Plataformas online: ¿ayuda u obstáculo para la democracia?

Con las plataformas online bajo presión y la inteligencia artificial lista para, en teoría, inundar internet de contenido, ¿estamos ante el fin de las buenas ideas para crear un espacio público digital donde reine la armonía?
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No solemos ver en las noticias que alguien con menos de 5.000 seguidores ha abandonado la red social X (antiguo Twitter). Sin embargo, no todo el mundo es la ministra del Interior de Suiza. Cuando Elisabeth Baume-Schneider publicó su último tuit en octubre de 2024 diciendo que X había «cambiado mucho» y que ya se había hartado de la cultura del debate, la noticia no pasó desapercibida.
Al abandonar el barco, la política de izquierdas se estaba sumando a una tendencia mundial. En el año 2022, tras comprar la plataforma, Elon Musk prometió una «plaza del pueblo digital para todos» que «sería amable y acogería a cualquier persona». Sin embargo, en enero de 2025, un grupo asesor del Gobierno suizo advertíaEnlace externo que el poder comercial y de generar opiniones de X, así como de otras grandes plataformas como Facebook o TikTok, suponía una amenaza para la democracia.
El retiro de Elisabeth Baume-Schneider a Instagram
De hecho, en los últimos dos años se ha producido un aumento del discurso de odioEnlace externo en X y el tono se ha endurecido, en parte debido a una relajación de las normas de moderación y a un cambio de cultura, lo que ha reactivado el debate sobre cómo debería ser un espacio público online aceptable. Si bien los cambios de Musk, y el enfoque similar que ha decidido tomar Meta hace poco, suponen una buena noticia para quienes defienden la libertad de expresión, otros han optado por irse a otro sitio, incluidos muchos anunciantes.
No obstante, para los que se preocupan por la polarización y el discurso antidemocrático, ¿tiene algún resultado abandonar una plataforma como X? ¿O es el éxodo a espacios más amables, como hizo Baume-Schneider al pasarse a la plataforma de Meta Instagram, solo un retiro a «comunidades con puertas digitales», como escribió el periódico suizo Neue Zürcher Zeitung?
«Las *cámaras de eco existen, pero no está clara la magnitud del problema que suponen» afirma Emma Hous, investigadora de tecnología digital y comportamiento online de la Universidad de Zúrich.
*cámaras de eco es un fenómeno en medios de comunicaci´ón y redes sociales en el que los participantes tienden a encontrar ideas que amplifiquen y refuercen sus propias creencias. [N. del T.]
Emma Hoes: en la cámara de eco por excelencia
Hoes cree que hablar de las cámaras de eco todo el tiempo las puede convertir en un problema mayor de lo que son, empujándonos a la «cámara de eco por excelencia». «Al final, al menos algunos estudios muestran que lo que vemos en redes sociales es más diverso que lo que vemos en nuestra vida física», cuenta. Incluso en lugares como el servicio independiente Bluesky, al que se han pasado muchos compañeros de Hoes, «se produce una exposición accidental a cosas que no elegimos ver».
En cualquier caso, si se diseñara un sistema para mostrar a los usuarios opiniones contrarias todo el tiempo, un modelo que suena a la forma en que algunos absolutistas de la libertad de expresión describirían X, puede que no se consiguiera una mayor apertura de mente. «Uno de los resultados más consistentes de los estudios es que las opiniones políticas permanecen muy estables con el paso del tiempo», afirma Hoes. «Las personas forman sus opiniones en una fase temprana de su vida y no las cambian fácilmente solo por ver publicaciones en redes sociales». Incluso en la era de la opinión y la información sin fin, «la gente no cambia su forma de pensar».

