Cataluña se declara de facto independiente
Los nacionalistas catalanes están intentando imponer un referéndum ilegal para provocar una reacción por parte del Estado que impulse protestas masivas y facilite una mayoría que, hasta ahora, les ha sido imposible alcanzar.
Es difícil ser internacionalista en la era del nacionalismo. Es difícil creer en los derechos individuales en momentos en que se supone que los derechos de grupo prevalecen. Es difícil creer en la ciudadanía cuando parece que lo que cuenta es la nacionalidad. Es difícil, en resumen, ser cosmopolita en una época de provincianismo y de política identitaria.
Y también es difícil, en vísperas de un referéndum/movilización que tendrá lugar el 1 de octubre en Cataluña, mantener la calma y la moderación cuando nos enfrentamos a una confrontación de dos narrativas que llevan consigo, al menos en parte, algunas de las divisiones que separan las dos lógicas mencionadas arriba.
Joan Costa Alegret, funcionario jubilado y escritor ocasional, nació en Barcelona. Actualmente vive en New Hampshire.
Dos narraciones
La narrativa hegemónica en Cataluña dirá que esta nación ha sido oprimida por un Estado central durante siglos, un Estado que la trata como una colonia. Que es hora de que la nación se levante y se libere de este abuso secular, que ahora llega en forma de régimen autoritario español heredero de la ideología centralista y autoritaria de los tiempos de Franco.
Dirá que, no importa las veces que los políticos catalanes han estado dispuestos a negociar una mejor relación para lograr una mayor autonomía, el gobierno español siempre ha mostrado su voluntad de destruirla. Y por último, e igualmente importante, dirá que, debido a que tantos intentos de negociación han fracasado, incluida le reforma de su Estatuto de Autonomía, aprobado por el Congreso de los Diputados y refrendado en un referéndum pero luego recurrido por el Partido Popular y recortado por el Tribunal Constitucional, ya no hay otra alternativa que no sea separarse unilateralmente y reconquistar la soberanía perdida a favor de España por la fuerza de los hechos.
Sin embargo, existe otra narrativa que dice que España es una democracia liberal occidental de pleno derecho y uno de los estados más descentralizados del hemisferio. Que Cataluña goza de más libertad y autogobierno efectivo que en cualquier otro momento de la historia moderna; que su cultura es próspera, su lengua omnipresente y sana, sus instituciones poderosas, su economía robusta, su gente moderadamente feliz y razonablemente rica (con la excepción, es cierto, de los muchos que se han quedado atrás debido a las recetas neoliberales prescritas para la reciente crisis económica, muchas de ellas aplicadas con avidez por los gobiernos nacionalistas catalanes de derechas).
Las autoridades catalanas han utilizado todo el poder en sus manos para construir un proto-estado funcional. Las autoridades españolas han contemporizado con esto, en parte porque necesitaban los votos nacionalistas catalanes en el Parlamento de Madrid, hasta la crisis de 2008. A continuación, se inició un proceso de recentralización, sobre todo en la administración de los recursos económicos, aplicando con determinación las instrucciones de Bruselas sobre el control del déficit público.
Sea cual sea el relato que más le convenga, lo cierto es que hoy en día, dirigida por el Sr. Puigdemont (presidente del gobierno autónomo catalán) y el Sr. Junqueras (vicepresidente) – dos fervientes católicos – la actual mayoría en el Parlamento catalán ha completado un ‘golpe’ contra el orden constitucional español. Lo han hecho aprobando, en unas infames sesiones parlamentarias de los días 6 y 7 de septiembre, un proyecto de ley que establece una «nueva legalidad» en virtud de la cual se celebrará un referéndum sobre autodeterminación el 1 de octubre.
Se trata de una declaración unilateral, de facto, de la independencia de Cataluña. La ciencia política describe esto como un estado de insurgencia (que es lo que ocurre cuando una parte de un estado ya no reconoce la autoridad del stado que la contiene). Y conduce a la secesión.
¿Por qué llegamos hasta aquí?
Hace tres años, los nacionalistas catalanes en el poder intentaron un camino similar: lo llamaron referéndum, pero fue declarado inconstitucional por el gobierno central, y terminó siendo una notable movilización ciudadana el 9 de noviembre de 2014. Sin embargo, en ese momento no alcanzaron su objetivo puesto que menos de 1,9 millones de personas, uno de tres catalanes con derecho a voto (en un censo de casi 6 millones) votó a favor de la secesión. Pero en lugar de reconocer este hecho, declararon que el voto era un logro histórico que demostraba la abrumadora voluntad de independencia del pueblo catalán.
Un año más tarde, lo intentaron de nuevo convocando unas elecciones regionales anticipadas (el 27 de septiembre de 2015) que se suponía serían unas elecciones plebiscitarias. ¡El voto de tuvida!Votarnos a nosotros significa Sí, votarlos a ellos significa No, decía la propaganda. Una coalición de partidos nacionalistas pidió «una mayoría indestructible» y, una vez más, no la consiguió. Si realmente se trataba de un plebiscito, deberían haber contado los votos y no los escaños, pero como perdieron el voto popular (47%), pasaron a contar la mayoría de los escaños, tratando de justificar en la mayoría parlamentaria la legitimidad que no alcanzaron en las urnas.
