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Demasiada agua: un pueblo de Bolivia hundido por la fiebre del oro y el clima

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Muebles y autos hundidos asoman sobre las aguas verdes que inundan desde hace dos meses Tipuani, un poblado minero boliviano a doce horas de La Paz. Cada día, la balsa improvisada de Rafal Quispe navega en este paisaje de abandono y desolación.

Debido a la intensa extracción de oro cerca del cauce y lluvias fuera de lo común que científicos asocian al cambio climático, esta localidad de Bolivia de 7.500 habitantes queda sumergida por sectores por el desborde del río Tipuani.

Son hasta 500 viviendas bajo el agua desde que empezaron las riadas a mediados de enero, de acuerdo con el municipio, que no ha reportado heridos ni víctimas mortales.

«Este pueblo, tan lindo que era, ahora es un desastre», dice Quispe, un minero de 54 años. 

Con la ayuda de un largo palo, el hombre atraviesa todos los días las aguas con la esperanza de ver resurgir por completo su hogar de dos plantas. La primera, donde tenía un bar, lleva un tiempo sumergida.

Hay calles que incluso llevan más de un año empantanadas en un líquido verdoso, una mezcla de aguas de río, lluvia y desagües colapsados. Es el tercer verano consecutivo que el pueblo queda inundado.

– Sin alternativa al oro –

La fiebre del oro -cuyo precio ha aumentado 260% en los últimos 10 años- está desfigurando la zona que incluye varios centro poblados dispersos. Tipuani y Chima son los más afectados.

Las cooperativas mineras remueven «terreno que no tendría que removerse» y ocasionan «que en períodos de lluvia el río busque su cauce y que derive en inundaciones de las poblaciones», explica Alfredo Zaconeta, investigador del Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (Cedla). 

El 92% de la población se dedica a labores relacionadas con la minería, según datos del municipio.

«Puede desaparecer el pueblo, porque nosotros tenemos que seguir trabajando. ¿De qué vamos a vivir si no trabajamos?», sostiene Manuel Barahona, un hombre canoso de 63 años cuya casa de dos pisos quedó bajo el agua en Chima.

Allí, mineros afectados como Marco Anibarro debieron alquilar habitaciones en las zonas más altas, mientras familiares migraron a otras ciudades.

«Es una incomodidad tremenda. Mi casa está hace un año dentro del agua y nadie dice nada», se queja este hombre de 54 años.

En Chima, los niños chapotean y montan en bicicleta entre las aguas contaminadas sin advertir los riesgos.

El colegio de la localidad no está en condiciones de abrir. Con una señal de internet débil, los alumnos que aún están en el pueblo tratan de tener clases virtuales.

Hay al menos 14 cooperativas en todo Tipuani que trabajan sobre el cauce del río. «Esto no es de ahora, sino de muchos años atrás. Todos los desmontes han ido al río», reconoció Rolando Vargas, presidente de la Cooperativa Chima.

Aseguró que su organización dejó esa práctica desde hace dos años. ¿Se sienten responsables? «Una mínima parte, pero tampoco tanto», sostiene.

Tras la entrevista con la AFP, Vargas fue reportado como desaparecido. Su camioneta fue encontrada arrastrada por el río, según dijo su familia en redes sociales.

– «Pecado» –

En Tipuani, cerca de donde antes vivía Sinforiano Checa, un exminero de 67 años, se puede ver a los cerdos que se revuelcan en calles empantanadas.

Afectado por una grave silicosis, un mal pulmonar derivado de sus años de trabajo, Checa vive ahora a pocos metros del desastre, en una carpa que hasta el momento resiste las lluvias. Nunca trabajó cerca del río, dice, sino en los cerros.

Las cooperativas «no van a decir nada, porque lo que han hecho es un pecado», afirma. Pero «algún día llegará su castigo», asegura, con dificultad para respirar.

A la extracción de oro, se suman los efectos del cambio climático. 

Las lluvias de enero pasado en Tipuani fueron muy atípicas. Han sido las más intensas en ese mes al menos desde 2012, según el estatal Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología (Senamhi).

«Es totalmente anómalo», pues el país atraviesa el fenómeno de la Niña, que debería significar menos precipitaciones, indica Lucía Walper, jefa de la unidad de pronósticos de esa institución.

La especialista asegura que los incendios forestales del año pasado en el oriente, los más devastadores registrados en Bolivia y que afectaron más de 10 millones de hectáreas, «han repercutido directamente en el altiplano».

A raíz de la menor vegetación por los fuegos, las zonas boscosas ya no retienen las nubes que viajan por la Amazonía y pasan con mucha facilidad al altiplano, escenario ahora de lluvias anormales.

gta/vel/mar/lbc/nn

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