Manuel Rivas abre en Berna la boca de su literatura
“Los indignados, respondió el escritor, son la honra de este tiempo”. Su valiente “¡No!”, continuó Manuel Rivas, desdice las críticas de que los jóvenes de hoy en día pertenecen a una generación perdida, atontada con videojuegos, botellón o estupefacientes.
La pregunta había surgido de entre el público. Ese público que compartió en la Universidad de Berna los andares literarios del también poeta y periodista.
“En la historia, dijo Rivas, hay que buscar depósitos de esperanza”. Recordó por ejemplo que luego del accidente del barco petrolero Prestige (Galicia, 2002), a la “marea negra” siguió una “marea de solidaridad”.
Cofundador de Greenpeace España, Manuel Rivas participó entonces en la creación de la plataforma ciudadana ‘¡Nunca más!’
Hoy, en referencia a los ‘indignados, añadió: “Esos jóvenes a los que se les reprocha no aportar programas para tapar las goteras del clepto capitalismo” dan muestras de valentía y solidaridad.
De los “indignados”, de España, de Galicia… Manuel Rivas abordó una amplia temática al reflexionar sobre “la boca de la literatura”, el origen de esa tarea universal que nace sin embargo en el ámbito más íntimo.
Al hacerlo, aludió a Fernando Pessoa y a ese verso suyo que hace referencia al Río Tajo, ese gran río del que todo el mundo ha oído hablar, por el que circulan grandes navíos y que aparece en todos los mapas. “Es maravilloso, pero no es el río que pasa por mi aldea”, repitió el poeta gallego las palabras del poeta portugués.
Desde lo local sin paredes
“El momento iniciático tiene que ver con lo local sin paredes”, sentenció Manuel Rivas y describió su natal Coruña como una suerte de barca de piedra que entra en el Atlántico y cuyo lado más próximo al mar es una pared de acantilados.
“Es maravilloso estar en una ciudad desde la que en pocos metros puedes situarte frente a la tempestad. Sentirla”. En ese extremo, precisó, está el Faro de Hércules que guiaba a los navegantes en noches sin estrellas. “Es un faro que emite luz a todos los barcos. No discrimina. Es un faro universal. La imagen de lo local sin paredes”.
En ese espacio cercano del lugar donde uno nace, y en esas primeras experiencias, el escritor situó también el origen de la tarea literaria.
Una comunicación sin palabras
Ante una fascinada concurrencia desgranó sus recuerdos: Aquel de sus primeros 4 o 5 años cuando el campo de juegos era una especie de triangulo, un espacio verde que encontraba al salir de la casa y luego del cual estaban los acantilados.
“En el primer vértice, al salir de la casa mirando al mar, había un cementerio. No parecía una referencia de futuro atractivo pero era lo que teníamos. Hacia la izquierda estaba la prisión provincial, bastante llena entonces”.
Precisó que había unas rocas desde las cuales podía verse el patio de la cárcel que por las tardes se llenaba de presos. En ocasiones llegaba hasta las casas el rumor de sus canciones. Otras veces, desde las rocas, los familiares hacían señales con paños de distintos colores a los reclusos.
“Tal vez fue una de las primeras veces que vi la boca de la literatura en esa transmisión, en esa comunicación en la que no eran posible las palabras y que éstas eran sustituidas por colores. Era un lenguaje sensorial , se hablaba, se transmitía con los ojos”.
Ese segundo vértice, continuó el narrador, tampoco parecía una opción de futuro. “Entonces veías al frente. Sobre los acantilados veías el faro con su luz. Ahí sí que veías cierta esperanza”.
La luz del adiós
De las vivencias de infancia, evocó igualmente aquella otra también vinculada con su génesis literaria y en la que toma parte un profesor proclive a la didáctica imperativa y unilateral.
“Un día el maestro tiene el detalle de preguntarnos: ¿qué van a ser de mayores? Silencio sospechoso. ¿Que pretende con esa pregunta?, nos dijimos. ¿Qué pasa? ¿No van a ser nada? El maestro nos miraba furioso. Uno de mis amigos levanta la mano y dice: ¡Emigrantes!
Contó Manuel Rivas que en el profesor se produjo una transformación increíble. Ese hombre, con un firme espíritu nacional, les había explicado que España podía ser un imperio, que en América las naciones eran independientes pero seguían considerando a España como su ‘Madre Patria’, que en España nunca se ponía el sol…
“A ese maestro, que hablaba de ese nuevo esplendor, lo descolocó y lo desfiguró completamente la respuesta del niño. Por eso miramos con tanta esperanza la torre de Hércules, porque era también la última luz, la del adiós”.
En ese recuerdo, enfatizó Manuel Rivas, “se abre con toda su ironía la boca de la literatura. Un trazo moderno, consustancial a la boca de la literatura, es el de ser sinónimo de libertad y de ironía”.
¡Solamente eran los Reyes!
Carismático, pleno de humor, Manuel Rivas regaló a su público con el ingenio de su palabra y la bonhomía de su naturaleza.
Entre sus recuerdos expuso también ese otro de su infancia en su Galicia natal con sus lluvias cotidianas: La madre trataba de secar la ropa. Los chicos hacían los deberes. La mujer volteó a verlo y le soltó un “a ver si cuando seas mayor encuentras un trabajo donde no te mojes”.
