De los Alpes a la Sierra Lacandona
'El Paraíso' chiapaneco concebido a orillas del Lago de Ginebra.
La comida de ‘El Edén’, incluye especialidades mexicanas y suizas, una síntesis de sus propietarios.
Daniel y Teresa Suter Rodríguez se conocieron en la celebérrima y exclusivísima ciudad de Montreux cuando ella, chiapaneca, estudiaba francés y él, nativo, trabajaba en la edición de un periódico local.
La boda civil fue en ese idílico rincón helvético, con los Alpes de trasfondo, y la ceremonia religiosa, en ‘La Ciudad de los Palacios’, el Distrito Federal.
Sus primeros 10 años de matrimonio transcurrieron en Suiza, entre el ir y venir de Teresa hasta Ginebra donde laboraba en un banco dada su formación de economista. Un poco ese trajinar cotidiano y un mucho una situación que se producía en México, decidieron a la pareja a cruzar el Atlántico.
«Aunque allá Teresa estaba más estresada, los dos estábamos bien. No nos fuimos por obligación. Teresa tenía su trabajo y yo el mío. La decisión de venirnos fue como un reto. Había esa casa y, o se vendía o se hacía algo, y nos lanzamos».
La casona de San Cristóbal
En efecto, la familia Rodríguez poseía en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una casona con más de un siglo de antigüedad que el padre de Teresa, médico cirujano, había adquirido para convertirla en clínica.
A la muerte del galeno, su esposa no pudo conservar el nosocomio. Se fue al Distrito Federal con sus hijos y dividió la casa para rentarla a la Universidad local y a un centro indígena. Al término de los contratos respectivos, sin embargo, la secular construcción quedó a merced del abandono.
Desde Suiza, Daniel y Teresa se inquietaban por la suerte del legado familiar y consideraban la manera de evitar su deterioro. Decidieron entonces convertirlo en hotel y para ello Daniel acudió a una escuela de turismo donde adquirió los conocimientos necesarios, y la pareja voló hasta Chiapas.
Cuando llegaron la obra no estaba terminada. Dormían en casas de amigos y comían en restaurantes. El organismo de Daniel no resistía los dramáticos cambios de la alimentación. «Como la raya (el pago quincenal de los trabajadores) caía enfermo el día 15 y el 30», recuerda.
La ofensiva culinaria
Incluso ahora, una década más tarde, platillos que toda la familia -incluidos sus pequeños Eric (ocho años) y Patrick (de apenas cinco), -asimila con deleite y sin consecuencias, resultan ofensivos para su aparato digestivo.
Pero no tuvo que adaptarse sólo a una alimentación diferente, sino a formas de vida muy ajenas a las suyas.
«Aquí no hay hora para nada. En Suiza se come a las 12:00, aquí no hay hora para comer. El mexicano es muy duro consigo mismo y muy maltratado a veces con la chamba (el trabajo). No se queja, un suizo en la misma situación, no resiste».
A la pregunta sobre lo que más le gusta del país, responde sin dudar que la gente. «El cariño de la gente», aunque subraya que «en mi tierra también son muy amables».
Los Suter Rodríguez trabajan con ahínco en el negocio que ambos construyeron, que ahora conoce el reto de una gran competencia y que hace algunos años hubo de superar la dura prueba de la diáspora turística que generó el alzamiento zapatista.
Desde ese remanso de paz que dejaron en el cantón suizo de Vaud, difícilmente habrían podido imaginar que asistirían en Chiapas a uno de los episodios más significativos de la historia del México moderno y con el que, resume Daniel:
«¡Quedamos vacunados contra el miedo!»
Marcela Águila Rubín, San Cristóbal de las Casas
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