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Un legado bajo el agua

La reconstrucción de palafitos en Wauwil, en 2009. Keystone

La zonas lacustres del arco alpino son parte del Patrimonio Cultural de la Humanidad. Estas viviendas prehistóricas dan testimonio de los primeros poblados en el periodo del 5000 al 500 a. C.

Casi todas resultan ahora invisibles, la mayoría sepultadas en los fondos lacustres o recubiertas por la arena a lo largo de los espacios acuíferos.  En junio de 2011, la UNESCO decidió que estos palafitos prehistóricos eran dignos de ser declarados patrimonio cultural de la humanidad.

La organización incluyó en la lista un bien arqueológico compuesto por 111 palafitos distribuidos en seis países: Francia, Suiza, Alemania, Austria, Italia y Eslovenia; lugares preciosos para comprender la evolución del ser humano en Europa, entre el Neolítico y la Edad de Bronce.

  

El agua y la arena de esos lagos han permitido conservar a este patrimonio invalorable. En ese entorno, los materiales orgánicos utilizados por nuestros ancestros- madera, cuero, tejidos, huesos e incluso alimentos- permanecieron al resguardo del aire, de las intemperies y de la mano del hombre.

Descubiertos desde mediados del siglo XX, los palafitos del arco alpino han permitido a los especialistas reconstruir, como en ninguna parte del mundo, la vida de las comunidades rurales de los primeros milenios antes de Jesucristo. Han permitido establecer el vínculo entre los pueblos de cazadores y las primeras grandes civilizaciones europeas.

Trazas

Las primeras trazas de estas ciudades lacustres fueron descubiertas en la región zuriquesa, en 1854. Ese año, las aguas del lago descendieron a un nivel excepcionalmente bajo, esto llevó al descubrimiento de decenas de palos de leña, plantados en el suelo, y numerosos objetos desconocidos, extraordinariamente conservados.

El descubrimiento provocó gran interés en toda Europa. En el trascurso de las décadas siguientes, zonas arqueológicas similares fueron identificadas en las riberas de los lagos de otros país del continente, y en particular en el arco alpino.

  

Estos hallazgos prehistóricos han permitido encontrar objetos de tumbas, armas y sitios de defensa militar. Los poblados lacustres ofrecían, por primera vez, la posibilidad de comprender el modo de vida de esos pueblos.

En los primeros tiempos de ese periodo –del 5000 al 500 a.C.- se trataba de pequeños grupos de menos de 50 miembros, que vivían en 5 o 10 chozas. A la mitad de la Edad de Bronce, esos poblados contaban hasta con cincuenta construcciones, en las que alojaban a varias centenas de personas.

La agricultura, esencialmente, la cosecha de cereales, la cría de vacas, ovejas y cerdos, la pesca, la caza y la recolecta de frutos en el bosque fueron las fuentes de subsistencia de estas aglomeraciones

Utensilios de madera y piedra, sandalias y vestidos confeccionados con ayuda de  corteza terrestre macerada, cerámica, joyas, ruedas, piraguas, y los primeros productos en metal dan testimonio de la habilidad de esos pueblos.

Esos objetos son los primeros productos técnicos, económicos y sociales de una era que aún está rodeada de misterio ante nuestros ojos. Se ignora hasta ahora casi todo sobre la cultura, ritos e idioma de nuestros ancestros en esa época.

Mito nacional

Hace cerca de un siglo y medio, los primeros pilotes alimentaron la imagen de una Suiza romántica, habitada por pueblos que vivían sobre grandes plataformas erigidas por esos pilotes, enlazadas por puentes y pasarelas. Exposiciones, maquetas, calendarios y obras escolares, e incluso novelas, pusieron en marcha ese mito de los pueblos sobre el agua.

Estas zonas lacustres descubiertas en varias partes del país sirvieron de algún modo para perpetuar la idea de un origen común de las diversas culturas helvéticas y para cimentar la identidad nacional de una Suiza naciente. El gobierno suizo eligió un cuadro  que mostraba un poblado lacustre para presentar al país en la Exposición Universal de París de 1867.