Se negaron a conceder la derrota en el plebiscito y siguieron adelante, declarándose victoriosos. Aplicando su programa en la campaña, después de haber decidido tomar un atajo y acelerar la aplicación de la agenda de la independencia, lograron conjurar un gobierno para llevar a cabo su plan de secesión, que describieron como una ‘hoja de ruta hacia la independencia en 18 meses’.
Y, por último, casi 24 meses después de esa derrota-convertida en victoria, han convocado ahora un referéndum de secesión unilateral –que es algo que, por cierto, no estaba contemplado en la hoja de ruta original con la que habían estado haciendo campaña en las elecciones. Los nacionalistas son plenamente conscientes de que esta convocatoria constituye una provocación directa al Estado español, que tiene poca o ninguna alternativa que no sea defender el orden constitucional y reaccionar para asegurar la prevalencia del Estado de derecho.
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A la vista de que esto podía pasar, el gobierno español podría haber abierto un diálogo político para discutir, tal vez no un referéndum, pero sí algún tipo de reforma que habría «acomodado» esa parte poderosa y ruidosa de la población catalana -aunque no son mayoría- que quiere tanto la secesión. Pero el gobierno se mantuvo firme y no mostró intención de tomar ninguna iniciativa para abordar este importante problema político en España.
O referéndum o referéndum
Sabiendo, como saben (y como todas las encuestas de opinión reflejan hasta la fecha), que no hay una mayoría popular suficiente en favor de su agenda, el plan de los nacionalistas es provocar una serie de acciones legales del gobierno central para evitar que se consume la inconstitucionalidad del referéndum, y llamarla «represión», con la esperanza de que la reacción estatal alimente el enfado de los votantes –tanto nacionalistas como no nacionalistas– y los haga acudir masivamente a las urnas (o, alternativamente, en las calles) en señal de protesta contra el gobierno.
«O referéndum o referéndum», ha sido el mantra del presidente catalán hasta la fecha. Y, como sabían que esto no era algo que se fuera a negociar, las autoridades catalanas acabaron declarando que ya no cumplen con la ley española, puesto que ahora tienen la suya propia. Ante esto, ¿cómo se supone que el gobierno español debía reaccionar?
En el fondo, el referéndum no es otra cosa que una estrategia para intentar conquistar la voluntad de las personas que, lógicamente trastornadas por una reacción potencialmente abusiva por parte del Estado, apoyarán al gobierno catalán y a la idea de que todo esto no es más que una cuestión de democracia. El eslogan de los nacionalistas «no nos dejan votar» es, aunque falaz, muy eficaz.
Esta parece ser la lógica subyacente: seguir adelante hasta imponer la voluntad de una minoría, sobre todo porque esta minoría mayoritaria considera que representa el genuino «nosotros», el verdadero pueblo catalán. ‘Ellos’, los otros, después de todo – tal como su inconfesable y profundo sentimiento de identidad propia les dice – no son verdaderos catalanes.
Su plan no es otro que canalizar el voto de protesta hacia un voto pro-independencia. Y, por desgracia, los acontecimientos que se desarrollan estos últimos días en las calles de Barcelona pueden estar confirmando que su plan funciona.
Nosotros y ellos, una vez más
Visto desde la distancia de mi largo y autoimpuesto exilio al otro lado del Atlántico, sólo puedo constatar que este es para mí un momento muy triste en la historia de Cataluña. Una minoría está imponiendo su narrativa y su agenda unilateralmente, por encima de la otra mitad de su propio pueblo, por encima de sus conciudadanos en España y por encima de muchos otros demócratas europeos.
Muchos dirán que todo esto ocurrió porque las autoridades españolas no fueron capaces de asumir la posibilidad de que España fuera un estado plurinacional –y muchos culpan al Sr. Rajoy por su falta de acción. Pero en el fondo, por muchas razones –incluyendo los costos de la globalización en términos de soberanía nacional y de incertidumbre ante el futuro, que pone en peligro la viabilidad de identidades antiguas y profundas en la era de la migración– vemos cómo el nacionalismo está triunfando una vez más, rampante, y de manera muy tóxica, del este al oeste, de Europa a América, y más allá.
Para algunos europeos como yo, cuando vemos a cientos de miles de banderas idénticas marchando a través de las avenidas de nuestras ciudades, bajo el espejismo nacional y cantando himnos nacionales belicosos, recordamos la imagen de nuestros antepasados vitoreando a sus jóvenes en las calles, camino a ser masacrados en un frente lejano. Y todo en nombre del patriotismo y para defender la dignidad de una nación. Fue Marx quien dijo que la historia se repite primero como tragedia y luego como farsa. Espero sinceramente que lo que acabemos viendo en Cataluña sea el último. Y que la farsa no dure mucho y que será seguida rápidamente por elecciones regionales que pondrán otra vez a la democracia representativa a funcionar.
Es este, desafortunadamente, sólo otro ejemplo de la vieja historia del «Nosotros» frente a «Ellos», ahora revisitada, sea bajo el disfraz de escocés contra inglés, británico contra europeo, americano contra mexicano, catalán contra español. Y en este estado de ánimo tan sombrío, cuando vislumbro a través de la ventana los rojos y los amarillos de este otoño temprano extendiéndose sobre los árboles de la distancia, sólo me queda recordar una vieja canción de Pink Floyd que dice: ‘Us, and Them / And after all we’re only ordinary men‘. (Nosotros, y Ellos / no somos más que hombres comunes).
Este artículo se publicó originalmente en democraciaAbiertaEnlace externo
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