Otro acercamiento con el origen de la literatura había tenido lugar aún más temprano, cuando su caminar era vacilante “como Charlot Chaplin” y un primer encuentro con la Historia le asestó el también primer gran susto “del que tenga constancia”.
Su hermana, apenas un año mayor, y él se encontraban solos en la casa del barrio de Montealto. Los cuetes y la música los atrajeron a la ventana. Ahí estaban, felices, cuando dos personajes cabezudos se acercaron a los cristales. Despavoridos, los niños corrieron a refugiarse al baño. Ahí los encontró la madre, llorosos y descompuestos. Al explicarle el motivo de su desconsuelo, la mujer les explicó “¡Tontos. Eran los Reyes Católicos!”
El cuento, estrategia para sobrevivir
Se refirió pues al miedo como otro detonante literario.
“El psicoanálisis de los cuentos tienen una constante, el miedo al abandono. Prácticamente tienen ese hilo común: el de adiestrarnos, defendernos, prepararnos contra el miedo y el abandono, por eso son tan necesarios para la humanidad”.
Lo que hacen los escritores, agregó, es prolongar los cuentos de Scherezade, que los contaba para sobrevivir.
“Hablamos de un tiempo de crisis. Parece que el ser humano sufre la concesión del mundo y la economía y lo percibe como un abandono, como si fuese tratado como sub prime o bono basura”.
Aludió entonces al cuento de los Músicos de Bremen – a cuyos protagonistas, cuatro animales, sus propietarios intentan sacrificar porque ya viejos, sólo representan un gasto. “Es una de las mejores tesis sobre el neoliberalismo”, dijo. De éste último, agregó “tendríamos que hablar simplemente del partido de la inhumanidad, mientras que la literatura intenta luchar con el partido de la vida”.
“Siempre se escribirá mientras se tenga la pulsión del deseo, contra la pulsión de la muerte, de la inhumanidad”, sentenció.
El escritor español Manuel Rivas dictó en la Universidad de Berna la conferencia ‘La boca de la literatura: memoria, lenguaje, ecología’, el pasado 9 de noviembre.
El encuentro con el público suizo fue organizado por la Consejería de Educación de la Embajada de España en Berna en colaboración con el Instituto de Lengua y Literatura Españolas de la Universidad de Berna.
Manuel Rivas advirtió que hay que mantenerse alerta sobre el “proceso de contaminación” que sufre la palabra compromiso.
Y en ese tenor se refirió a Viktor Klemperer, quien en El Lenguaje del Tercer Reich explica cómo en tiempos del nazismo, a cada palabra se le iba añadiendo arsénico y cómo se iban acumulando palabras envenenadas.
Habló igualmente de la necesidad expresada por Elías Canetti de custodiar el sentido de las palabras, en una suerte de “labor ecológica para defenderlas del proceso de corrosión”.
El compromiso, dijo, también se ha asociado con escritores de izquierda a los que se ha tratado de descalificar, al pretender que su trabajo literario es subalterno de sus ideas.
Empero, agregó citando a Miguel Torga: “El primer compromiso del escritor es escribir, pero todo lo que escribe compromete”.
Y, menos solemne, añadió:
“Yo, cuando me pongo a leer lo que llaman prensa del corazón me digo: ‘para escribir esto hay que tener un sentido del compromiso bastante interiorizado, una fortaleza mental…’, pero ahí no se habla de ‘¡qué comprometido eres!’”
Al hurgar en la epifanía de su creación literaria Manuel Rivas evocó la lectura de otros escritores, cuando “después de leer algo que nos ha ensanchado la vida surge el estímulo de querer escribir, de responder a la invitación, de despertar en otros la pregunta que ha surgido en uno mismo: ¿cómo ha podido escribir esto?”
A esa “felicidad clandestina” que produce la literatura y de la que habla Clarice Lispector, se refirió entonces Manuel Rivas.
Narró también aquella vez en que se sintió bloqueado en el ejercicio de su escritura cuando analizaba la quema de libros en Galicia y lo envolvió esa sensación de miedo, no por él mismo, “sino por la condición humana”. Pero siguió adelante porque sintió que uno de sus personajes le decía “no nos puedes dejar aquí colgados”.
Nacido en Coruña en 1957, Manuel Rivas es periodista, novelista, ensayista y poeta.
Estudió Ciencias de la Información en Madrid. Fue subdirector de ‘Diario de Galicia’. Colabora con diversos medios de comunicación gallegos y españoles como ‘El País’, ‘El Ideal Gallego’, ‘Diario de Galicia’ y ‘La Voz de Galicia’.
Como narrador obtuvo, entre otros, el Premio de la Crítica española por ‘Un millón de vacas’ (1990), el Premio de la Crítica en Gallego por ‘En salvaje compañía’ (1994), y el Premio Nacional de Narrativa por ¿Qué me quieres, amor? (1996), el Premio de la Crítica española por ‘El lápiz del carpintero’ (1998) y el Premio Nacional de la Crítica en Gallego por ‘Los libros arden mal’ (2006), considerada como una de las grandes obras de la literatura gallega y también elegida Libro del Año por los libreros de Madrid.
Su última novela es ‘Todo es silencio’ (2010), finalista del Premio Hammett de novela negra.
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