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¿“El centro del universo moral”? Cómo la Ginebr­a internacional nació gracias a EE.UU.

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Ginebra fascinaba a los padres fundadores norteamericanos. Illustration: SWI swissinfo.ch / Helen James

Después de la Primera Guerra Mundial, hubo muchos líderes de opinión en EE.UU. que situaban a Ginebra en la línea de tradición de Jerusalén y Roma. Ya George Washington había expresado su deseo de trasladar la Universidad de Ginebra a Norteamérica. Finalmente, fue gracias a un buque de guerra llamado “Alabama” que Ginebra apareció por primera vez en el mapa mundial del derecho internacional.

Si no fuera por Estados Unidos, la Ginebra internacional no sería lo que es hoy. La admiración y la intercesión de Estados Unidos por Ginebra acompañaron el ascenso de la ciudad de Calvino como sede de las organizaciones internacionales.

La admiración estadounidense por Ginebra como ciudad, pero también como idea, llegó a su momento culminante al final de la Primera Guerra Mundial. La ciudad de Ginebra se inserta en la misma línea de tradición como Jerusalén, Atenas, Roma y Constantinopla; podrá convertirse ahora en “el centro del universo moral de la humanidad”, como sede de la Sociedad de las Naciones, refería la revista ‘National Geographic’ en 1919.

George Washington quería trasladar a EE.UU. la Academia de Ginebra

La obsesión recurrente de los estadounidenses por la ciudad del Ródano se remonta a la época fundadora de Estados Unidos. Algunos padres fundadores de la constitución estadounidense fueron admiradores de los filósofos y jusnaturalistas ginebrinos. Los fundadores protestantes de Estados Unidos incluso llegaron a idear el plan de trasladar la Academia, es decir, la actual Universidad de Ginebra, con todo su personal, de Ginebra a Norteamérica para convertirla en una universidad federal de los recién fundados Estados Unidos. El vínculo confesional fue determinante para ello. Ginebra desempeñaba la función de “capital cultural del protestantismo francófono”, como lo formula el ‘Léxico Histórico de Suiza’.

Thomas Jefferson, en cuya mente esta “idea” había despertado “un interés vivo”, perseguía este designio con vehemencia, según refiere la entrada en el diccionario citado. De este modo se pretendía proteger a los eruditos ginebrinos del terror de Robespierre en la Francia revolucionaria de los años 1790. George Washington, el primer presidente de Estados Unidos, estaba incluso dispuesto a invertir su patrimonio privado en el proyecto, como lo relató el propio Washington en una carta a Jefferson. Pero la idea fracasó.

Ilustración sobre el juramento en la pradera del Grütli

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Arbitraje entre Estados Unidos y Gran Bretaña

En 1872 ya no se trataba de trasplantar Ginebra a Estados Unidos. Al contrario, se agradecía la circunstancia de que Ginebra pudiera servir de sede neutral. Además, el hecho de que Estados Unidos compartiera ciertas convicciones liberales con la “República de Suiza” les vino muy a propósito a los norteamericanos.

En esa época, Ginebra era todavía la ciudad más grande de Suiza, aunque por escaso margen con respecto a la segunda urbe más poblada. Pocos años después de la primera Convención de Ginebra, su reputación como sede de las organizaciones internacionales todavía estaba en ciernes. Este tratado internacional para la protección de los heridos y el reconocimiento de la Cruz Roja lo habían firmado los signatarios en 1864 en la misma sala en la que el tribunal arbitral del Alabama celebraría sus sesiones en 1872. Desde entonces y hasta el día de hoy, este cuarto se llama “Sala del Alabama”.

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La “Sala del Alabama” en la casa del Ayuntamiento de Ginebra. Alamy Stock Photo/Credit: Prisma by Dukas Presseagentur GmbH / Alamy Stock Photo

El nombre de Alabama no hace pensar necesariamente en Ginebra. Sin embargo, el primer tribunal internacional que ya no se encontraba sometido a un rey u otro soberano no se llamó así por el Estado federado homónimo en el extremo sur de EE.UU., sino por un buque de guerra al que se le había dado el nombre de aquel Estado.

Durante la Guerra de Secesión de 1861 a 1865, Reino Unido suministraba armamentos a ambos bandos militares, lo cual se ajustaba al marco legal y diplomático vigente de la época, aunque no lo vieran con buenos ojos los gobernantes de los Estados del Norte. El hecho de que Gran Bretaña hiciera negocios con ambas partes en conflicto, se podía interpretar naturalmente como una actitud hipócrita, puesto que los británicos, entonces, ya se habían posicionado del lado de los abolicionistas, es decir, de los unionistas del norte.

