«This» Brunner, el mejor amigo suizo de Hollywood, comparte recuerdos repletos de estrellas
Matthias "This" Brunner dio forma a la cultura cinematográfica de Zúrich como pocos lo han hecho, y de paso se hizo amigo de muchas celebridades. Su nueva autobiografía ofrece una fascinante visión de una vida llena de pasiones, drama, lujo, cine y arte.
Sería difícil escribir una historia de la jet set internacional sin mencionar Suiza. Es el lugar donde las estrellas de cine y los aristócratas acostumbran a pasar las Navidades, esquiando en las pistas de Klosters, St Moritz o Gstaad.
Allí pasaron sus últimos años de vida Audrey Hepburn, David Niven, Richard Burton y Elizabeth Taylor. Es donde los megaricos, siguiendo el ejemplo de muchos villanos clásicos de James Bond, solían guardar su dinero antes del auge de los paraísos fiscales caribeños.
Sin embargo, a pesar de todo ese glamour, el número de suizos que puede presumir de haber formado parte del cacareado «set de Gstaad» es notablemente reducido, y se extiende -al menos en la conciencia popular- no mucho más allá de las difuntas estrellas de cine Ursula Andress y Maximilian Schell.
Sin embargo, eso podría estar a punto de cambiar gracias al libro Magnificent Obsessions Saved My Life (Obsesiones magníficas me salvaron la vida), cuya segunda edición está a punto de salir a la venta.
En él, el promotor de cine y artista This Brunner, de 78 años, relata su extraordinaria vida: de ser llevado a los tribunales por proyectar películas «irrespetuosas» a relacionarse con Andy Warhol; de recibir una llamada inesperada de Stanley Kubrick a alojar a Robert Mapplethorpe en su propio apartamento; de pasar el invierno cenando con el diseñador de moda Valentino, Roger Moore, Bianca Jagger y William F. Buckley a perder al amor de su vida, Thomas Ammann, a causa del sida.
Zúrich se convierte en una «cinéville”
Nacido en 1945 en el seno de una familia de clase media de Zúrich, Brunner no tardó en hacerse un nombre en la década de 1960, organizando programas comisariados que ofrecían películas de vanguardia a la floreciente contracultura de la ciudad. «Me di cuenta», recuerda durante una charla en su casa, que parece una galería de arte, llena de diseños de mediados de siglo y arte contemporáneo, «de que si no se proyectaba aquí en Zúrich a [Rainer W.] Fassbinder y [Wim] Wenders, tenía que tomar cartas en el asunto».
En 1973, Brunner abrió su primer cine y sentó las bases de la cadena Arthouse, que en su apogeo llegó a tener ocho salas en Zúrich.
Aunque dejó su puesto ejecutivo en Arthouse en 2009, sigue conservando un gran interés por lo que ocurre en el mundo cinematográfico de Zúrich, que no se ha librado de los efectos globales del cambio de hábitos de los espectadores y de la pandemia del Covid-19.
Siguiendo un triste patrón en todo el mundo, sólo en los últimos cinco meses Zúrich ha visto cómo un cine importante, el multicine de arte y ensayo Kosmos, se declaraba en quiebra, y cómo dos de los siete cines de arte y ensayo restantes anunciaban su cierre inminente.
Brunner califica la quiebra de Kosmos de «totalmente previsible» e identifica una serie de causas: la llegada de cadenas de cines de arte y ensayo modernas y rivales que se comen el público unas a otras, y la posibilidad cada vez mayor de disponer en casa de una sala de cine de alta tecnología.
Tal vez lo más provocador sea su queja por la tendencia mundial hacia lo que él denomina «programación superficial», que no consigue crear asociaciones entre cines individuales y directores específicos, privando a los primeros de la oportunidad de distinguirse a través de sus selecciones de películas.
La caída sin remedio de la crítica cinematográfica
Según Brunner, el periodismo cultural tampoco está libre de culpa. Aunque siempre ha tenido problemas con los críticos que criticaban «sus» películas -el recuerdo de los periódicos despreciando los primeros trabajos de Quentin Tarantino es particularmente intenso-, se encuentra especialmente desilusionado con el estado actual de la crítica: «Ahora todo consiste en resolver pequeñas disputas con otros críticos, en adoptar posturas extremas porque sí».
