El secesionismo en democracias avanzadas: Cataluña entre Escocia y Padania
El proceso soberanista se ha beneficiado de una excepcional ayuda: Escocia. Contar con ese referente ha sido una de las circunstancias más afortunadas para el ’procés’ y es muy posible que, sin ese acompañamiento, la apuesta por la ruptura no habría tenido tanto desarrollo.
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Ignacio Molina
Desde que hace tres años se desencadenara el llamado proceso soberanista, la atención exterior sobre la situación política catalana ha ido en aumento. Es verdad que, en el plano oficial, la internacionalización sigue teniendo –como era de esperar– un desarrollo escasísimoEnlace externo más allá de las frustradas apelaciones del actual gobierno de Cataluña a una implicación europea en la cuestión y de la consiguiente reacción de la diplomacia española para que Bruselas y las otras capitales nacionales se pronuncien desanimando la idea de la secesión. Sin embargo, cuando se mira al recorrido mediático del ’procés’ o a los análisis que lo conectan con otros territorios donde también existen importantes movimientos secesionistas, sí que se constata un interés creciente que, por ejemplo, se reflejó en la cobertura relativamente destacada del resultado electoral que dieron ayer [28 de septiembre] los grandes medios internacionales (o la prensa regional en los lugares más concernidos).
Por otro lado, y más importante que la proyección que se hace del independentismo desde dentro afuera, también debe tenerse en cuenta otra dimensión internacional que va en la dirección contraria; esto es, el efecto que ha tenido o tiene en el debate interno catalán los desarrollos externos y comparativos acerca de la secesión. Es decir, no es sólo que el soberanismo haya sido capaz de captar cierta atención exterior sino también, y sobre todo, que ha sabido transmitir a sus seguidores que el entorno internacional es favorable a la aventura. Para conseguir ambos objetivos se ha beneficiado de una excepcional ayuda: EscociaEnlace externo. Contar con ese referente ha sido una de las circunstancias más afortunadas para el ’procés’ y es muy posible que, sin ese acompañamiento, la apuesta por la ruptura no habría tenido tanto desarrollo.
Para entender hasta qué punto los acontecimientos escoceses han sido importantes hay que tener en cuenta que los movimientos secesionistas, pese a no ser un fenómeno extraño en el escenario contemporáneo, suelen merecer un juicio cuanto menos dudoso en la opinión pública mundial y la oposición casi unánime de los gobiernos estatales. De hecho, desde que hace más de 20 años se liquidara definitivamente la Guerra Fría –precipitándose la desintegración de las tres federaciones existentes en el espacio postsocialista– sólo han nacido cuatro nuevos Estados: tres de ellos en contextos postcoloniales bélicos (Eritrea, Timor Oriental y Sudán del Sur) y uno más (Montenegro) como penúltimo estertor del drama que vivieron los Balcanes Occidentales en los 90.
Ninguno de esos casos resultaba envidiable para un proyecto político en un país avanzado y mucho menos lo parecía el puñado de separaciones fácticas que, por haberse realizado unilateralmente, no han alcanzado la estatalidad (Somalilandia, Abjazia, Osetia del Sur, Nagorno-Karabaj y Transnistria). Incuso KosovoEnlace externo, pese a poder apelar a una ’remedial secession’ y contar con amplio reconocimiento Occidental, sigue hoy fuera de la comunidad internacional. Ni siquiera aquellos pocos movimientos anti-ocupación que gozan de título jurídico o cierto prestigio (Palestina, Sáhara Occidental, Tíbet y Kurdistán) podían presentarse como un modelo a seguir para un territorio de la UE. Si el objetivo de la independencia quería resultar convincente dentro y fuera parecía muy conveniente contar con algún ejemplo plausible en un entorno homologable al catalán.
