Legado de Balenciaga o cuando el arte español y la seda suiza se fusionan
Cincuenta años después de su muerte, la aportación de Cristóbal Balenciaga a la historia de la moda tiene más fuerza que nunca. Sus diseños alcanzaron la categoría de arte por primera vez en Suiza. Y todavía hoy la firma que lleva su nombre mantiene ese estatus.
El modisto español Cristóbal Balenciaga, que murió el 23 de marzo de 1972, fue contemporáneo de algunos de los creadores más influyentes de la moda, como Coco Chanel o Christian Dior. Para sus coetáneos él era el maestro, el más grande.
La continua interacción entre moda y arte es probablemente su legado más importante y, de hecho, hoy su obra se muestra en los museos. También en el Cristóbal Balenciaga Museoa de Getaria, localidad en el País Vasco, en España, donde nació en 1895.
Balenciaga abrió su primera casa de moda en San Sebastián en 1917. En 1969 cerró el único taller que quedaba abierto, también en San Sebastián. La firma —que reabrió en 1986 y que desde 2015 está bajo la dirección creativa del georgiano Demna Gvasalia— pertenece actualmente al grupo de lujo Kering y sigue asociada a diseños atrevidos.
La alta costura llega a un museo
Pero si hay un dato poco conocido relativo a esta casa de moda es su conexión con Suiza. Ya que la alta costura se convirtió en arte por primera vez en Suiza gracias a una exposición que el Museo Bellerive de Zúrich dedicó a este modisto español en 1970. La exposición fue toda una primicia mundial y se llevó a cabo tres años antes de que el Metropolitan de Nueva York organizara la innovadora exposición The World of Balenciaga (El mundo de Balenciaga), la primera monográfica dedicada a un modisto del momento.
El Bellerive acababa de abrir sus puertas en noviembre de 1968 y buscaba la manera de causar un impacto en la escena cultural. Algo que coincidió con el interés por Balenciaga de Verena Bischofberger, la entonces directora de los estudios de Moda de la Escuela de Artes Aplicadas de Zúrich.
Y es que cuando Bischofberger supo que Balenciaga iba a cerrar pensó que sería realmente interesante comprar algunos de sus diseños y comenzar una colección para la escuela de moda.
Así que la escuela contactó con Gustav ZumstegEnlace externo, el dueño de la empresa textil Abraham, coleccionista de arte y amigo personal del modisto. En septiembre de 1968 se reunieron en Zúrich y organizaron un viaje a los talleres de Balenciaga en París para que Bischofberger pudiera decidir qué prendas comprar.
En mayo de 1970, el Bellerive de Zúrich mostró Balenciaga: Ein Meister der Haute Couture (Balenciaga: maestro de la alta costura), la única exposición dedicada al modisto en vida. Esta retrospectiva mostró las prendas que la escuela había comprado y los préstamos de Balenciaga y dos de sus clientas.
La exposición de Zúrich, que visitaron más de 10 000 personas, marcó un hito en las exposiciones de moda. Y posteriormente el Metropolitan pidió algunas de las piezas a Zúrich.
Seda suiza
La industria textil es una de las más antiguas de Suiza. En la segunda mitad del siglo XIX, Zúrich era el segundo productor de sedas del mundo y su tafetán negro tenía fama mundial.
Balenciaga en sus diseños utilizaba sedas suizas de la empresa Abraham. Abraham AG (Abraham Ltd) surgió en 1878. Gustav Zumsteg se incorporó como socio en 1943 y bajo su dirección se convirtió en parte de la alta costura de París.
Su principal apogeo llegó a partir de 1960, cuando surtió de telas a modistos como Dior, Givenchy o Ungaro. Y sobre todo a Saint Laurent y Balenciaga.
En París, además de con la alta costura, Zumsteg entró en contacto con artistas como Matisse, Braque, Chagall o Miró, y se hizo con una importante colección de arte. Algunas de estas obras, todavía hoy, decoran las paredes del Kronenhalle, famoso restaurante de Zúrich que perteneció a su madre, Hulsa Zumsteg.
