originario de Toggenburg. Tras haber cursado estudios en Viena y Basilea comenzó su carrera como párroco en Glarus y pasó luego por la abadía de Einsiedeln. Después fue llamado a la iglesia de Grossmünster en Zúrich, donde rápidamente se hizo notar por su talento y personalidad. El otro clérigo era Leo Jud, un alsaciano que sucedió a Zwingli en Einsiedeln en 1519. Tenía casi la misma edad que el reformador y fue su principal confidente.
Una época de desórdenes religiosos
En la reunión participaban también cuatro artesanos: el sastre Hans Oggenfuss, el tejedor Laurenz Hochrütiner y el zapatero Niklaus Hottinger. Los tres eran conocidos en Zúrich por su temperamento ardoroso. En septiembre de 1523 se harían conocer más allá de los límites de Zúrich, cuando llevados de su celo religioso harán astillas una cruz ante las puertas de la ciudad.
El cuarto artesano se llamaba Heinrich Äberli, panadero, y no menos radical. Cuatro días antes, el miércoles de ceniza, día de penitencia, ayuno y oración, había provocado a los católicos devotos. En el local del gremio de panaderos de Zúrich, ‘Zum Weggen’, y a la vista de todos había comido un ‘asado’, que él mismo había traído. Y eso a sabiendas de que comer carne en Cuaresma estaba prohibido y que las autoridades velaban por el cumplimiento de la prohibición. Fue una provocación de una dimensión jamás vista antes en Zúrich, aunque ocurriera en una época de desórdenes religiosos.
Aquellos hombres reunidos en la imprenta pretendían romper la prohibición cuaresmal y poner a la iglesia y las autoridades entre la espada y la pared. De este modo, comieron dos salchichas ahumadas cortadas en pequeñas rodajas. Sabemos que las salchichas habían estado un año colgadas ante la chimenea y que estaban duras y particularmente fuertes, pero se desconoce si los sacrílegos las consumieron con solemnidad religiosa o con gozosa insolencia. En cualquier caso, se ocuparon de que la noticia de su rebeldía se difundiese como un reguero de pólvora.
“Romper el ayuno no es pecado”
Zwingli fue el único que participó solo como espectador. Su cometido era otro. Debía justificar la provocación desde un punto de vista teológico. Dos semanas después pronunciaba un sermón incendiario con el título “Von erkiesen und fryheit der spysen” (Sobre la libertad de elegir los alimentos), donde afirmaba que en la Biblia no hay referencias sobre la prohibición de alimentos. Por tanto, no era pecado romper la abstinencia y la autoridad religiosa no podía sancionarlo. Pero fue aún más lejos y declaró que el ayuno era una cuestión privada, y afirmó: “Si quieres ayunar, hazlo; si prefieres no comer carne, no la comas, pero no prives a los cristianos de su libertad”.
Tres semanas más tarde Christoph Froschauer imprimía el sermón de su amigo. El escándalo fue completo y Zúrich hervía de agitación. Adversarios y partidarios de Zwingli se peleaban en las tabernas y circulaba el rumor de que los fanáticos querían secuestrar a Zwingli y llevarlo al obispado de Constanza para que rindiera cuentas ante su superior.
Mientras tanto, el gobierno de la ciudad había solicitado un dictamen teológico. El resultado apoyaba la opinión de Zwingli pero aconsejaba también sancionar a los que habían roto el ayuno. El 7 de abril de 1522 llegó a la ciudad una delegación del obispo de Constanza y exigió el castigo de los infractores. Se inició entonces una negociación durante la cual Zwingli fue autorizado a justificar su ataque a los preceptos eclesiásticos.
Dos días más tarde, los delegados obispales y el gobierno de la ciudad condenaban la ruptura del ayuno. Sin embargo, el gobierno declaró que su decisión era provisional y exigió una toma de posición definitiva a la Iglesia sobre la cuestión. Es algo que puede parecer algo insustancial, pero será todo lo contrario. El gobierno se declaraba competente en una cuestión eclesiástica y nombró a Zwingli negociador en cuestiones teológicas.
Ruptura con la tradición católica
Para el reformador, la ruptura del ayuno constituyó un éxito completo. Sin embargo, su aliado Christoph Froschauer, que dependía de los trabajos de impresión del gobierno zuriqués, fue obligado a disculparse. Sin embargo, defendió que por motivo de la feria del libro de Fráncfort tuvo que “trabajar día y noche, laborables y festivos” y que no habría podido hacerlo comiendo solo “sopitas”.
El asunto no le acabó perjudicando porque Froschauer se encontraba –desde el punto de vista histórico– en el lado correcto. Pocos años más tarde imprimiría la primera Biblia reformada completa. Un año después del legendario asunto de las salchichas se derogaron en Zúrich todas las prohibiciones sobre el ayuno. El gobierno no solo había seguido la interpretación de la biblia que daba Zwingli, sino que al mismo tiempo había roto con la tradición de la Iglesia Católica.
Mientras en Alemania la Reforma se había iniciado con las 95 tesis, en Suiza comenzó… con un asado y dos salchichas.
Traducción del alemán: José M. Wolff
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