También es fácil sobrestimar la prevalencia de debates políticos en internet. En realidad, según Hoes, la mayoría de la gente consume «basura» online, ya sea entretenimiento o material para usar en la guerra cultural. Si a esto se le añade TikTok, pornografía, apuestas, videojuegos y todo lo demás, lo que nos queda no es precisamente un debate sobre una política polarizadora, sino más bien una «carencia de noticias».
También es fácil idealizar el concepto de un espacio público digital: un foro online de deliberación que permita canalizar muchas visualizaciones en algo que represente una voluntad democrática. En lugar de recopilar información en este sentido, uno de los puntos principales de internet siempre ha sido conectar intereses similares, a menudo específicos. Las personas encuentran a otras que hablan su mismo lenguaje, ya sea amable o lleno de odio; las comunidades se encuentran para hablar sobre crucigramas o la naturaleza elipsoide de la Tierra.
Esto puede provocar que la opinión política se divida en grupos dispares que tienen dificultad para unirse en torno a una causa común. En un estudio de 2024Enlace externo, Renate Fischer y Otfried Jarren, compañeros de Hoe en la Universidad de Zúrich, escribieron que el gran tamaño, la velocidad y la diversidad de las ideas que se encuentran en el mundo online hacen que sea difícil discernir una opinión pública común que pueda utilizarse para tomar medidas en una democracia. Por tanto, la esfera pública «pierde su poder de estabilizar la sociedad y de integrar y se vuelve cada vez más difícil transformar los procesos deliberativos en procesos políticos».
En resumen: todos estamos en internet, dando nuestra opinión y navegando entre océanos de contenido cada vez más grandes, pero, al mismo tiempo, con la confianza en la democracia hundiéndose en muchos países occidentales, es difícil ver lo que aporta todo ese ruido online, si es que aporta algo.
Hannes Bajohr: ChatGPT como máquina de discurso
«Bueno, al final ese es el sentido de internet, que es tan grande que nadie puede procesarlo todo», afirma Hannes Bajohr, de la Universidad de California en Berkeley. Bajohr, que investiga cómo la IA y los LLM (grandes modelos de lenguaje) afectan a los textos y la escritura, también dice que las cosas están a punto de pasar a ser mucho más grandes.
Los LLM como ChatGPT, que permite básicamente a cualquier persona convertirse en creador de textos, vídeos o música, podrían hiperacelerar los ya inconmensurables flujos de contenido online. Esto podría hacer que encontrar información de calidad sea aún más difícil de lo que ya es. Según Bajohr, si se lleva al extremo podría incluso llevar a «esferas públicas artificiales», espacios enteros donde no podemos distinguir si algo está escrito por un humano o por un ordenador. Bajohr advierte que esta incertidumbre pondría bajo presión algunas de las principales ideas de la democracia, como la confianza, la fiabilidad y la responsabilidad.

Los LLM también podrían cambiar el tipo de discurso que utilizan los seres humanos. Teniendo en cuenta que están programados con datos concretos y según elecciones específicas, las herramientas como ChatGPT no producen el tipo de lenguaje neutro que sus creadores aseguran, según cuenta Bajohr. También afirma que, al igual que las plataformas de redes sociales, estas herramientas tienen sesgos y escriben de una determinada forma y, como son estadísticas, corren el riesgo de sufrir un «bloqueo de valor», es decir: quedar atrapadas en una forma de hablar que no se puede adaptar con rapidez a los cambios políticos o lingüísticos del mundo real.
Para Bajohr, esto no sería un problema tan grande si hubiera millones de LLM que poder utilizar. Sin embargo, en un campo limitado, al menos por ahora, a solo unas pocas empresas movidas por los beneficios, podría llevar «a una cierta simplificación del lenguaje y un cierto tipo de discurso, prescrito por estas empresas». A la larga, según Bajohr, esto podría incluso provocar una simplificación del pensamiento que eliminaría alguna de las competencias comunicativas que los seres humanos necesitan para la deliberación democrática.
¿Deberíamos empujar a la gente a ser más amable?
Mientras tanto, los esfuerzos para regularizar la IA y las grandes plataformas no se suelen centrar en cómo la gente dice las cosas o dónde las dicen, a menos que se trate de aplicar leyes contra el discurso de odio. Pero en un internet libre no se puede obligar a las personas a congregarse en los mismos espacios, incluso si estos espacios están bien diseñados, y tampoco se puede perseguir a los ciudadanos por ser «un poco ofensivos».
Si se puede empujar a la gente a ser más amable o a escribir de una determinada forma ya es otra cuestión. A nivel corporativo, ya está pasando. Apple, por ejemplo, instauró hace poco una herramienta de IA que puede hacer que los emails sean menos bruscos; las herramientas de autocompletar y las funciones de revisión de ortografía se podrían incluso ver como precursores de estas herramientas de comunicación amable. Según Bajohr, todas estas funciones están muy bien siempre que se tenga conocimiento de ellas. La idea distópica es que estas funciones se introducen en las herramientas de comunicación sin que lo sepamos.
En general, tanto Bajohr como Hoes coinciden en que entrometerse en lo que las personas dicen y comparten es delicado. Sin embargo, para Hoes es importante no quedarse solo con los problemas. «Si bien hay mucho contenido “malo” en internet, sigue siendo la menor parte de lo que consumimos”, nos cuenta. Ella considera que ya tenemos todos los ingredientes para tener un espacio público online que funcione bien, como información precisa y diversa y una amplia participación. Ahora se trata de que la gente los encuentre o ayude a otros a encontrarlos. Como declara Hoes, «tenemos todas las herramientas que necesitamos, sólo que no siempre las utilizamos».
Editado por Benjamin von Wyl. Adaptado del inglés por Cristina Esteban / CW

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