Pero tampoco el panorama en Europa Occidental resultaba alentador. Desde 1945, sólo han podido nacer nuevos Estados en contextos convulsos –a menudo muy violentos– marcados bien por el colapso de regímenes autoritarios y la posterior transición (Yugoslavia, URSS y Checoslovaquia), bien por la descolonización británica (Chipre y Malta). Lo cierto es que no existe un solo precedente de secesión pacífica en el mundo desarrollado de las democracias consolidadas. Y, por otro lado, los separatismos activos que quedaban a mano eran poco atractivos por su vinculación con conflictos terroristas (Irlanda del Norte y el País Vasco), su reducido tamaño (Córcega, Tirol del Sur y Cerdeña) o su carácter antipático e insolidario (Flandes y Padania). Es más, la política exterior de la Unión incorporaba como doctrina propia –y aún lo hace– la defensa de la integridad territorial y la convivencia entre comunidades diversas de modo que su instinto es reaccionar en aquellos casos (Bosnia-Herzegovina o Ucrania por poner dos ejemplos dentro del continente o Chipre, dentro de la mismísima UE) donde se ponen en cuestión. En definitiva, hace tan solo cinco años el ser independentista significaba situarse claramente en el lado equivocado o incluso denigrado de la política europea.
Se entiende bien el afán del ’procés’ por poner el énfasis en sus similitudes con Escocia y resultar así más atractivo. Y, en efecto, varios son los elementos de fondo donde existen semejanzas
Pero entonces el SNP [Partido Nacional Escocés] ganó las elecciones escocesas de mayo de 2011 (un 44% de los votos y la mayoría absoluta de escaños) con un programa de ruptura y, lo que resultaba aún más espectacular, en poco más de un año conseguía arrancar de Londres –que no quería negociar más autonomía– la celebración maximalista de un referéndum de independenciaEnlace externo. El regalo de David Cameron y Alex Salmond no podía resultar más oportuno. En octubre de 2012, apenas unas semanas después de la gran manifestación de Barcelona que marca la radicalización del nacionalismo moderado catalán, se firmaba el acuerdo de Edimburgo. Un territorio mundialmente célebre y que formaba parte de una gran potencia democrática iba a someter a votación legal si se convertía en un nuevo Estado europeo. Ni siquiera la lejana QuebecEnlace externo, cuyo movimiento soberanista pasa además por horas bajas, había llegado a tanto pues nunca había conseguido acordar con Ottawa un procedimiento para llevar a cabo la secesión.
Se entiende bien el afán del ’procés’ por poner el énfasis en sus similitudes con Escocia y resultar así más atractivo. Y, en efecto, varios son los elementos de fondo donde existen semejanzas. Primero, una eficaz narrativa democrática que enfrenta transversalmente al pueblo con unas elites lejanas y centralistas (a lo que contribuye sobremanera el hecho de que el gobierno central lo ejerzan los Conservadores o el PP, dos partidos minoritarios en los dos territorios). En segundo lugar, y con inestimable ayuda de la austeridad impuesta por la crisis, la idea de que el independentismo puede también adoptar mensajes de izquierda y ganar así adeptos o reputación en ambientes urbanos e intelectuales habitualmente reacios a los mensajes identitarios del nacionalismo tradicional. Y finalmente, el haber impugnado que merezca la pena el seguir perteneciendo a democracias plurales y descentralizadas que están bien conectadas con lo europeo y lo global bajo el argumento de que son precisamente la UE y la globalización las que convierten en innecesarios para las naciones pequeñas el seguir formando parte de Estados más grandes como el Reino Unido o España.
