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¿Por qué no pasó el plebiscito para la paz en Colombia?

Redacción de Swissinfo

Todo sobre el plebiscito para la paz en Colombia fue inesperado. No solamente el dramático resultado: un rechazo al acuerdo de paz entre el Gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) que suponía poner fin a 52 años de guerra civil, escribe David Altman desde Bogotá.

Los expertos dentro y fuera de Colombia nunca imaginaron que el acuerdo sería rechazado, pero el resultado fue casi inexplicable. Y la razón no es, como la publicidad oficial en favor del referéndum para el acuerdo de paz insinuó, que los que hicieron campaña por el NO “quieren la guerra”.

Tampoco había verdad alguna en la afirmación, incluida en la violenta retórica de la campaña de la oposición, de que los que votaron SÍ se “rendían al terror”.

Consternación entre los simpatizantes del «SI», tras el resultado del pleibiscito del 2 de octubre en Colombia. Keystone

Soy un politólogo uruguayo, afincado en Chile, que estudia plebiscitos, referendos y otras formas de democracia directa en América del Sur y en todo el mundo. Y el fracaso del referéndum, aunque histórico, no es muy nuevo ni sin precedentes.

En cuanto a la pregunta misma del acuerdo de paz, muchos colombianos rechazaban la premisa del gobierno de que la única alternativa a ese acuerdo de paz era una continuación de la violencia.

El acuerdo incluye proyectos para la reintegración de los exguerrilleros a la sociedad los cuales fueron considerados demasiado indulgentes por una parte significativa del electorado colombiano harto de las FARC. Casi todos los colombianos querían la paz, pero no concordaban en si el acuerdo equivalía a un arreglo político necesario o a una injustificada amnistía para los criminales.

Pero más allá de los mérito

David Altman es profesor en el Instituto de Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica de Chile. wilsoncenter.org/David Owen Hawxhurst

s o deméritos del acuerdo de paz, el triunfo del NO fue también el producto de la manipulación del gobierno del proceso plebiscitario, algo que es muy común en la democracia directa.

Y, paradójicamente, la manipulación se produjo en el contexto de un plebiscito que era institucionalmente innecesario. El gobierno no estaba obligado a realizar este plebiscito; eligió hacerlo.

¿Cuál es la historia detrás de esta manipulación – y el búmeran en contra del acuerdo de paz? Es importante comenzar con el reconocimiento de que, incluso en las mejores democracias, todos los actos electorales, trátese de elegir a nuestros representantes o de decidir un asunto a través de una votación directa, pueden ser objeto de abuso.

Democracias sólidas tienen una serie de mecanismos institucionales – desde observadores electorales hasta coberturas totales y libres de los medios de comunicación – que pueden contrarrestar esos intentos de abusar del proceso. Sin embargo, no existe un sistema perfecto.

La democracia directa moderna está abierta a la manipulación. Se puede sesgar una votación con la forma de redactar la pregunta que se plantea a los votantes. A veces, la campaña y la discusión cívica pueden ocurrir con demasiada rapidez.

Y el diseño de la elección, desde la forma de selección de los lugares de votación hasta la manera en que los empleados públicos se ocupan de los votantes y las papeletas, puede favorecer a una parte u otra.

La profunda tendencia de los medios de comunicación también puede ser un factor cuando una de las partes es capaz de inundar a la opinión pública con una información que arrolla la información y las opiniones contrarias.

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En el período previo al plebiscito en Colombia, la manipulación incluyó todos estos elementos al mismo tiempo. Y algunos problemas fueron especialmente graves.

La pregunta planteada a los votantes fue claramente sesgada en favor del acuerdo para la paz – “¿Apoya usted el Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera?”

Hubo poco tiempo para el debate y la decantación de ideas y posiciones. Y la institución electoral jugó con los procesos, específicamente con el quórum de participación y aprobación, para buscar una ventaja para el lado del SÍ.

El Estado no fue neutral en el tema; a los empleados públicos se les permitía actuar solamente por una de las opciones. Y, finalmente, hubo una campaña publicitaria que equivalía a un chantaje emocional: si vota NO, se dijo a los votantes, usted quiere la continuación del conflicto.

