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La democracia directa suiza, el último reto de Eurovisión

Eurovisión
El rapero suizo Nemo en el Festival de Eurovisión 2024 celebrado en Malmö, Suecia. Copyright 2024 The Associated Press. All Rights Reserved.

Mientras Suiza se prepara para designar la ciudad que el próximo año acogerá el Festival de Eurovisión, han entrado en liza las disputas políticas y económicas, algo habitual, según quienes conocen el tema, aunque el sistema suizo de democracia directa plantea retos únicos.   

En un episodio de 1996 de la serie cómica irlandesa Father Ted, dos sacerdotes desdichados deciden escribir una canción para el siguiente concurso de “Eurosong”, es decir, Eurovisión. A pesar de ser una de las peores cancionesEnlace externo de la historia (ficticia o no), eligen My Lovely Horse para representar a Irlanday fracasan de una manera estrepitosa. El espectáculo estaba basado en las especulaciones reales de que Irlanda había intentado autosabotear su participación en Eurovisión. Y es que, tras cuatro victorias en la década de 1990, organizar el certamen cada año resultaba costoso (el país ganador organiza el concurso del año siguiente).

Es demasiado tarde para que Suiza —que ha ganado el concurso este año—tome medidas tan drásticas. En mayo, el artista Nemo se llevó a casa el trofeo y su canción fue aclamada como una buena canciónEnlace externo. Como resultado, el próximo mayo, por tercera vez, Eurovisión llegará a la nación alpina. Las ciudades de Basilea, Ginebra, Zúrich y Berna/Biena, en un principio, manifestaron su interés por acoger el certamen, que unos 163 millones de personas han seguido en directo este año.    

Antes de que a finales de agosto la Sociedad Suiza de Radiodifusión (SRG, empresa matriz de swissinfo.ch) tome una decisión definitiva, recientemente (el 19 de julio) la lista se ha reducido a dos: Basilea y Ginebra.

Para quienes están en contra Eurovisión es demasiado caro, “controvertido” y “ocultista”

Gracias en gran parte al sistema federalista y de democracia directa del país, los debates sobre el coste han florecido incluso en la (en comparación) rica Suiza. En dos referendos realizados en Zúrich y Berna se ha cuestionado la financiación pública para acoger el Festival de Eurovisión: 20 millones de francos (22,6 millones de dólares) y 7 millones de francos, respectivamente. La misma amenaza pende todavía sobre Basilea y Ginebra. Algunas de las personas que se oponen dicen que el dinero público no debe utilizarse para financiar un acontecimiento “controvertido”, que este año ha estado acompañado de protestas contra Israel. Para otra gente —como el pequeño y ultraconservador partido Unión Democrática Federal— Eurovisión está vinculada al “satanismo” y al “ocultismo”.   

Dado que quienes votan en todas las candidaturas iniciales de las ciudades anfitrionas tiende a inclinarse a la izquierda y al progresismo (y, por tanto, potencialmente a favor de Eurovisión), ¿acaso una táctica de oposición de este tipo “reduce al absurdo la herramienta democrática del referéndum”, como recientemente publicóEnlace externo el diario Tamedia? Daniel Kübler, profesor de Política de la Universidad de Zúrich, responde que no.

Y afirma que, en Suiza, los desafíos locales a las decisiones financieras son “cosa de todos los días”. “Son un factor en el sistema [político], como resultado, todo tiene que ir más lento”. Algo que en el pasado ha afectado a grandes eventos internacionales. En 2018, por ejemplo, la población del Valais rechazó una oferta para llevar al cantón los Juegos Olímpicos de Invierno. En el caso de Eurovisión, “si hay que decidir rápido, simplemente hay que encontrar métodos de financiación no sujetos a referéndum”, ya sean del sector privado, o de la SRG (que ya está cubriendo parte de los costos), dice Kübler.

Qué ocurrirá después no está claro. Kübler señala que el reducido número de firmas necesarias para forzar un referéndum local (2.400 en la ciudad de Ginebra y 2.000 en Basilea) no necesariamente es un obstáculo importante. Sería más difícil encontrar una mayoría para bloquear el crédito, especialmente para un grupo “minúsculo” como la Unión Democrática Federal, incluso aunque tuviera el respaldo de algunos sectores de la Unión Democrática de Centro (Partido Popular suizo), más amplio.   