No obstante, y por mucho que el independentismo catalán haya querido obviarlas, hay también importantes diferencias que marcan límites innegables para la fase que se ha abierto tras el 27-S. Sin duda, y al margen de que el secesionismo no ha llegado al 50% de los votosEnlace externo, la divergencia más evidente es que Cataluña se haya embarcado en una apuesta unilateral (expresamente rechazada por el nacionalismo escocés) que fía el éxito del proceso soberanista a que sus supuestos elementos atractivos movilicen a actores externos para que fuercen a un Madrid inflexible a aceptar la secesión. Se trata de un desarrollo ciertamente inverosímil desde una perspectiva mínimamente realista de la política exterior y de la integración europea. Pero incluso si aceptásemos como hipótesis momentánea un enfoque idealista en las relaciones internacionales, no son pocos los problemas que presenta el dossier catalán de forma que, a ojos del observador externo, le alejan del modelo escocés y le acercan a los antes mencionados secesionismos europeos menos atractivos. Así, cabe mencionar:
1. La difícil determinación del Demos que funda el “derecho a decidir” al existir dos realidades nacionales que aquí se solapan (la española y catalana) en vez de simplemente superponerse (la británica sobre la escocesa). Y aun cuando el desgarro será siempre menor en el segundo de los casos, Alex Salmond tuvo además la habilidad de aliviar su posible impacto prometiendo mantener algunos elementos importantes de unión como la libra esterlina, la Reina o la cooperación en defensa. En el discurso catalán apenas se ha producido una mención parecida en relación con la Liga de fútbol.
2. La potencial fractura interna de Cataluña en grupos enfrentados de acuerdo a su lengua materna e identidad nacional; un peligro prácticamente imposible en Escocia, por las razones explicadas en el punto anterior, pero sí en otros territorios con movimientos secesionistas en los que existe conflicto entre comunidades lingüísticas, religiosas o étnicas. Mientras existen casos donde un referéndum de independencia se podría resolver sobre todo por argumentos (Escocia), hay otros donde las identidades bloquean esa deliberación (Irlanda del Norte) de modo que resultan muy desaconsejables las alternativas agónicas. Cataluña está a medio camino, aunque el ’procés’ le ha alejado del primer modelo, tal y como se refleja en los resultados electorales del domingo entre castellanoparlantes y catalanoparlantes.
3. Los límites del argumento de defensa de los más débiles cuando, en claro contraste con Escocia, son las clases socioeconómicas medias y altas de Cataluña las que apoyan con mayor nitidez el independentismo. Un tipo de apoyo que es más propio de los ejemplos véneto o flamenco.
4. La propia relación con el Estado matriz, que los independentismos escocés y catalán presentan como insensible a la plurinacionalidad y reacio a la descentralización (aun cuando no existan en Europa muchas democracias que mejoren al Reino Unido y España en esas dimensiones), pero que en Escocia no va acompañada del antipático recurso adicional a la excesiva solidaridad fiscal o a una presunta superioridad colectiva de la nación pequeña sobre la que es mayoritaria en el Estado.
Es obvio que ninguno de estos cuatro elementos (y, sobre todo, la unilateralidad) ayudará al independentismo catalán a concitar apoyos exteriores que se animen a realizar una insólita injerencia en la política española. Por supuesto, el hecho de que sea imposible una internacionalización del proceso en la línea deseada por el soberanismo tampoco significa que éste, capaz de presentarse con un mensaje muy atractivo para casi la mitad de los catalanes, vaya necesariamente abocado a la derrota. Eso sí, cuando el secesionismo catalán se proyecte al resto de España y al mundo debe tener en cuenta que sus interlocutores escrutarán los elementos que le hacen más presentable y le acercan a Escocia pero también los que no lo son tanto y le conectan con Padania.
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“Si España fuera como Suiza, habría pocos independentistas”
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El politólogo catalán Jaume López está convencido de que no habría intención secesionista si existiera en España un modelo federalista y de democracia directa semejante al de Suiza.
Entrevista con el autor del libro ‘La independencia de Cataluña explicada a mis amigos españoles’.
swissinfo.ch: Aunque inconstitucional, defiende, como politólogo y activista, abrir brecha a la independencia catalana…
Jaume López: Soy politólogo y profesor de Ciencia Política. Soy ciudadano catalán, con compromisos políticos, y por ello, vale la pena que sean explícitos: defiendo la independencia desde hace algunos años. Por mucho tiempo me incliné por el federalismo en España, pero me he dado cuenta que esa defensa choca contra un muro.
