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Arte y ciencia: «Yo necesito las dos para seguir cuerdo»

"67" (impresión en gelatina de plata) - Serie: 'Paisajes embrionarios'. © Ariel Ruiz i Altaba COPYRIGHT: © Ariel Ruiz i Altaba

Nació en México, se crió en España, estudió en Estados Unidos y desde hace tres años vive en Suiza. Ariel Ruiz i Altaba, profesor de la Universidad de Ginebra, encabeza un equipo de científicos en la vanguardia de la investigación contra el cáncer.

Además de un brillante recorrido académico, este biólogo molecular, cosmopolita y polifacético, tiene una notable trayectoria artística: es fotógrafo.

El arte le acompaña desde la cuna. Es hijo de una artista y se crió entre pinceles, lienzos y caballetes, en una casa que olía a pintura de óleo. «Más tarde me interesé por la ciencia, quizás un poco por esa idea inocente de que con ella se puede llegar a la certitud de las cosas».

Ariel Ruiz i Altaba estudió Biología Molecular y Bioquímica en Barcelona y en Estados Unidos, donde comenzó a trabajar en una línea de investigación que abre perspectivas esperanzadoras para los enfermos terminales de cáncer.

Desde el año 2004 es profesor de la Universidad de Ginebra, en cuyo Departamento de Medicina Genética y de Desarrollo dirige un laboratorio que agrupa a una decena de científicos de seis nacionalidades.

Este biólogo molecular, nacido en Ciudad de México y criado en Barcelona, eligió establecerse en la cuna de Calvino al regresar al Viejo Continente. ¿Por qué? «En el fondo no lo sé», responde. «Quizás porque era lógico, porque Suiza tiene un sistema híbrido entre el sistema científico de Estados Unidos y el sistema científico de la Europa clásica».

A sus 45 años, Ariel Ruiz i Altaba cuenta con una brillante e intensa trayectoria académica y científica que no le ha restado tiempo para consagrarse a su otra pasión, la fotografía. «Las dos son esenciales para mí», asegura. Es más, su labor científica ha sido y es una continua fuente de inspiración artística.

‘Paisajes embrionarios’

Un ejemplo magistral de cómo se pueden aunar arte y ciencia es el libro ‘Paisajes embrionarios’ (Actar, 2001), publicado en español e inglés, que recopila una serie de imágenes en blanco y negro captadas a lo largo de tres lustros en el laboratorio. Son imágenes que nos permiten asomarnos a un mundo misterioso, fascinante y, sobre todo, desconocido para la gran mayoría de los mortales.

El origen de esta colección se remonta a la época en que «todavía se tomaban fotografías con rollitos de 35 milímetros en los microscopios ópticos antiguos», explica el artista. «Al final de cada rollito quedaban unas imágenes sin exponer y yo pensé que era una pena tirarlas. Entonces empecé – como mero ejercicio y sin ningún tipo de fin – a utilizar lo que quedaba para tratar de ver un experimento científico como una realidad estética».

Así nació un muestrario fotográfico de embriones, la mayoría de especies animales – «pero ninguno humano» -, que despierta nuestra curiosidad y nuestra imaginación. «Son paisajes en devenir, que se están desarrollando mientras los vemos, porque el contenido del paisaje depende del observador, que entra dentro de la imagen», que se deja cautivar por ella. «Sin él, la imagen no existe. Por eso se llama ‘paisaje'».

El espectador no sabe lo que representan las fotografías que contempla, pero intenta averiguarlo y termina asociándolas con algo que sí conoce. «Y la gente descubre cosas que yo nunca he visto. Es fantástico percibir cómo se puede reinterpretar una imagen por lo que uno conoce, sabe, espera o cree».

Un experimento científico transformado en representación artística: en esa metamorfosis reside la magia que desprenden estas fotografías. Pero más allá de su valor estético, estas imágenes son una forma plausible de acortar las distancias entre ciencia y sociedad, de acercar la ciencia a los ciudadanos, pequeños y mayores, y hacerlos partícipes de ella.