Años más tarde los hallazgos arqueológicos mostraron que las ciudades lacustres habían florecido miles de años antes en el arco alpino y que estaban habitadas por unos treinta pueblos diferentes. Las casas no estaban construidas sobre plataformas ni tampoco sobre el agua. En aquella época los lagos tenían superficies muy reducidas: los asentamientos se encontraban en tierrra firme o en zonas pantanosas. El nivel de las aguas, sin embargo, variaba más que en la actualidad y la técnica de construcción servía para proteger los asentamientos contra las inundaciones.

«Libre circulación ante litteram»

Las palafitos han hecho soñar a generaciones de niños. Entre ellos el ministro suizo Didier Burkhalter, que se crió a orillas de uno de los lagos más interesantes para los arqueólogos, el de Neuchâtel. “Mi abuelo era pescador”, dijo Burkhalter durante la ceremonia de entrega del certificado de la UNESCO a los pueblos lacustres. “Cuando salí en barco con él, siempre estaba preocupado por que los palos bajo agua no dañaran las redes. La palabra ‘lacustre’ es parte de mi vida”.

Las investigaciones de los últimos decenios han desmitificado la imagen idealizada de que los pueblos lacustres constituían el germen de la identidad suiza. “A cambio, hemos descubierto cuántos vínculos había entre las diferentes poblaciones que vivían en el arco alpino. Había una gran movilidad, una especie de libre circulación ante litteram”, anota Burkhalter. La colaboración transnacional que ha llevado a incluir estos pueblos en el patrimonio de la humanidad reanuda, en cierto sentido, este concepto de intercambio.

Conocer para conservar

“La dimensión transnacional de este proyecto fue ciertamente apreciada por la UNESCO, que promueve la cooperación entre sus países miembros”, subraya Christian Harb, responsable del proyecto Palafitos. “Además, son raras las zonas prehistóricas que figuran en la lista de la UNESCO. A diferencia de otros proyectos, los palafitos no tienen vocación turística, porque los pilotes están sumergidos”.

Los promotores de la candidatura confían en que su inclusió en el patrimonio mundial impulse las investigaciones arqueológicas y dé a conocer a un amplio público los museos y parques que presentan los pueblos lacustres. Y que sirva tambiénpara promover su preservación: las aguas de los lagos conservan bien este patrimonio, pero no eternamente.

Los pueblos o asentamientos lacustres del arco alpino fueron declarados patrimonio cultural de la humanidad en junio de 2011.
 
Este patrimonio comprende 111 sitios arqueológicos más significativos que documentan la vida de los pueblos lacustres entre los años 5.000 y 500 ante de Cristo.

Los sitios se encuentra en seis países: Suiza (56), Francia (11), Italia (19), Alemania (18), Austria (5) y Eslovenia (2).
 
Hasta la fecha se han identificado a un millar de asentamientos lacustres  pertenecientes a un treintena de pueblos que habitaron la región de los Alpes entre 5000 y a. 500 C.
 
De los citados, 111 van a quedar registrados como Patrimonio de la Humanidad, de los que 56 se encuentran en Suiza.

El agua ha permitido conservar los restos de los asentamientos lacustres. Pero es difícil acceder a este patrimonio escondido.

Los museos y parques arqueológicos fungen como enlace entre los arqueólogos y el gran público. En Suiza se pueden visitar reconstrucciones de palafitos en el Latenium, el Museo Arqueológico de Neuchâtel, en Gletterens (cantón Friburgo) y Wauwil (cantón Lucerna).

La ‘Palafittes Guide’ –una aplicación para iPhone y Android– ofrece información multimedia sobre los pueblos lacustres, los hallazgos arqueológicos y los museos en Suiza. La guía está disponible en alemán, francés, italiano e inglés.

Traducción: Patricia Islas

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