La independencia va a ser difícil, pero nadie me ha demostrado que no pueda producirse. Fui activista en la Plataforma por el Derecho a Decidir; uno de los pocos politólogos allí, por lo tanto, mis convicciones teóricas fueron bastante escuchadas. Mi activismo fue sobre todo hace 8 años; ahora no estoy en primera línea del movimiento social.
swissinfo.ch: ¿Cómo medir el deseo secesionista en elecciones parlamentarias?
J. L: En estas elecciones que nos tocan como comunidad autónoma, los partidos pueden incluir un punto común en referencia a su posición sobre la independencia de Cataluña. “Si nos votan, iniciaremos el proceso de independencia”, podrían indicar. Así, en su programa electoral, cada partido puede señalar de modo explícito su posición sobre la creación de un Estado catalán. Si el resultado electoral apoyara a los políticos independentistas, estos tendrían un mandato democrático a cumplir.
swissinfo.ch: Muchos se indignan o se ríen en España de esta pretensión, sin bases jurídicas que la sostengan. ¿Por qué insistir en estos pasos ilegales?
J. L.: Hemos hecho lo posible para que todas nuestras demandas, empezando por la consulta del 9 de noviembre, cumpliesen los requisitos del marco jurídico español, pero el Tribunal Constitucional declaró inconstitucional la ley que permitía organizar referéndums locales, aprobada por el Parlamento de Cataluña. Los políticos catalanes, diputados y gobierno, no pueden cambiar ese marco jurídico, pero hay que hacerlo. Es una tarea del Parlamento español.
Así que, o seguimos las actuales reglas del juego, que no nos parecen neutras, o en algún momento nos saltamos la legalidad. Creo que cada vez está más asumido por la ciudadanía catalana que el proceso va a tener que romper con la legalidad española, o incluso la legalidad internacional. Si se hacen las cosas democráticamente, pacíficamente, con transparencia, sobre todo con un mandato popular, a mi modo de ver, es democrático, aunque sea inconstitucional, porque no se ha conseguido cambiar la Carta Magna de España.
Recordemos que la Corte Internacional de Justicia de La Haya, cuando expresó su dictamen de Kosovo, de modo indirecto pero claro, distinguió entre la legalidad constitucional y la legitimidad internacional. Reconocía que la independencia de Kosovo era inconstitucional para el Estado de Serbia, y pese a ello no la consideraba ilegal o ilegítima. Si la Constitución serbia no incluía esa posibilidad, era obvio que era inconstitucional, pero podía ser legítima a nivel internacional.
swissinfo.ch: Pero el caso de Kosovo no tiene semejanza con el catalán. Tampoco se han dado las condiciones que obtuvieron Quebec y Escocia.
J.L.: Defiendo la singularidad del caso catalán. Vetado el camino plebiscitario, el gobierno de Cataluña continúa adelante con un proceso democrático para que sus ciudadanos expresen si quieren formar parte de España o no, en contra del Estado; y esto no tiene precedentes.
Concretamente se busca en las urnas claridad del apoyo a la demanda independentista. Y si la mayoría del pueblo catalán la respaldara, podría iniciarse el proceso, con la observación del resto de Europa.
swissinfo.ch: Muchos en España reirán de esas convicciones, sin marco legal y sin voluntad política en Madrid para abrir vías constitucionales al reclamo catalán. ¿Aun así vale la pena mantener en pie las elecciones “plebiscitarias”?
J.L.: Sí. Aunque saliera un ‘no’ al camino independentista, yo creo que habría valido la pena este esfuerzo para el reconocimiento de la plurinacionalidad en España.
Recordemos que vivimos es un reino que también fue unido, pero después fue unificado. En la Guerra de Secesión hace 300 años Cataluña fue invadida por las tropas castellano-francesas, para formar parte de esta monarquía borbónica que hoy tenemos.