Pero la incertidumbre persiste, sobre todo porque incluso un referéndum fallido podría paralizar el proceso lo suficiente como para arruinar la planificación de un gran acontecimiento. Kübler, por otra parte, cree que la opción de que el Gobierno federal intervenga para garantizar la financiación enviaría una señal política negativa que socavaría la naturaleza descentralizada de la democracia suiza.

Costes y beneficios de Eurovisión

Aunque a la hora de permitir votaciones sobre este tipo de cuestiones la democracia directa convierte a Suiza en un caso atípico, la oposición a Eurovisión —ya sea por motivos económicos o políticos— forma parte de la historia del certamen, explica Dean Vuletic, historiador y autor del libro Postwar Europe and the Eurovision Song Contest (La Europa de posguerra y el Festival de Eurovisión). 

Uno de los principales problemas para Vuletic ha sido el coste de organizar el certamen. Con el tiempo, la Unión Europea de Radiodifusión (UER), principal organizadora del certamen, ha intentado hacer que su coste sea “más llevadero”, ya sea aunando recursos, abriéndose a patrocinadores comerciales o vendiendo entradas para grandes espectáculos en estadios. Pero el problema persiste. En las primeras décadas del certamen, según Vuletic, hubo incluso algunos países —generalmente pequeños, como Luxemburgo o Israel— que, debido al coste, optaron por no ser anfitriones. Más recientemente, la inflación y la recesión económica no han ayudado, y han hecho que algunos países hayan renunciado por completo al concurso.

Aunque independientemente del precio —dice Vuletic— siempre hay ciudades y países dispuestos a organizarlo. Pues Eurovisión “aporta muchos beneficios” simplemente en términos de turismo, marca o imagen. En el caso de Liverpool, ciudad anfitriona en 2023, el beneficio de marketing global se estimó en casi 800 millones de euros, según un estudio que cita el Neue Zürcher Zeitung. Aunque para otras personasEnlace externo el beneficio de acoger acontecimientos tan grandes es solo a corto plazo. No obstante, hay ganadores claros: en Zúrich, por ejemplo, algunos hoteles —incluso antes de tomarse una decisión sobre la ciudad anfitriona— ya tenían todo reservado para el próximo mayo, mientras que otros han incrementado enormemente los precios, informó el Tages-Anzeiger.  

El ejemplo austriaco: Conchita Wurst

La amplia cobertura mediática y los debates en Suiza también es “absolutamente normal” para Vuletic, que estuvo en la Universidad de Viena entre 2013 y 2015, cuando la victoria en Eurovisión de Conchita Wurst llevó el certamen a Austria. “Todo aquel año, entre la victoria y la acogida, giró en torno a cómo organizarlo y qué significaba para la imagen internacional de Austria”, cuenta Vuletic. Hubo críticas de la extrema derecha a Conchita, una artista drag, pero también hubo debates sobre cómo podría ayudar a Austria a desempolvar su tradicional asociación con las montañas, la música clásica y la historia de los Habsburgo.   

Según Vuletic, no todos los países abordan Eurovisión de la misma manera. Pero espera que en los próximos 10 meses en Suiza —como otro país moderno de Europa central— se desarrolle un proceso similar al de hace una década en Austria. Según él, Eurovisión es una forma para que los países se planteen cuestiones como ¿qué falta en la percepción internacional de la sociedad suiza? o ¿qué se quiere destacar? En el caso suizo, ¿son los cencerros, los Alpes, las imágenes turísticas estereotipadas? ¿O es una oportunidad para mostrar la diversidad y la creatividad de la sociedad suiza, un debate que también ha logrado suscitar Nemo, el ganador no binario de este año?

Eurovisión como agente de cambio

En última instancia, sin embargo, Eurovisión no es necesariamente el motor de cambio que quienes están en contra parecen temer. El certamen está lleno de contradicciones, es amado tanto por “dictadores como por drag queens”, y su impacto en la democratización y la apertura solo es “cuestionable”, afirma Vuletic.  

En 2009, por ejemplo, Moscú acogió la edición más fastuosa de la historia del certamen; tres años después, Azerbaiyán rivalizó con ella derrochando para acoger su primer megaevento internacional. En ambos casos, Eurovisión se utilizó como una oportunidad para impulsar la imagen internacional; ninguno de estos países se ha convertido desde entonces en un ejemplo de libertades civiles.    

Ya sea como pararrayos de debates políticos, guerras culturales o finanzas públicas ajustadas, Eurovisión siempre ha servido más para “reflejar que para efectuar cambios sociales”, defiende Vuletic.

Texto adaptado del inglés por Lupe Calvo / Carla Wolff

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