Lo que desea es más espacio para el debate cultural: «Debería haber argumentos adecuados, un compromiso más amplio con temas difíciles y extremos. En lugar de eso, pasas página y no vuelves a saber nada de la película».
Sin embargo, estas críticas no significan que Brunner haya dado la espalda a la cultura cinematográfica que ayudó a forjar: cuando nos reunimos con él, se encuentra saliendo de un ajetreado periodo de ponerse al día con las últimas películas. El drama «Las ocho montañas» y el filme de Cate Blanchett nominado al Oscar «Tár» han recibido su sincero apoyo, mientras que la ganadora de siete Oscar «Todo a la vez en todas partes» no le ha gustado: «Insoportablemente mala. Nunca me metí en la historia, me pareció que los directores estaban hasta arriba de coca. Salí del cine a los 90 minutos».
Entre los bastidores de la jet-set
Pero, ¿cómo es posible que un promotor de cine de Zúrich acabe asistiendo a superexclusivas reuniones de famosos en islas privadas y haciéndose amigo íntimo de John Waters, Douglas Sirk y Elizabeth Taylor?
En su libro, que combina anécdotas personales con fotogramas ampliados de películas en Technicolor y unas pocas fotografías de sí mismo y de docenas de personajes contemporáneos famosos, Brunner atribuye el mérito a una mezcla de «buena suerte cultural y espíritu emprendedor».
Su arraigo en el floreciente mundo artístico zuriqués de finales de los 60 le puso en el punto de mira de muchos artistas internacionales, mientras que sus esfuerzos por proyectar las transgresoras obras de Waters, Pier Paolo Pasolini, Nagisa Ōshima y Niki de Saint Phalle le granjearon la simpatía de provocadores de ese género y le enemistaron con la brigada antivicio de Zúrich.
Y luego estaba su pareja sentimental de muchos años, Thomas Ammann, el marchante de arte de voz suave de las orillas del lago Constanza, con el que Brunner pasó, según sus propias palabras, los años más felices de su vida, y cuyo formidable estatus profesional y modales geniales le valieron un lugar permanente en las terrazas y yates de los ricos y famosos.
El último capítulo del capitalismo
La sección dedicada a Ammann en Magnificent Obsessions es de lectura obligada para quienes se interesan por el estrellato de posguerra: abundan los cameos inesperados, así como las instantáneas de vacaciones íntimas y las historias contadas desde el regazo del lujo. Los nombres famosos aparecen a un ritmo asombroso, pero la decadencia de todo ello no pasa desapercibida para Brunner, que bromea diciendo que «fue como vivir el capítulo final del capitalismo».
La muerte de Ammann por complicaciones relacionadas con el sida en 1993 es descrita por Brunner con desgarradores detalles, y le lleva a expresar su persistente frustración por la forma en que la opinión pública respondió a la crisis en la década de 1980: «Hizo que ser gay fuera mucho menos aceptable de lo que lo había sido antes», recuerda.
Y aunque señala que las cosas han mejorado notablemente para la comunidad LGBTQ+, cita la violencia de la extrema derecha contra los homosexuales y la demonización de las personas trans propagada, entre otros, por el Partido Republicano en Estados Unidos como comportamientos que deben ser denunciados por los medios de comunicación y el público en general en los términos más enérgicos posibles.
¿Y el futuro? Brunner admite que las noticias diarias no son una fuente de consuelo hoy en día: «Lo siento por los jóvenes», dice. «¿Cómo será su vida dentro de 20 o 30 años? Todo parece ir cada vez más rápido, cada vez más loco, cada vez más peligroso».
Sin embargo, ahí es donde el buen arte puede distinguirse realmente: ofreciendo visiones de cómo podría ser el mundo. En cierto sentido, es lo que Brunner espera que consiga su propio libro: «Si mi autobiografía inspira a sus lectores más jóvenes a hacer las cosas que les gustan con mucha más pasión, y a darse cuenta de que sus vidas se enriquecen enormemente participando en el diálogo entre las artes, entonces habrá cumplido su cometido. Eso me haría feliz».
Magnificent Obsessions Saved My Life, por Matthias Brunner. Edition Patrick FreyEnlace externo, Zurich.
Texto adaptado del inglés por J.Wolff
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