Cataluña también es una minoría permanente en el conjunto de España, si queremos hablar en términos estrictamente democráticos. Y hay que dar respuesta democrática a este problema de cómo pueden vivir de acuerdo con sus preferencias y sus voluntades aquellos que son y serán siempre una minoría en España. Si bien la democracia es la mejor forma de gobierno, tiene que complementarse; de lo contrario esas minorías pueden plantearse si esa democracia les sirve.
swissinfo.ch: Ha defendido cambios en el status quo español, como el federalismo y nuevos engranajes de la democracia representativa con la directa. ¿El modelo de Suiza ha estado en su cabeza?
J.L.: Yo siempre he tenido como uno de los modelos a seguir a Suiza, en muchos sentidos, o prácticamente en todos: en la neutralidad, en el federalismo y en la democracia directa. Creo que serían las tres bases sobre las cuales tendríamos que transformar a España, si fuera posible, para convertirla en una confederación, o, como mínimo, en una federación.
Estoy convencido de que si estos principios que funcionan en Suiza fueran de aplicación real en España no habría movimiento independentista, o sería absolutamente minoritario, por parte de aquellos que consideran que históricamente Cataluña se merece un Estado y que, por tanto, esa demanda es plausible, porque viene de siglos atrás.
Si España fuera como Suiza, habría pocos catalanes independentistas.
swissinfo.ch: Diversos movimientos sociales en España reivindican la introducción de herramientas de la democracia directa. Los independentistas catalanes, sin duda...
J.L.: Cuando pensamos en una Cataluña posible, sin los límites que plantea la Constitución española, nos podemos imaginar y pensar en el modelo suizo de democracia directa para aplicar en Cataluña. Es decir, aplicar todos los mecanismos de corrección o complementariedad a la democracia representativa que funcionan en Suiza.
En diversos planteamientos, en ciertos borradores que se han presentado a los políticos, y en los que también he contribuido, se defiende que la constitución catalana, si es que llegara a existir, debería incluir tres tipos de llamados a las urnas, cercanos a Suiza: el referéndum mandatorio (que sí está incluido en la Constitución española en algunos casos), pero también el opcional, y la iniciativa ciudadana. Y siguiendo la experiencia de algunos Estados americanos, el referéndum revocatorio.
Proceso soberanista
El 27 de septiembre es la fecha anunciada para realizar las elecciones parlamentarias en la comunidad autónoma. La Generalitat adelantó la cita año y medio, en pleno derecho de hacerlo. La reprobación se debe a las intenciones de hacer de esas elecciones un “plebiscito secesionista”.
De aquí a la fecha prevista para esas elecciones anticipadas, se espera mayor confrontación entre las administraciones del Estado español y de la autonomía catalana.
El presidente Artur Mas viajó en abril a Estados Unidos para explicar el deseo secesionista catalán. También publicó opiniones en diarios extranjeros sobre el deseo independentista de la autonomía que gobierna, lo que provocó severas críticas por parte de Madrid y de los medios de comunicación con sede en la capital española.
Por otra parte, otras figuras en favor del independentismo apuntan a un proceso constituyente catalán que se comprometa a celebrar el deseado referéndum sobre la independencia en 2016.
Cataluña
Comunidad autónoma española, según la Constitución española de 1978.
Se aprobó un nuevo Estatuto de Autonomía para Cataluña en 1979, con el que se recuperó el uso oficial del idioma catalán, junto con el castellano y el occitano (en su variante aranesa), a partir de 2006.
Cataluña se considera como nacionalidad histórica. Término usado para designar a aquellas comunidades autónomas con una identidad colectiva, lingüística o cultural diferenciada del resto de España.
Su territorio, de 32.000 km2 se encuentra al nordeste de la península ibérica, y limita con Francia.
Población: 7.5 millones aprox.
Cataluña está formada por las provincias de Barcelona, Gerona, Lérida y Tarragona.
Capital: La ciudad de Barcelona
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