Más tarde, sin embargo, los británicos quebrantaron sus propias leyes de neutralidad, cuando empezaron a vender con éxito y por diversas vías buques de guerra a los Estados Confederados del sur. Estos buques causaron estragos masivos en los territorios de la Unión. El navío claramente más destructor se llamaba “Alabama”.

Después de la victoria de los Estados del Norte, estos últimos firmaron un tratado con Gran Bretaña, en el que se acordó que un tribunal de arbitraje internacional debía decidir sobre las responsabilidades y las reparaciones y que ambas partes debían someterse a sus veredictos. Al final, los británicos tuvieron que pagar 15,5 millones de dólares.

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dibujo: un grupo de ejército y un soldado poniendo una bandera en una colina

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Jakob Stämpfli, “terco como una mula”

Alexander Cockburn, quien representaba los intereses de Gran Bretaña en el tribunal arbitral del Alabama, estaba descontento, tanto con el resultado de las deliberaciones como con los jueces del arbitraje. Al suizo Jakob Stämpfli, que antes había sido consejero federal durante mucho tiempo, lo describió como un “republicano fanático que siente un desprecio desmesurado por los gobiernos monárquicos y sus ministros; es tan ignorante como un mentecato y tan terco como una mula”.

Además de Stämpfli y Cockburn, el tribunal arbitral también estaba formado, por supuesto, por un representante estadounidense, así como por un árbitro brasileño y otro italiano. “Comprendí rápidamente que había que crear un ambiente lo más favorable posible para nuestros debates”, escribía el italiano Frederic Sclopis, quien presidía el tribunal. Y la ciudad del Ródano ofrecía exactamente esto: Aquí nos encontramos con un “espíritu riguroso de la libertad” en combinación con una actitud de “respeto por el derecho y el orden”, relataba el juez italiano.

Tampoco Sclopis se escapó del escarnio de Cockburn, quien, por su parte, era un colérico digno de atención, según otras fuentes. Sin embargo, el británico se encaraba claramente más con Stämpfli, quien finalmente logró imponerse con su plan de trabajo para llegar a una decisión. Y es que el suizo, que todavía recordaba los tiempos de la contienda civil en su país, la denominada Guerra de la Alianza Separada, tomaba claramente partido por Estados Unidos. Un informe de la representación estadounidense relata que el británico Cockburn se sonrojaba y tenía los ojos llenos de lágrimas al escuchar el veredicto del tribunal.

En un informe de 250 páginas, Cockburn presentó su opinión discrepante, que por su estilo agresivo causó, al parecer, momentos aterradores.   

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Audiencia del tribunal arbitral sobre el asunto de las “Reclamaciones de Alabama” en Ginebra, 1871. Federico Sclopis, Jakob Stämpfli, Marcos Antônio de Araújo, Alexander Cockburn, Charles Francis Adams (de izq. a dcha.). KEYSTONE

Éxito del tribunal arbitral del Alabama

El éxito del tribunal arbitral del Alabama fue un tema durante la campaña electoral en Estados Unidos; por otro lado, en Gran Bretaña, apenas se habló de la sentencia, mientras que los liberales perdieron su mayoría parlamentaria.

“El espectacular éxito de este tribunal de arbitraje impresionó a la opinión pública de la época”, comenta Ladislas Mysyrowicz. Para este historiador ginebrino, el tribunal constituye un “hito en el desarrollo de la jurisdicción universal”. Por su parte, James H. Hutson comenta en su libro ‘Repúblicas hermanas’ que el veredicto había “despertado la esperanza de que se había encontrado un remedio para curar la locura belicista de las naciones”. Ginebra y Suiza fueron percibidas por los coetáneos como un oasis de la esperanza, añade.

Woodrow Wilson trae la Sociedad de las Naciones a Ginebra

Se trataba sólo del principio de esa esperanza. Medio siglo más tarde, el presidente estadounidense Woodrow Wilson convirtió la Sociedad de las Naciones en su proyecto de prestigio. Quería que fuese una organización internacional que agrupaba los Estados poderosos para que impidiera para siempre que se volviera a repetir el desastre de la Primera Guerra Mundial.

En los debates después de la Primera Guerra Mundial se llegó pronto a la conclusión de que la Sociedad de las Naciones tenía que tener su sede en un Estado neutral en Europa. En 1919, Bruselas era una de las candidatas mejor valoradas, junto con Ginebra. En la ciudad del Ródano se destacaba la presencia de la Cruz Roja y se recordaba el tribunal arbitral del Alabama. Estos fueron los argumentos principales a favor de la candidatura de Ginebra, aparte de las ventajas prácticas que ofrecía la ciudad suiza.

