Diez mil bonsáis hacen de Bélgica el epicentro europeo de los árboles en miniatura
Javier Albisu
Genk (Bélgica), 22 feb (EFE).- Para algunos, el bonsái es un simple pasatiempo de inspiración oriental relacionado con la jardinería; para otros, se trata de una forma de arte ancestral que reúne estética, botánica, equilibrio y contemplación.
Los segundos, los que intuyen que cada uno de esos árboles en miniatura es, en realidad, una escultura viva moldeada con precisión a lo largo de décadas, se dan cita este fin de semana en Bélgica, a las afueras de Genk, una localidad del noreste del país que hasta el domingo acoge más de diez mil bonsáis en la feria temática más prestigiosa de Europa.
«El bonsái requiere dedicación y tiempo, porque tienes que proporcionarle a la planta todo lo que necesita», explica Mari Angels, una colombo-venezolana que atiende a EFE en la 25ª edición de The Trophy, la muestra organizada por la Asociación de Bonsái de Bélgica, que funciona como festival, mercado y punto de encuentro, congregando a unos cien expositores y unos cinco mil aficionados.
Árboles desnudos
Bélgica acostumbra a ofrecer una meteorología hostil durante todo el año, pero a finales de febrero sublima su crueldad, descargando aún frío, lluvia y oscuridad sobre una planicie que prácticamente no ha visto brillar el sol en medio año. A priori, no parece un escenario fértil para la belleza.
Pero en la adversidad nace la oportunidad, y esos últimos e inhóspitos días de invierno en el hemisferio norte, cuando los árboles empiezan a despertar del letargo invernal, son también una ocasión perfecta para que los robles, pinos, olmos, arces o azaleas muestren su belleza.
Los caducos aún conservan sus ramas desnudas, sin el velo de las nuevas hojas, de forma que se aprecia con claridad la estructura del tronco y el meticuloso diseño que los bonsaístas han esculpido a lo largo de los años.
«Para los caducos es la mejor temporada porque vemos la silueta de invierno, la planta sin hoja donde se ve la madurez del árbol. Para la conífera también es una temporada buena porque aún no han brotado y miramos un poco la geometría de las formas, es una buena temporada para verla refinada», resume Mauro Stemberger, un arquitecto reconvertido a bonsaista profesional.
Algunos árboles aún conservan alambres de cobre, que actúan como un exoesqueleto para guiar las ramas hacia sus posiciones ideales y que normalmente se retirarán en primavera, siguiendo principios que equilibran la armonía visual con el crecimiento saludable de la planta.
Se trata de una parte esencial de una disciplina cuyo nombre en japonés significa «árbol en bandeja» y en la que también se selecciona con precisión el sustrato, la maceta, el riego y el abonado, además de someter a la planta a distintas podas, trasplantar regularmente el árbol y recortar sus raíces.
Del antiguo Egipto a YouTube
Hay referencias al cultivo de árboles miniatura en el antiguo Egipto, pero suele aceptarse que el bonsái surge entre la nobleza china al menos hace 1.300 años, cuando empezaron a cultivarse bandejas con árboles enanos como paisajes, práctica que se denomina «penjing» y que aún perdura.
En el siglo XII llegó a Japón a través de monjes budistas zen, donde fue evolucionando y ganando popularidad desde la aristocracia y la élite samurái hasta otros estratos sociales.
El bonsái, ya con nombre nipón, llegó a Occidente a través de exposiciones universales a finales del siglo XIX, en medio de una creciente fascinación por el orientalismo, y tomó impulso en Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial a través de soldados que habían estado destacados en Japón.
Hoy en día, los territorios donde emergen nuevos aficionados al bonsái son YouTube, Facebook o Instagram, que junto al comercio electrónico han globalizado una práctica que ha llegado hasta las grandes superficies de jardinería y decoración.
Ni caro ni difícil
«La parte difícil del bonsái es que tienes un compromiso con el árbol, porque el árbol vive si tú le das agua, si lo expones a la luz de manera correcta y si tu le das la comida. Si no haces esto y lo haces siempre, la planta se muere», comenta Stemberger.
Algunos de los mejores ejemplares exhibidos en The Trophy, como arces japoneses con medio siglo de vida y una ramificación extraordinaria o robustas sabinas elegantemente entrelazadas con maderas muertas, superan los 10.000 euros. Pero es una excepción. Otros muchos se encuentran en un rango de entre 100 y 500 euros.
«Podemos empezar de una semilla y crear un bonsái espectacular. Aquí en la muestra hay árboles que se han hecho a partir de semilla, luego no hay que gastarse un dineral para tener un buen bonsái. También existe esta vía, existen bonsáis muy caros, pero se puede empezar con una planta muy barata», dice Stemberger.
Lo mismo ocurre con las herramientas, el sustrato y las macetas, donde también existen opciones asequibles para iniciarse. Y también es un mito que sea difícil.
«Tienes un compromiso. No te puedes olvidar de tu bonsái una semana, no te puedes ir de vacaciones una semana y pedirle al vecino, que no sabe nada de bonsái, que te cuide los arbolitos porque te los va a matar», concluye Stemberger. EFE
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