Vivir y morir en Ginebra
A 20 años de su muerte, todavía muchos compatriotas se niegan a aceptar que Jorge Luis Borges haya elegido ir a morir a Suiza. Su última obra, 'Los Conjurados', puede ser la única forma de comprender el pensamiento del más brillante autor de la literatura argentina.
María Kodama es, probablemente, la única testigo de los pensamientos más íntimos de Jorge Luis Borges antes de su muerte y quien más años de vida compartió junto a él.
En esta entrevista con swissinfo, la esposa del genial escritor recuerda, paso a paso, los últimos meses compartidos y habla de la particular relación que Borges tenía con Suiza.
swissinfo: ¿Elige realmente Borges ir a morir a Ginebra?
María Kodama: Ginebra era la ciudad en la que él estudió y a la que valoraba sobre todo por el respeto. Para él Suiza tenía una ética y un respeto que habían dejado de existir, algo que él no podía soportar. Él quería morir en paz, con la persona que él quería, como muere cualquier persona normal.
De algún modo lo que él quería lo estaba diciendo en ‘Los Conjurados’. Allí decía lo que sentía por Suiza, lo que reconocía en ese país y que deseaba para la humanidad que siguiera los pasos de Suiza.
Ginebra fue un hecho íntimo y personal que nada tuvo contra nadie. Creo que es como que él quiso, como con su último libro, marcar un camino.
swissinfo: ¿No encontraba ese respeto en Argentina?
MK: Él había quedado muy sensible e impresionado con esa famosa foto de Balbín, que le sacaron cuando estaba en terapia intensiva y que luego la enfermera declaró que le habían pagado para sacarla, para él eso fue terrible.
Y el respeto por la intimidad, que era lo que más quería para él, lo encontraba en Suiza.
swissinfo: ¿Recuerda cómo fueron esos últimos meses en Ginebra?
MK: Nosotros llegamos después de una gira triunfal que Borges hizo por Italia, que fue espléndida porque fue el último homenaje que recibió en vida como escritor y como persona.
Allí pudo asistir a una retrospectiva en Milán de Henry Fuseli, que lo emocionó muchísimo porque era un artista plástico que él admiraba, sobre todo su obra ‘La pesadilla’, que había podido apreciarla cuando todavía podía ver. También estuvimos en la Ópera de Milán y luego tuvo un encuentro con intelectuales de toda Europa. Después fuimos a Suiza.
swissinfo: ¿Qué cosas le resultan inolvidables de aquellos días?
MK: ¡Hay tantas cosas de las que una no puede olvidar! Muchas son muy íntimas, que no se pueden comentar…
Pienso que el hecho que nunca podré olvidar es esa forma maravillosa de afrontar el fin de su vida. Creo que con él no sólo aprendí muchísimas cosas como el anglosajón y el finlandés, sino que aprendí muchas cosas de la vida, y eso es muy importante como para no olvidarlo nunca.
swissinfo: ¿Borges tenía algún amigo particular en Suiza?
MK: Él tenía dos amigos muy queridos, que eran de la época de estudiante, a los que yo conocí, pero que murieron muy próximos a él: Maurice Abramowicz y Simon Jichlinski. Eran compañeros del Colegio, y cada vez que íbamos a Ginebra charlábamos con ellos, salíamos a comer… fue una amistad muy linda.
swissinfo: ¿Tenían algún lugar preferido en Ginebra?
MK: A Borges le gustaba, sobre todo, ir a caminar por la ciudad vieja, porque era exactamente igual a cuando él había vivido allí y la sabía de memoria. Hasta sabía las escaleras que había que bajar para ir hasta el café.
Para él era muy lindo estar ahí. Era fantástico ver como la gente lo reconocía -y yo me daba cuenta porque me miraban y me sonreían, pero seguían su camino-, y yo le comentaba y a él le gustaba porque era como el reconocimiento, pero no la invasión.
swissinfo: Al principio, cuando era más joven, Borges hablaba mal de Suiza, y luego pasó a admirar y venerar ese país. ¿Cómo se explica?
MK: Eso que pasó es muy divertido. Porque él siempre decía que en el momento que se fue de Suiza, criticarla era su forma de protegerse.
Él me decía que cuando se necesita un cambio porque es obligatorio o forzado, como fue su caso cuando debió irse de Suiza, lo mejor es pensar como cuando a uno le amputan un miembro: o acepta morir de gangrena o acepta la amputación.
Entonces él debía ‘cortarse a Suiza’ para no estar con la nostalgia o la sensiblería, porque eso no lleva a nada. Y si uno necesita pensar en negativo durante un tiempo, para protegerse, lo piensa. Y eso le sirvió, porque lo superó al punto de decir «Suiza es una de mis Patrias».
swissinfo: Si le pido que me regale una «postal» de usted y Borges de los últimos días en Ginebra, ¿cómo sería?
MK: Nosotros dos caminando, y él maravillado, una vez más y después de tanto tiempo y de tantas veces de estar allí, ante el ‘Jet d’eau’, el famoso chorro de agua que surge imponente del lago de Ginebra. Escuchando el ruido del agua y recreando su imagen en el recuerdo.
swissinfo: Ahora vuelve a Ginebra para un homenaje por el 20 aniversario de su muerte, ¿Cuánto moviliza estar 20 años después, de regreso, en el mismo lugar donde despidió al maestro y al amor?
MK: Al amor no lo despedí porque sigue intacto. El amor no se despide nunca cuando es real.
Cuando Borges murió, un periodista español me preguntó qué significaba él para mí y, muy tocada por la pregunta y venciendo mi pudor, pude encontrar en un pasaje de la Ilíada una frase que Andrómaca le dice a Héctor para retenerlo. Cuando sabe que Héctor va a luchar con Aquiles e intuye que va a morir, ella dice algo que para mí fue la perfecta definición del amor:
«Héctor, tú eres para mí mi padre y mi señora madre y mis hermanos, pero por sobre todas las cosas eres el amor que florece, eres todas las cosas». Eso es lo que Borges fue y seguirá siendo para mí, ‘for ever, and ever… and a day’.
‘Los Conjurados’
de Jorge Luis Borges
«En el centro de Europa están conspirando.
El hecho data de 1291.
Se trata e hombres de diversas estirpes, que profesan
diversas religiones y que hablan en diversos idiomas.
Han tomado la extraña resolución de ser razonables.
Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades.
Fueron soldados de la Confederación y después mercenarios, porque
eran pobres y tenían el hábito de la guerra y no ignoraban que todas
las empresas del hombre son igualmente vanas.
Fueron Winkelried, que se clava en el pecho las lanzas enemigas
para que sus camaradas avancen.
Son un cirujano, un pastor o un procurador, pero también son
Paracelso y Amiel y Jung y Paul Klee.
En el centro de Europa, en las tierras altas de Europa, crece una torre
de razón y de firme fé.
Los cantones ahora son veintidós
El de Ginebra, el último, es una de mis patrias.
Mañana serán todo el planeta.
Acaso lo que digo no es verdadero; ojalá sea profético.»
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