En parte, la investigación también menciona el hecho de que Wilson, por razones confesionales (era presbiteriano), sentía simpatía por la ciudad del reformador Calvino. Otros, en cambio, subrayan que prefería Ginebra porque pensaba que así se evitaría que la sede de la Sociedad de las Naciones se encontrara en territorio de países miembros de anteriores coaliciones.

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El monumento a Woodrow Wilson en el Palacio de las Naciones en Ginebra. Se trata de una donación de la Fundación Woodrow Wilson de 1939 para el antiguo edificio de la Sociedad de las Naciones. Alamy Stock Photo/Credit: Kim Petersen / Alamy Stock Photo

Amistad “con la gran república hermana”

Suiza se mantuvo neutral durante la Primera Guerra Mundial. Su neutralidad era controvertida, a pesar de todo. Para el Gobierno de Estados Unidos, Suiza era un país de refugio para los espías. Los estadounidenses se referían sobre todo a bolcheviques como Lenin y otros socialistas. El entonces cónsul de EE.UU. tenía la impresión de que la Suiza germano-parlante era amigable con Alemania. Pero a pesar de las críticas, Wilson apeló a los “ideales comunes de la amistad cercana” que unía a Suiza y Estados Unidos.

En 1918, el ministro suizo de Asuntos Exteriores, Felix Calonder, adoptó cada vez más la retórica de Wilson referida a la Sociedad de las Naciones. Ante el Consejo Nacional, el político liberal habló de la necesidad vital del derecho internacional para que un Estado pequeño como Suiza no estuviera a la merced de las potencias imperialistas.

Ya en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial, Suiza se empeñó en demostrar que era realmente un Estado neutral. Después de la capitulación del Imperio alemán, la Confederación reforzó sus actividades en defensa de sus intereses. El Gobierno helvético estaba ansioso por traer a Suiza la sede de la Sociedad de las Naciones. Suiza está orgullosa de su amistad “con la gran república hermana”, escribió el ministro Calonder en octubre de 1918 en una carta dirigida a un confidente de Wilson. Creemos en la Sociedad de las Naciones como instrumento para la paz mundial. Como garante de la paz internacional, la Sociedad de las Naciones debe imponer sanciones económicas y, en el caso necesario, también disponer de sus propios recursos militares, proseguía.

En las negociaciones internacionales, Estados Unidos logró imponerse y Ginebra acabó siendo sede de la Sociedad de las Naciones. Con esta decisión, Ginebra se convirtió en el ancla de la esperanza, al tiempo que le tocaba asumir una gran responsabilidad. Incluso el relato eufórico en la revista ‘National Geographic’ de 1919 dejaba su futuro en el aire: “Ginebra será ahora la primera fuente de todo lo que depararán los triunfos más preciosos o los fracasos más colosales en la historia de las empresas humanas”.

El fracaso de la Sociedad de las Naciones

Estados Unidos no se adhirió a la Sociedad de las Naciones. Wilson no supo convencer a sus compatriotas de la necesidad de la arquitectura internacional que él mismo había diseñado. Pero en Suiza sí lo consiguió. En la campaña para la votación popular de 1920, se había empleado a fondo para la Sociedad de las Naciones en Ginebra también Ernst Laur, líder del campesinado y militante del Partido de los Campesinos, Artesanos y Burgueses (PAB), precursora de la actual UDC. Parece ser que fue decisiva su intercesión a favor del proyecto de Ginebra como sede de la organización predecesora de la ONU.

Sin embargo, la Sociedad de las Naciones fracasó. Durante la Segunda Guerra Mundial, Europa, y con ella también Ginebra, perdió el lugar destacado que había tenido como sede de las organizaciones internacionales, que a partir de entonces empezaron a establecer secretarías al otro lado del Atlántico. Por miedo a una rápida ocupación alemana, se quedó en Ginebra tan sólo el personal más imprescindible de la secretaría de la Sociedad de las Naciones.

Desde entonces hasta el ingreso de Suiza en la ONU, cuya sede europea permanece en Ginebra hasta el día de hoy, han transcurrido muchos años. La Confederación Suiza no se adhirió a la ONU hasta el año 2002.

Texto adaptado del alemán por Antonio Suárez Varela / Carla Wolff

Texto editado por David Eugster

Fleury, Antoine: L’enjeu du choix de Genève comme siège de la Société des Nations, 1981.

Herren, Madeleine: Internationale Organisationen seit 1865. Eine Globalgeschichte der internationalen Ordnung, 2009.

Hutson, James H.: The Sister Republics. Switzerland and the United States from 1776 to the Present, 1991.

Mysyrowicz, Ladislas: The Alabama Arbitration Geneva 1872, 2004.

Weber, Florian: Die amerikanische Verheissung, Schweizer Aussenpolitik im Wirtschaftskrieg 1917/18, 2016.

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