En 2008 y 2009, la cineasta y fotógrafa suiza Dominique de Rivaz recorrió los 155 kilómetros de lo que fue el Muro de Berlín. Sus imágenes, reunidas hace cinco años en un libro espléndido, narran lo absurdo de un sistema totalitario y de una herida que aún no cicatriza totalmente.
Avanzó principalmente durante la temporada de frío, en diciembre, enero y febrero. Pero también en abril, cuando los cerezos estaban en flor. Su objetivo no era hacer “fotos bonitas”, sino combinar los vestigios ínfimos, las paradas imprevistas a lo largo del camino, y lo insólito de algunas de las situaciones de la vida cotidiana.
Veinticinco años después de su caída, el Muro es invisible en gran parte. Pero su sombra atraviesa aún calles, casas, campos y bosques. Su huella es diferente a los ojos de un fotógrafo de lo que sería a los de un historiador o un arqueólogo.
“En las celebraciones, nuestras miradas se vuelven hacia esos nuevos muros”, escribe Dominique de Rivaz en el prefacio del libro, al recordar que si un muro cayó, otros han sido erigidos en otras partes, detrás de los cuales hay gente que sufre.
(Imágenes: Dominique de Rivaz, del libro ‘Sin principio ni fin – el camino del Muro de Berlín’, Lausana: 2009, Ediciones Noir sur blanc. Texto: Chantal Britt, swissinfo.ch)
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