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Si se unen todos esos elementos, el plebiscito de Colombia no pudo pasar la prueba mínima de equidad democrática.

La naturaleza autosuficiente de la campaña del gobierno a favor del acuerdo llevó a muchos votantes, inclinados a votar NO, a evitar pronunciarse antes de la elección.

Como resultado, los encuestadores no pudieron captar el sentimiento público.

Imagine un votante medio típico con cierta simpatía por la opción del NO, dada su preocupación sobre los términos de este acuerdo de paz. Si esa persona tiene relación con el gobierno, él o ella podría encontrarse con los empleados públicos que llevan los logotipos “Sí” con las palomas, en cualquier oficina pública. “Sí” en los carteles que apoyan el acuerdo por toda la oficina.

Y los votantes fueron inundados por las palomas del sí en la calle y por la profusa propaganda de los medios. El votante podía utilizar Uber de forma gratuita para llegar a un lugar de votación si él o ella introducía el código correcto, “QUETALSI”.

Al mismo tiempo, la oposición no estuvo exenta de pecado; ofreció una mala campaña, respaldada por algunos de los sectores más reaccionarios de la sociedad, que argumentaron que el gobierno, a través del acuerdo de paz, entregaba el país a los terroristas de las FARC.

El gobierno fue acusado de apaciguamiento, y la oposición planteó la posibilidad de que el acuerdo de paz convirtiera al país en una nueva Venezuela.

Ante esa presión, antes del plebiscito, la norma de cortesía y de comportamiento social adecuado de los colombianos (como su madre solía advertirles respecto a otras personas), fue no decir nada del acuerdo de paz si no tenían nada qué decir.

La mensajería simplista detrás del “Sí” como un voto por la paz se interpuso entre un honesto diapasón sobre los detalles del plan.

Y el gobierno mismo parecía creer su propia propaganda de que un voto por el acuerdo era inevitable. Mire la fiesta mundial previa al voto en Cartagena a la que asistió el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, y autoridades de todo el mundo, todos celebrando el fin de la violencia.

El resultado de la votación fue visto como un hecho consumado. Y fue esta impresión de hecho consumado lo que llevó a la derrota.

En realidad, la forma en que se vendió el plebiscito fue contraproducente.

Por un lado, ¿por qué ir a votar SÍ, si el voto es casi seguro? Al final, la participación fue inferior al 37% del electorado, de casi 34,9 millones de colombianos, con solamente 6,38 millones de votos por el sí, o el 18% de los ciudadanos con derecho a voto.

El gobierno fue culpable de no cumplir con el estatus  de Colombia como una democracia. No tuvo con la oposición la mínima consideración, ni el menor respeto.

La votación habría ido mejor si el enunciado de la pregunta y la cobertura de los medios hubieran sido equilibrados, si no hubieran tocado los quórum, y si los empleados públicos hubieran sido excluidos de una tan activa campaña.

Los líderes de Colombia fueron culpables de apresuramiento, orgullo y arrogancia.

El triunfalismo gubernamental llevó a celebraciones mucho antes de la votación. Los aficionados del equipo nacional de fútbol de Colombia habrían sabido mejor que una victoria nunca debe ser celebrada antes de que el árbitro dé el pitazo final.

Ese triunfalismo, combinado con la calumniosa campaña del miedo de la oposición, creó incertidumbre, y sabemos, por extensas investigaciones, que de cara a semejante ansiedad, el ‘estatus quo’ tiende a prosperar.

Cuando se entiende el contexto de este plebiscito, la reacción en las redes sociales de que Colombia “perdió la paz y ganó la guerra” es claramente absurda y reduccionista.

La paz no perdió – lo hizo este acuerdo en particular.

Es hora de intentar de nuevo, y de presentar un acuerdo de paz en un referéndum justo que pueda contar con el apoyo de la mayoría de los colombianos, no solamente del 18% de los ciudadanos con derecho a voto que votaron sí.

David Altman, politólogo de la Pontificia Universidad Católica de Chile, autor de Direct Democracy Worldwide,Enlace externo escribió este artículo para people2power.info., plataforma albergada por swissinfo.ch.

Traducido del inglés por Marcela Águila Rubín

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