Suiza consideró el golpe de Estado en Chile como una «vuelta al orden»
Chile, 11 de septiembre de 1973: un golpe militar derroca al Gobierno de Salvador Allende. En un mundo consumido por la Guerra Fría, Berna ni se inmutó, y la diáspora suiza parecía incluso aliviada.
A primera hora del 11 de septiembre de 1973, unidades del ejército chileno ocuparon los puntos estratégicos del país. Salvador Allende, líder socialista y presidente de la República elegido democráticamente en 1970, llegó a La Moneda, el palacio presidencial, a las 7:40. Por radio, anunció que quería «defender al gobierno que representaba la voluntad del pueblo» y rechazó los ultimátums de los militares.
Sin embargo, la resistencia fue en vano. Después de que los avianes bombardearan el palacio, no tuvo más remedio que rendirse. A las dos de la tarde, los últimos miembros de la guardia presidencial se entregaron a los militares. Allende se suicidó. Una junta militar dirigida por el general Augusto Pinochet tomó finalmente el poder.
El nuevo gobierno instauró la ley marcial y suspendió las garantías democráticas. Una ola de represión recorrió el país, afectando principalmente a organizaciones de izquierda. Tan sólo unos días después del golpe, más de 5.000 personas fueron detenidas. La violencia del régimen se cobró más de 3.000 vidas a lo largo de los años, muchas otras personas desaparecieron sin dejar rastro y casi 30.000 fueron torturadas.
Brindis en la Embajada de Suiza
En la embajada suiza en Santiago de Chile, la noche del 11 de septiembre, no se hablaba de la violencia del ejército. Brindaban con champán por la caída del gobierno marxista de la Unidad Popular, la alianza de izquierdas que apoyaba a Allende. Al menos eso es lo que cuenta el joven reportero Jacques Pilet, corresponsal en Chile del periódico suizo 24heures, basándose en lo que le había contado el embajador Charles Masset.
Pocos días después, Charles Masset, tras consultar al Departamento Político Federal (DPF, más tarde Departamento Federal de Asuntos Exteriores), presentó sus felicitaciones oficiales al nuevo régimen. El reconocimiento de Suiza llegó pronto: la mayoría de los demás estados occidentales lo hicieron pasadas varias semanas, mientras que países como Italia y Suecia redujeron al mínimo sus actividades diplomáticas en Chile.
Criticado por algunos parlamentarios por no condenar el violento derrocamiento de un gobierno elegido democráticamente, el Consejo Federal (Gobierno) se limitó a comunicarEnlace externo brevemente unos días más tarde que «como Suiza no reconoce gobiernos, sino sólo Estados, sus relaciones se mantenían automáticamente en caso de cambio de gobierno».
«Ambiente de pánico»
El alivio del embajador y la frialdad de Berna no surgieron de la nada. La diplomacia suiza -con algunas excepciones- había mirado con hostilidad el proyecto político de Allende desde el principio. Cuando, tras varios intentos, el líder de la Unidad Popular ganó las elecciones presidenciales el 4 de septiembre de 1970, Roger Dürr, predecesor de Charles Masset al frente de la embajada suiza en Chile, removió el fantasma de una dictadura comunista.
«Tras el anuncio de los resultados de las elecciones parlamentarias […], un ambiente de pánico se extendió por la población de Santiago, que no excluía a los miembros de la colonia suiza», escribió Enlace externoal DPF el 11 de septiembre.
A finales de octubre, después de que el Congreso hubiera confirmado la elección de Allende con los votos de la Democracia Cristiana, Roger Dürr admitió Enlace externoque, por primera vez en la historia, el Partido Comunista había llegado al poder por medios democráticos y legales. Sin embargo, calificó la ratificación del Congreso como «el resultado de un compromiso y de un sórdido acuerdo entre los diferentes partidos».
El miedo de la colonia suiza
Si bien los análisis del embajador suizo en Santiago de Chile estaban claramente influidos por las interpretaciones de la Guerra Fría y el anticomunismo de gran parte del personal diplomático, la desconfianza hacia el gobierno de Allende también provenía de un miedo concreto de la colonia suiza en Chile.
