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De París a Teherán con el ayatolá Jomeini, el relato de la AFP

Jomeini en enero de 1979 en Neauphle-le-Château (en las afueras de París), donde está en el exilio afp_tickers

El 1 de febrero de 1979, el ayatolá Jomeini salía en plena noche hacia Teherán desde el aeropuerto de París Charles de Gaulle, a bordo de un avión de Air France, fletado especialmente. Era «el vuelo de la revolución».

El ayatolá Jomeini acababa de pasar cuatro meses en Neauphle-le-Château, en las afueras de París, tras quince años de exilio en Irak.

Le acompañaban varias personas cercanas y unos 150 periodistas, entre los que se encontraba un enviado especial de la AFP, Pierre Lambert. Estos son algunos fragmentos de su relato:

De París a Teherán con el ayatolá

TEHERÁN, 1 de febrero de 1979 (AFP) – Después de quince años en el exilio y cinco horas y treinta minutos de un vuelo sin problemas a bordo de un Boeing especial de Air France, llamado por los iraníes «el avión del regreso al país», el ayatolá Jomeini volvió finalmente a su patria, en este jueves histórico para el pueblo iraní.

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En el avión especial, un Boeing 747 con 349 asientos, solo embarcaron 200 pasajeros. Esto se hizo para poder llenar por completo las reservas de queroseno y que el aparato pueda dar media vuelta sin tener que aterrizar «en el caso de que algo salga mal», precisó un responsable del aeropuerto parisino antes del despegue.

Para este vuelo excepcional, informaron en el avión, la compañía nacional francesa hizo un llamado a una tripulación de voluntarios: un comandante de abordo, un segundo piloto, once auxiliares de vuelo, cuatro azafatas. «Voluntarios pero sin recompensa de riesgo», precisaba una de estas.

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El ayatolá, que embarcó el primero con un paso firme a pesar de sus 76 años, con su delgada silueta ataviada de negro, el rostro impenetrable, ocupó el asiento A1 de la zona de primera clase.

Rodeado de una cuarentena de mulás y de fieles, el hombre con barba de profeta, al que se dirigen las miradas de todo un pueblo, permaneció taciturno, sumergido en sus pensamientos, durante la primera hora de viaje.

Luego, solo con su hijo, se instaló en el piso superior en los asientos del bar donde se quedó dormido.

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Mientras el aparato sobrevolaba el Bósforo, Sadegh Ghotbzadeh, que regresa a Irán después de veinte años de exilio y al que se presenta como un futuro ministro del «gobierno revolucionario», realizó una conferencia de prensa improvisada en medio del avión.

En especial, declaró: «Antes de partir, el ayatolá nos reunió, a nosotros sus fieles, y nos dijo: ‘Este viaje comporta riesgos que no subestimo: me pueden asesinar. Pueden hacerme prisionero. Pueden ponerme bajo residencia vigilada. Acepto estos imprevistos felizmente, pero comprendo perfectamente a los que los rechazan y elegirían no partir. Que cada uno asuma sus responsabilidades'».

A los periodistas sorprendidos por no ver mujeres y niños en el «avión del regreso», el colaborador del ayatolá respondió provocando un pequeño escalofrío a sus auditores: «Este avión es mucho menos seguro de lo que pensáis. Nos pueden disparar…».

Ghotbzadeh anunció que «se proclamaría un gobierno revolucionario de aquí a dos o tres días» y repitió que el líder chiita rechazaría cualquier diálogo con Shaptur Bajtiar «mientras que este no haya dimitido».

Luego confirmó que se estaban distribuyendo armas a la población en todo el país. «Todavía no se ha dado la orden de utilizarlas pero queda poco», dijo. Y añadió: «En efecto, nuestras armas son menos potentes que las de los militares que sueñan con destruirnos pero nosotros tenemos la fe, venceremos».

El colaborador del «guía supremo», respecto al ayatolá y hablando de la posibilidad de un atentado, dijo: «Si se le toca, habrá sangre».

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El ayatolá salía por su parte de su somnolencia. Unas dos horas antes de la llegada a Mehrabad, llamó a una azafata para pedir un vaso de agua y solicitó: «Tenga la amabilidad de indicarme la dirección a La Meca».

Unos instantes después, el anciano se arrodilló para sus oraciones.

Cuando quedaba media hora de vuelo, el avión abordaba ya de día el cielo iraní, sobrevolando montañas nevadas. Una vez terminadas sus devociones, silencioso junto a la ventana, el viejo imán contemplaba esta tierra de Irán tan deseada, tan lejana para él hace solamente unas horas.

Y por primera vez desde el embarque, los que se acercaban a él pudieron ver como una sonrisa iluminaba su rostro, un rostro a menudo serio del que los periódicos de todo el mundo publicaron su imagen en los últimos meses.

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