La relación entre el modisto y Abraham comenzó en los años 40 y se consolidó en la búsqueda de un material que a Balenciaga le permitiera desarrollar formas cada vez más puras y abstractas.
«Balenciaga expresó a Zumsteg sus ideales estéticos, en los que la elegancia, la comodidad, la exquisitez y la abstracción eran imprescindibles», cuenta a swissinfo.ch Igor Uria, director de Colecciones del Cristóbal Balenciaga Museoa. Y así, en 1957, Abraham creó para Balenciaga el gazar: un material rígido que el modisto utilizó en sus vestidos de cóctel, noche o novia.
Para la boda de la futura reina de Bélgica diseñó un traje que realizó en satén de seda de Abraham. Según Uria, el gazar «le permitió plasmar la elegancia y la abstracción del cuerpo femenino desde un minimalismo conceptual y estético».
El triunfo de la simplicidad
Este modisto —que se había formado con los mejores sastres— hasta entonces había desarrollado sus ideas en San Sebastián. En 1933 abrió casa de costura en Madrid y en 1937 en París, en la capital mundial de la moda, donde su primera colección sorprendió a la industria de la alta costura.
Su innovador estilo eliminó lo superfluo y revolucionó la moda basando su figura en la simplicidad y en la pureza de líneas. Sus diseños fueron revolucionarios por la forma en que cambiaron la silueta femenina.
«Mientras Christian Dior cautivó con el New Look, Balenciaga optaba por líneas fluidas, espaldas curvas y volúmenes que desafiaron todas las convenciones del momento», explica a Swissinfo.ch Igor Uria.
El cambio en la figura femenina que propuso Balenciaga fue aplaudido por la prensa especializada. Según la editora jefa de la revista Harper’s Bazaar, Carmel Snow, Balenciaga representaba «el triunfo de la simplicidad».
De 1937 a 1968 fue el referente de la alta costura en París. Renovó continuamente las proporciones y las formas. Se inspiró en la pintura española clásica y en sus raíces vascas. Buscó nuevos tejidos. Y basó la distinción de sus creaciones en una silueta minimalista que fue depurando hasta llegar, a finales de los 60, al nivel máximo de la simplificación.
En 1962 presentó el vestido sari de una costura. Y de una costura también es el vestido de novia en gazar de seda de 1967: un traje moderno todavía hoy y considerado uno de los vestidos de novia más rompedores de la historia de la moda nupcial.
Su conocimiento de la sastrería marcó su idea de la costura, basada en la perfección del corte y en las cualidades de cada tejido. Es célebre la frase de Christian Dior que resume su arte con las telas: «Con los tejidos nosotros hacemos lo que podemos. Balenciaga hace lo que quiere».
Balenciaga utilizó una variada paleta de colores brillantes nunca vistos en las pasarelas: amarillo, verde, fucsia, violeta, naranja… También combinó el marrón y el negro. Algo que hasta entonces parecía imposible. Y sentía predilección por el negro. En este caso, porque le permitía centrar la atención en el corte, los volúmenes y los tejidos, que enriquecía con bordados, lentejuelas y pedrería.
Ante todo, comodidad
Sentó las bases de lo que vendría después. Fue simplificando la ropa y vestirse cada vez era más fácil. Tanto que, a mediados de los 50, muchas prendas podían ponerse y quitarse por encima de la cabeza.
Primero fueron los hombros caídos. Luego, los fruncidos. Más adelante, los trajes semientallados; la marinera; las túnicas; los vestidos saco; las mangas tres cuartos; los cuellos de las chaquetas cada vez más pequeños; los vestidos sin talle baby-doll… Contribuciones que favorecían la comodidad y que hoy perduran.
Presentó su última colección en vísperas de mayo del 68. Y ese año hizo su única incursión en el prêt-à-porter: Air France le encargó los uniformes de sus azafatas. Un reto para quien nunca había trabajado en serie y un signo, también, de los nuevos tiempos: los primeros pasos de la alta costura en el mundo del prêt-à-porter.
Pero ese ya no era el mundo de Balenciaga. Así que en 1968 anunció su adiós.
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