En 1973, había 1.373 suizos en el país andino, la mayoría de los cuales (921) tenían doble nacionalidad. Dos tercios de ellos vivían en la región de Santiago, centro del poder político y económico del país, los demás en las provincias agrícolas del sur.
Dos instituciones de cierta importancia en la vida social y económica del país estaban vinculadas a la colonia suiza: la Cámara de Comercio Suizo-Chilena y el Colegio Suizo, una escuela pública fundada en 1939 a la que asisten los descendientes de la elite chilena. La presencia de filiales de grandes empresas como Nestlé, Ciba-Geigy, Sandoz, Roche, SIKA y Brown Boveri también tenían una gran influencia en la vida de la comunidad.
Intereses materiales
Los planes del gobierno de Allende para la reforma agraria y la nacionalización de actividades económicas estratégicas afectaban así directamente a los intereses materiales de la colonia suiza. «No hay que olvidar que una colonia de este tipo está formada por gente de clase media», subrayaba Enlace externoel ministro de Asuntos Exteriores suizo Pierre Graber unos años más tarde. La oposición al gobierno de Unidad Popular era casi natural.
En el campo, las preocupaciones de los terratenientes suizos se remontaban a los primeros intentos de reforma agraria lanzados por el predecesor de Allende, el democristiano de origen suizo Eduardo Frei. Cuando la Unidad Popular llegó al poder, los conflictos sociales en las zonas rurales se intensificaron. Se produjeron huelgas y ocupaciones ilegales de tierras.
Aunque los casos reales de expropiación a propietarios suizos fueron escasos y se produjeron dentro de un marco legal, en la colonia suiza se impuso un clima de tensión e incertidumbre. Algunos propietarios sufrieron amenazas.
La colonia suiza estaba además preocupada por los planes de nacionalización de la industria. Las grandes empresas suizas, Nestlé en particular, parecían actuar bajo amenazas. Sin embargo, el DPF tenía que reconocerEnlace externo que las autoridades chilenas estaban abiertas al diálogo «y no tenían prejuicios contra Nestlé».
En definitiva, la política de nacionalizaciones tuvo un impacto relativamente escaso en los intereses económicos suizos en Chile: «No podemos hablar de una nacionalización general de las inversiones suizas, que en cualquier caso no son muy elevadas», resumíaEnlace externo el DPF al día siguiente del golpe de Estado.
«Ignorando los hechos»
«La inmensa mayoría del pueblo chileno (alrededor del 65%) acogió con alivio el derrocamiento del régimen de la Unidad Popular, lo que significaba para ellos el fin de una pesadilla», informó Enlace externoel embajador Masset en Berna el 17 de septiembre de 1973. «Una junta militar […] proclamó que asumía el gobierno de la República para salvar al país del caos y de la guerra civil, para reconstruirlo restableciendo el orden». La postura del diplomático a favor del nuevo régimen era tan flagrante que el propio ministro de Asuntos Exteriores, Pierre Graber, deploró «un alto grado de intoxicación» al margen del comunicado.
Mientras tanto, la represión militar provocó la huida de muchas personas. En Suiza, sobre todo en los círculos de izquierda, las iglesias y las organizaciones de cooperación al desarrollo, pero también en los círculos burgueses, se creó un fuerte movimiento de solidaridad que presionó al Consejo Federal para que adoptara una política de asilo más generosa.
El Gobierno respondió obligando Enlace externoa un Charles Masset muy reticente a abrir las puertas de su embajada, sobre todo a los suizos en apuros. El Consejo Federal también acordó Enlace externoacoger a un contingente inicial de 200 refugiados. Fuera de las instituciones, sin embargo, Action places gratuites Enlace externosiguió trabajando por una acogida más amplia, recurriendo incluso a canales ilegales y ayudando a abrir las fronteras suizas a más personas.
Sin embargo, las señales de apoyo al golpe también llegaron desde la colonia suiza en Chile. «No queremos asistir pasivamente a las actividades de supuestos periodistas que, ignorando los hechos, glorifican un sistema y a sus representantes que, a corto o largo plazo, llevarían a Chile al caos total o a la guerra civil», escribieron 17 profesores del Colegio Suizo en una carta abierta a la prensa.
Texto adaptado del francés por Carla Wolff
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