Un puente entre ciencia y sociedad

«Me interesa que el público, en general, aprenda lo que es la ciencia, porque es una cosa maravillosa, apasionante. Todo lo que la gente piensa que reúne el arte está en la ciencia: el subconsciente, la imaginación, la creatividad, el amor, el odio, los celos…», sostiene Ariel Ruiz i Altaba.

«La ciencia no solamente está hecha por seres humanos, sino que pregunta sobre los mecanismos del mundo natural. No trata de explicar cosas sobrenaturales – la ciencia no tiene nada que ver con la religión -, sino que trata de explicar cosas que nosotros vemos, con las que vivimos todos los días, y nos abre los ojos a cómo vivir mejor o simplemente a entender el mundo en que estamos».

Tradicionalmente, arte y ciencia se han tratado como polos antagónicos, como una dicotomía: ‘creatividad frente a razonamiento lógico’. Pero lejos de ser incompatibles, arte y ciencia aportan visiones complementarias de una misma realidad, son el resultado de un proceso creativo, porque el trabajo científico también es creación.

«Absolutamente, es creación pura. La parte interesante de la ciencia no es el método científico. El método científico no nos da más ciencia. Sencillamente nos permite valorar si lo que encontramos, pensamos o anhelamos es verdad o no. Pero para ir más allá se necesita la imaginación, el subconsciente, la creación.

«Y los científicos sabemos que la ciencia se hace con subjetividad y que lo que diferencia un trabajo científico de otro es la subjetividad, además de la calidad». Paradójicamente, la ciencia de hoy tiende a «despersonificar al científico».

Herederos de la tradición humanista

«Los trabajos científicos de principios del siglo XIX y hasta principios del siglo XX se escribían de manera personal», como un diario, algo impensable en la actualidad.

A diferencia del arte, donde a veces es exagerado el culto al artista, la ciencia de nuestros días busca la «reproducibilidad, el control, la universalidad», que un experimento «pueda ser repetido por cualquier persona en cualquier parte donde el mundo natural existe».

La realidad, sin embargo, nos muestra que ni la ciencia es tan objetiva como algunos pretenden, ni el científico se guía exclusivamente por razonamientos lógicos y racionales, sino también por la intuición.

«Quizás los científicos son hoy los herederos de la tradición secular humanista que se ha perdido en casi toda la sociedad». Son muchos los científicos que se interesan por el arte, mientras que en el mundo del arte, «desgraciadamente, hay un analfabetismo abismal sobre cuestiones científicas».

Arte y ciencia comparten más similitudes que diferencias. Ambas se mueven «en ese límite que existe entre el mundo que conocemos y el que no conocemos. Y la ciencia es un cohete disparado hacia el mundo que no conocemos, igual que el arte verdadero. La única diferencia es que una vez que franqueamos esa frontera, utilizamos los datos de manera distinta».

Ser artista o ser científico «no es una opción», sino «la expresión de una necesidad, de una ansiedad», concluye Ariel Ruiz i Altaba. Y él, que encarna ambas identidades, asegura, soltando una carcajada: «Yo necesito las dos vías para poder seguir cuerdo»…

swissinfo, Belén Couceiro

Continúa en ‘Más sobre el tema’: «La vida de un paciente vale más que una inversión»

Nació en 1962 en Ciudad de México y se crió en Barcelona. Su madre es pintora y sus dos hermanos varones científicos.

Cursó sus estudios universitarios en la ciudad condal y en Nueva York (New York University y Columbia University) y se doctoró en Biología Molecular y Bioquímia por la Harvard University (1989).

Buena parte de su vida la pasó en Estados Unidos. Actualmente reside en Ginebra, en cuya universidad dirige un laboratorio.

Sus fotografías se han expuesto en numerosos países. El próximo 19 de abril inaugura una exposición en la Galería Fallet de Ginebra.

Ha publicado un libro, ‘Paisajes embrionarios’ (ACTAR, 2001), que reúne 85 fotografías y 23 textos.

Es fundador y director de WetLab, un foro de arte y ciencia.

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